En defensa de la ética de la propiedad.
Como seres libres tenemos la posibilidad de elegir: podemos ver el mundo fantasiosamente y negar las circunstancias que nos rodean esperando la salvación de algún ungido o podemos elegir una mirada realista, ponernos a trabajar y así mejorar nuestra condición.
Si viviéramos en un mundo de recursos ilimitados, no tendrían sentido los conflictos, las legislaciones, el sistema de precios, el estudio de la economía, ni la asignación de derechos de propiedad.
Pero vivimos en un mundo cuyos recursos son escasos. Este es el gran problema al que se ha enfrentado el ser humano desde su aparición sobre el suelo de este planeta.
Como los recursos son escasos se debe maximizar su productividad, por eso y para conveniencia de todos, esos recursos deben estar en las manos más eficientes y productivas de la sociedad y para ello es clave el concepto de propiedad.

Y a la inversa, sin los incentivos que brinda el respeto por la propiedad privada, nadie se esforzaría y trabajaría para maximizar el rendimiento de su trabajo, lo que a la larga perjudicaría a la sociedad en su conjunto, por el derroche e incorrecta asignación de los recursos.
El producido por tu trabajo y tu tiempo es tu propiedad. Lo que recibís por mutuo consentimiento en libres intercambios, es tu propiedad. Lo que se intercambia en el mercado en la superficie son bienes y servicios, pero en esencia son, ni más ni menos, que derechos de propiedad.
Cuando los intercambios son libres ambas partes buscan su beneficio, ya que si no, no lo harían. Nadie mejor que ellos mismos, puede juzgar este provecho. ¿Y quien decidió que esto sea así? La respuesta es: nadie.
La propiedad privada (junto al lenguaje, la moral, el sistema de precios, el mercado, las leyes, el uso del oro, entre otras cosas…) son fruto de lo que Hayek denominaba: orden espontáneo.

Es decir que no es fruto de una mente “iluminada” sino que de “aquellos procesos sociales en el que interactúan una cantidad indeterminada de individuos, cada uno siguiendo fines particulares, sin sujeción a la dirección de nadie en particular, aunque sí sujetos a ciertas normas de carácter abstracto y universal que permiten una coordinación mutua, basada en una división del trabajo mucho más benéfica para el conjunto”.
En un sistema de autentico libre mercado, somos nosotros día a día, a través de nuestras elecciones en el mercado, quienes premiamos a quien brinda el mejor servicio al menor costo y, por otra parte, castigamos a quien está desaprovechando esos recursos.
Es decir, distribuimos recursos hacia quienes mejor los utilicen.
En las sociedades donde no se respeta el derecho de propiedad aparece la “mano visible” del Estado, para redistribuir –violentamente- la distribución que ya se hizo en forma libre y voluntaria.
Desde ya, los más beneficiados por una eficiente asignación de recursos son, justamente, quienes menos tienen. Por lo que todos los intentos de “redistribuir”, afectan a los más vulnerables, con la idea de protegerlos.
Lo que nos lleva a Ludwig von Mises y su gran aporte sobre la inviabilidad técnica de un sistema socialista de gobierno. Explicado fundamentalmente en que la intervención estatal sobre el mercado, deriva en la imposibilidad del cálculo económico –el uso racional de los recursos y el capital- resultando ello en una descoordinación del sistema de precios, lo que irremediablemente lleva a la perdida de capital, escasez, miseria y hambre.
La ausencia de propiedad privada es un camino hacia la (des)civilización. Desde Karl Marx y su panfleto, donde resumía el programa comunista en una frase: “abolir la propiedad privada” a los modernos social demócratas con sus subsidios, controles de precios y monedas fiduciarias, todos en mayor o menor grado están atacando la propiedad privada y con ello el sistema de precios y la eficaz distribución de los escasos recursos de los que disponemos.
El ineludible fracaso de los regímenes comunistas, sea Cuba, la URSS, el Chile de Allende, o las actuales “socialistas del siglo XXI” como Venezuela y Argentina, no se debe a la impericia de sus gobernantes o a la perversión de los “nobles ideales” socialistas, sino que simple y llanamente, el motivo es que este sistema es inviable, condenado (y condenando a quienes lo sufren) al fracaso una y otra vez, aunque lo intenten hasta el final de nuestros días.
Simplemente, están equivocados.
Y aquí llegamos al punto central de este trabajo: como señalaba Ludwig von Mises “La propiedad privada de los medios de producción es la institución fundamental de la economía de mercado“.
La propiedad privada es la base moral de nuestra civilización y resulta indivisible el concepto de libertad con el de propiedad.
Donde no existe respeto por la propiedad privada, no puede decirse que exista libertad.
Cuando la propiedad es privada, su propietario es el que dispone de ella, mientras que cuando la propiedad es pública (o privada sólo en un aspecto formal), quien dispone es un tercero, transformando así la libertad en algo relativo.
Parafraseando a Murray Rothbard sólo existen tres alternativas lógicas respecto al
ejercicio de la auto propiedad:

a) Cada individuo es propietario de su cuerpo.
b) Todo el mundo es dueño en idéntica proporción de los cuerpos de todos.
c) Algunas personas son dueñas de otras.
Claramente, el sistema b) responde al modelo comunista y es inviable. Lleva al más absoluto caos, violencia y a la muerte del cuerpo físico del ejemplo. El sistema c) asimilable a un modelo de esclavitud, de propiedad de un grupo sobre otro, es improductivo desde un punto de vista utilitario, pero principalmente es inmoral, violatorio de los derechos naturales, la ética y sólo sostenible a través del ejercicio de la violencia.
Por lo que sólo queda nos queda como única opción viable, el modelo libertario.
No sólo es el sistema más beneficioso para el individuo y para la sociedad, sino que aún más importante y trascendente, es el modelo más justo y compatible con el derecho natural, la ética y la razón.
En resumen, la propiedad privada es la base de la subsistencia y el progreso humano.
Donde no existe, donde se la discute o se la relativiza, solo queda violencia, empobrecimiento y caos.
Las ideologías y nefastos personajes que promueven estas ideas para su propio beneficio solo incentivan el odio, el resentimiento y proporcionan un salvoconducto para aquellos individuos que no quieren asumir responsabilidad alguna por sus decisiones.
En otras palabras, donde se discute la propiedad, se discute la civilización. Donde se limita la propiedad, se limita la libertad. Donde se niega la propiedad, se niega la virtud y el comportamiento ético, ya que éste solo puede surgir de un acto voluntario.
Todo lo demás, es relato.