04/07/24

«Confíen en la mirada interior y en el pensamiento creativo, es el tesoro más grande que se puede tener»

Eugenio Cuttica tiene 64 años y puede ver su vida como si fuera un lienzo en blanco o un bloque de granito sin esculpir. Una hoja donde traza su vida no como una línea de tiempo, sino como un bosque de aventuras. El artista que hace obras del tamaño de una puerta y que no necesita galeristas para vender escultura como si fuera pan caliente (o helados, como alguna vez vendió), se recicla en ideas, en ganas, en energía.

Entrevistado por Eduardo Marty para la Fundación de Responsabilidad Intelectual, Cuttica trazó pinceladas de su vida que dejan «picando» una forma de ser y de pensar que trasciende, incluso, su obra.

«Si recurrimos a la creatividad, el éxito es inevitable. Hay que hacerlo con tesón, continuidad, rigor y disciplina y no importa la realidad que nos rodee, siempre se llegará al éxito. Porque cuando uno hace las cosas con excelencia siempre logrará lo que sueña«, dice el artista.

Y lo respalda con hechos. Porque su propia vida sufrió vaivenes decisivos, colores oscuros que asediaron la mente y claros que la despejaron. A todos enfrentó con creatividad:

«Hay que entrenar al guerrero que sostiene al sacerdote y el mercader que sostiene el guerrero. Los tres tienen la alquimia de transformar la realidad«, grafica como una forma de sintetizar que la fuerza, el sostén económico y la espiritualidad son tres ejes ineludibles que se retroalimentan entre sí.

Tengo 64 años, como decía Borges, los años de la dicha. Yo soy feliz. Si uno hace lo que le gusta, deja de trabajar. Esa es la fórmula. El arte no es una escultura, es una actitud. Es tener un compromiso con el universo para hacer las cosas con excelencia incluso cuando no nos están mirando.

«Yo soy feliz. Si uno hace lo que le gusta, deja de trabajar. Esa es la fórmula. El arte no es una escultura, es una actitud»

Esa actitud fue la que lo sacó de su casa a los 16 años para escapar de un padre con el que no se llevaba nada bien. Dejó a su madre -que suplió sus ansias de estudiar leyéndole al pequeño Eugenio las obras de Victor Hugo y Schopenhauer- y su padre -de quien heredó el concepto de belleza, porque fue joyero de Cartier, entre otros- para dormir en el subte primero y en un conventillo en La Boca, después.

No se iba a achicar por eso. Cuttica pasaba los fines de semana en la biblioteca que está aún hoy frente a Plaza Arenales, en Villa Devoto y el lunes iba a «aburrirse» a la escuela-

«Soy producto de la utopía de la educación pública en la Argentina, que en ese momento era particularmente buena pero sentí que me quedaba un poco ajustada, porque los fines de semana iba a la biblioteca a leer los clásicos.»

«Me refugiaba de la sensación de «no pertenecer» jugando solo en un rincón de mi casa, con plastilinas. Llegaba a situaciones mentales de Nirvana».

«Me impresiona el rigor para construir mi propia educación. Hoy veo falta de compromiso, de rigor de chicos y jóvenes. Siempre traté de luchar contra el deseo terrenal porque mi deseo era elevarme espiritualmente».

Ese homeless precoz encontró su primer anclaje cuando se entregó a la vida bohemia de ese conventillo de gente «rara» pero apasionante: «era un lugar maravilloso desde el punto de vista existencialista», define hoy. Luego llegó Ruth, los hijos y una decisión drástica:

«Como artista tengo desarrollada la percepción y puedo ver lo que va a pasar. Y entendí que acá iba a venir el 2001 y me dije que me tenía que ir. En el ’96 vendimos todos y nos fuimos. Fuimos a un hotel de Nueva York con dos valijas y los chicos.»

En Manhattan se hizo millonario vendiendo helados. «Hicimos un franchising y abrimos varios helados de esa cadena y nos volvimos millonarios».

Lo dice con naturalidad, porque ser millonario es una virtud. No siente culpa ni que le deba explicaciones a nadie. El mercader y el guerrero sostuvieron al sacerdote. Durante ocho años, facturó cada helado a un promedio de cinco dólares, multiplicado por 4000 helados por día y por heladería». El resultado: «Ruth tuvo tendinitis de tanto contar billetes«.

Pero el «Octubre Negro» se llevó la tendinitis de Ruth, los millones y los helados. «En 2007, la mitad de los norteamericanos perdieron sus casas. Nadie más me compró un helado. El helado es antidepresivo pero nadie tenía cinco dólares. Y me dediqué exclusivamente a la pintura».

Pero la creatividad es un motor que nunca se detiene. Y miró otra vez el mundo y vio que había un lugar donde podría volver a empezar. «Me mudé a Long Upton donde existe la educación y el poder adquisitivo suficiente para consumir arte».

Ahí alquilé una casa.

Lautaro, mi hijo, empieza a recorrer las playas, porque vivíamos en una isla. Y en las tormentas, las corrientes marinas traían madera desde África. Él las juntaba y empezó a hacer caballos.

Una vez exhibió uno en el jardín y estacionó un Bentley de un millón de dólares. Le dije que el caballo costaba cinco mil. Y lo compró.

Cuttica no piensa descansar. La creatividad que brota de sus células no necesita respiro ni retiro. Y planea:

Ahora estoy armando un parque de esculturas monumentales que estará abierto a la comunidad. Y el proyecto de hacer una universidad de arte, de acá a diez años. Basta que uno quiera hacer algo en materia de educación para la comunidad que ya recibo apoyo de todos lados. Ya tengo el dinero. A mi la educación me interesa muchísimo y es mi legado. Sería más feliz de lo que soy viendo a los jóvenes hacer sus obras».

Sabe que lo logrará. Tiene la fórmula.

CONOCÉ LA INCREÍBLE VIDA Y EL LEGADO DE UN ARTISTA INCOMPARABLE

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