11/05/24

Cómo podría el liberalismo convertirse en la fuerza motriz que empuje a Latam a la libertad y el progreso

El liberalismo es la manifestación del respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, abogando por un principio de no agresión y defendiendo con vehemencia el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. En América Latina, donde las instituciones fundamentales como la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal y la cooperación social se entrelazan con la política y la economía, el liberalismo propone una intervención mínima de cualquier colectivo, ya sea una institución, un grupo social, o incluso el Estado en la vida de las personas.

Alberto Benegas Lynch (h), un ícono del pensamiento liberal en América Latina, ha sido un defensor férreo de estos principios clásicos del liberalismo. Su enfoque resalta la importancia de la libertad individual y la propiedad privada, elementos que ve como esenciales para el desarrollo económico y pilares para la construcción de una sociedad respetuosa de la autonomía individual y el pluralismo.

El liberalismo se concibe como una filosofía que promueve la libertad de los individuos para dirigir sus vidas, negocios y decisiones sin coerción ni injerencia indebida. Subraya que este sistema permite el florecimiento de las capacidades humanas y la generación de riqueza, basándose en el respeto, o en otras palabras: cada persona es la mejor gestora de su destino y que las interacciones voluntarias dentro de mercados libres conducen a resultados más justos y eficientes para la sociedad en su conjunto.

Remontándonos a los albores del liberalismo, encontramos en la Ilustración el deseo de eliminar la monarquía absoluta y el Derecho Divino, sustituyéndolos por un sistema democrático, limitando los poderes del Estado y estableciendo un Estado de Derecho que, a su vez, permitió la eliminación de las barreras al comercio y las políticas mercantilistas de la época.

Immanuel Kant, sucesor en la tradición liberal, estudió la relación entre sociedad, libertad y gobierno, sosteniendo que la libertad está directamente vinculada al derecho del individuo de obedecer solo aquellas leyes que reflejen su propia voluntad legislativa, apuntando así a la justicia como resultado de un consenso legislativo.

En Estados Unidos, los padres fundadores retomaron las ideas de Locke y Kant, y con la influencia del panfleto ‘Sentido Común’ de Thomas Paine, abogaron por los Derechos Naturales y de los Hombres, estableciendo la igualdad ante la ley y sentando las bases para la abolición de la esclavitud. Estos principios se materializaron en la práctica con la afirmación de que todos los hombres son creados iguales, dotados de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos se instituyen para garantizar estos derechos, obteniendo sus poderes del consentimiento de los gobernados.

En el siglo XIX, Juan Bautista Alberdi, el padre del Liberalismo en América Latina y autor intelectual de la Constitución argentina de 1853, retomó estas ideas, criticando el estatismo heredado de la colonización española y proclamando la libertad como fuente de riqueza y progreso.

Más contemporáneo, en los años 60 y 70, John Rawls aportó una nueva dimensión al estudio del liberalismo con su teoría de la justicia como equidad y su concepto de la posición original, acompañado del velo de ignorancia, para asegurar decisiones imparciales en la estructuración de la sociedad, con el fin de crear un código moral universal en una sociedad multicultural.

Hoy en día, el liberalismo en América Latina se encuentra en una encrucijada, desafiado constantemente por la necesidad de popularizar sus ideas en un contexto dominado por el estatismo. El liberalismo se ha visto atrapado históricamente entre la etiqueta de progresista o conservador, sin lograr formar partidos duraderos que defiendan tanto la libertad económica como las libertades civiles. Este desafío es exacerbado por sistemas políticos que favorecen la bipolaridad y desincentivan la formación de minorías políticas significativas.

La hegemonía persistente del estatismo, asumida por la izquierda y una derecha reacia a abrazar una perspectiva liberal auténtica, ha mantenido al liberalismo en un margen de la política regional. La aparición de una nueva derecha antiestatista, aunque no necesariamente liberal, ha aumentado la confusión y división entre los liberales, lo que se ve reflejado en la identificación errónea del liberalismo con la derecha y en las dificultades para mantener una identidad liberal clara y poderosa.

Para superar esta situación, es esencial que el liberalismo latinoamericano afirme una agenda auténticamente liberal, defendiendo la libertad individual en todos sus niveles, y manteniendo la coherencia ideológica.

Esto no es solo vital para la construcción de una identidad liberal sólida en América Latina, sino también para el cambio genuino y el progreso de la región. La solución no es abrazar a la izquierda empobrecedora y retrógrada, sino afirmar con fuerza los valores de la libertad individual, el libre comercio, la laicidad, y la igualdad de derechos para todos, incluyendo las minorías sexuales y otras comunidades marginadas.

Nuestros países necesitan partidos políticos que, sin miedo a la impopularidad inicial, se atrevan a defender ideas liberales y provocar un cambio liberal a través de ellas. Predicar en el desierto siempre será mejor que renunciar a la esencia de nuestras convicciones. En última instancia, el liberalismo tiene el potencial de trascender las divisiones políticas y convertirse en una fuerza motriz para una sociedad más justa y próspera en América Latina.

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