18/04/2025

¡Viva el egoísmo! O cómo dejar de ser arcilla para empezar a ser humano

Venezuela no es solo víctima de malas decisiones políticas, sino de una profunda sumisión filosófica al tridente infernal del misticismo, altruismo y colectivismo. Y allí, en nombre de la “solidaridad”, se ha erigido un sistema donde pensar en uno mismo es casi un crimen, pero exigir sacrificios ajenos es virtud. Para el autor venezolano, su país no sólo sufre de hiperinflación, escasez y represión. Sufre de una crisis moral: la renuncia voluntaria de millones al uso de su mente. ¿Estás de acuerdo?

En un rincón del mundo donde el petróleo fluye más que el agua pero la miseria abunda como si fuera parte del paisaje natural, es fácil encontrar la raíz de la crisis moral: Venezuela no es solo víctima de malas decisiones políticas, sino de una profunda sumisión filosófica al tridente infernal del misticismo, altruismo y colectivismo, como lo diría la autora Ayn Rand. Y no, no se trata de una exageración literaria: es la radiografía exacta del colapso de una nación.

Comencemos por el más sabroso de todos los pecados capitales: el egoísmo. El egoísmo racional, claro, ese que te hace usar tu cabeza, producir, crear valor y no pedirle permiso a nadie para vivir. ¿Te parece terrible? Qué curioso, porque también te parece normal que alguien te exija que trabajes más para que otro coma gratis. En nombre de la “solidaridad”, se ha erigido un sistema donde pensar en uno mismo es casi un crimen, pero exigir sacrificios ajenos es virtud. ¡Bravo, humanidad! ¿Qué puede salir mal?

Mientras tanto, el altruismo, esa religión de la auto-inmolación, reina en discursos del tirano. “El pueblo primero”, dicen, pero nunca te dicen cuál pueblo. Porque cuando llega la hora de repartir, el “pueblo” termina siendo el amigo del ministro, la sobrina del general y la mascota del jefe del sindicato. Y tú, el “egoísta”, el que se rompe el lomo trabajando, simplemente no estás invitado a la fiesta. Porque claro, producir esta bien, pero sólo si lo haces por los demás, nunca por ti.

Y es que el colectivismo, ese monstruo disfrazado de “unidad”, no es otra cosa que la negación sistemática del individuo. En nombre del grupo –ese ente abstracto y omnipresente que siempre necesita más sacrificios– te quitan tu propiedad, tu libertad y, si te descuidas, hasta tu derecho a pensar. Porque pensar, razonar, cuestionar… ¡eso es subversivo! Y peor aún, egoísta.

En este circo siniestro, el misticismo hace su acto final: sustituye la razón con dogma, la lógica con fe ciega, la evidencia con emociones. ¿Por qué las cosas están mal? “Dios proveerá.” ¿Cómo resolveremos la inflación? “Con voluntad popular.” ¿Y la escasez? “Con conciencia revolucionaria.” Maravilloso. ¡Qué útil es la fe cuando lo que necesitas es pan!

Y así, Venezuela no sólo sufre de hiperinflación, escasez y represión. Sufre de una crisis moral: la renuncia voluntaria de millones al uso de su mente, a la defensa de su individualidad, a su derecho a vivir por sí mismos. La única respuesta posible es el renacimiento del hombre racional.

El que dice “yo”, el que crea sin permiso, el que no se deja moldear por ningún caudillo ni ceder ante ninguna muchedumbre. Ese hombre –el egoísta verdadero– no destruye ni saquea, sino que construye y prospera.

El capitalismo, tan vilipendiado por los sacerdotes del colectivismo, no es el enemigo del bien común: es su única posibilidad real. Porque el “bien común”, si es que significa algo, solo puede surgir cuando los individuos son libres para buscar su propio bien, sin que nadie les pida que se inmolen por el prójimo.

Así que sí, celebremos la razón, el egoísmo y el libre mercado. No como capricho ideológico, sino como única salvación moral. Porque el verdadero acto de hermandad entre los hombres no nace del sacrificio, sino del respeto mutuo entre individuos independientes. Y para los que aún suspiran por utopías colectivistas, una advertencia amistosa: la arcilla es muy maleable… pero no sobrevive al fuego.

Edúcate en la libertad, que la ignorancia se paga caro.

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