14/06/2025

Para que el liberalismo no muera hay que defender sus ideas de manera radical

La defensa del libre mercado parece ser un hecho en Argentina. Los altos impuestos, las malas políticas (cos) y el aumento exponencial de la pobreza y la inflación llevan a discutir no sólo el sistema republicano, sino también la democracia como sistema político. Y esta discusión no es nueva. La democracia en Argentina nos ha llevado al fracaso y con serios efectos secundarios (aumento de la pobreza estructural, mala calidad educativa, pésimo sistema sanitario, corrupción) que drásticamente nos afectó, nos afecta y nos afectará en el futuro si no nos replanteamos el sistema vigente.

Mientras vivimos con una casta política que vive de forma privilegiada a través de la extracción de rentas, la población en general que no goza de estos privilegios y se ve perjudicada no sólo a corto plazo sino también en el largo plazo.

Aunque la democracia sea una herramienta política totalmente discutible esto viene acompañado de algo mayor: El estado de bienestar. Este tipo de ente busca ser la cara bonita; el filántropo por excelencia de todos los que lo aceptan (ofrecen salud, seguros sociales, seguridad, educación, etc). La socialdemocracia es el sistema que gran parte de los estados en el mundo practica. Aunque existe una intervención en la propiedad privada -en mayor o menor medida-, no deja de ser un hecho de que tarde o temprano el gobierno pueda tomar parte (porque tiene la legitimidad de hacerlo) de esa propiedad y utilizarla para el bien común.

El estado de bienestar promete prosperidad, riqueza, redistribución de riqueza y derechos especiales para quien los necesite. Es una suerte de figura paterna que representa el vacío de todos sus militantes. El liberalismo clásico ha formado parte de esto y bien ganada tiene esa culpa. La idea de darle poder a todos los ciudadanos para que puedan sentarse en el trono por un determinado tiempo, lo único que generó es que mentirosos, holgazanes, manipuladores y corruptos, que utilizan su oscura persuasión para aprovecharse de los que desconocen de cómo funciona la política, tomen el cargo y las riendas de un territorio determinado.

Aunque históricamente esto no sea algo nuevo, tampoco es algo que debamos tolerar para siempre. La vivaz creencia de que debemos resguardar nuestras instituciones y protegerlas de los maleantes y corruptos termina siendo el cianuro que contamina a la sociedad. La eterna vigilancia es la que ejerce el gobernante hacia nosotros y no al revés.

El liberalismo en sus comienzos, era una filosofía que se encargaría de limitar el poder del gobernante cambiando los poderes concretos (principados) por poderes abstractos (estado con su respectiva división de poderes), protegiendo la vida y la propiedad privada de todos los ciudadanos. Pero aquí encontramos el error fundamental del liberalismo político que se basa en su teoría de gobierno. Proveniente de Locke y Jefferson (en la declaración de independencia de los Estados Unidos), y de los escolásticos y los estoicos, el liberalismo está basado en la posesión del propio cuerpo, la apropiación originaria de los recursos naturales (sin tener un dueño), la propiedad y el contrato como derechos humanos universales -ergo un liberal sea rey o campesino, está sometido a la justicia universal-. Y este principio que aboga el liberalismo no es más que cháchara utópica e infantil. El derecho público (estado) está por encima del derecho privado (empresariado), lo que nos lleva a un entendimiento implícito de haber entregado parte de la soberanía de la propiedad privada a desconocidos, ladrones, estafadores, asesinos o, en última instancia, personas honestas. ¿Existe realmente la honestidad en la política? A mi juicio, no.

“No creo que el liberalismo sea algo que hagan los liberales: es algo que ocurre en las instituciones”


El liberal, por el contrario, entiende que hay asesinos, violadores, estafadores o los que estén en contra del gobierno; bajo esa circunstancias necesitamos un monopolio de la violencia (El liberal, si entiende de economía, debería detestar los monopolios que no hayan florecido gracias a la libre elección de los habitantes -contrato-) que mantenga la ley y el orden la sociedad y que solamente esa es la única función que debería tener.

El sociólogo alemán Ernst Cassirer en su libro, el mito del estado, define: ‘’La doctrina del contrato de estado se convierte en el siglo XVII en un axioma evidente del pensamiento político… hecho [que] representa un paso grande y decisivo. Pues todo misterio queda desvanecido en cuanto se adopta esa opinión, en cuanto al orden legal y social se reduce a actos individuales libres, a una sumisión contractual voluntaria de
gobernados. No hay nada menos misterioso que un contrato. Un contrato tiene que concentrarse con plena conciencia de su significación y sus consecuencias; presupone el libre consenso de todas las partes afectadas’’. Pero los gobiernos son completamente distintos. Uno de los tantos errores del liberalismo clásico es no aceptar que los ciudadanos contraten libremente seguridad privada y que, al querer mantener la ley y el orden (con seguridad pública), se ven obligados a pagar impuestos por un servicio que poca importancia tiene si es eficiente o no. Los simpatizantes del liberalismo utilizan un discurso que se contradice a sí mismo.

Si el gobierno sólo se limita a proteger la propiedad privada (bajo un contrato abstracto) estaría asentada la creencia de que el propietario renuncia a la soberanía de su propiedad que pasaría a estar vigilada por el gobierno. ¿Quién en su sano juicio dejaría en manos de un desconocido su propiedad? Y en todo caso, suponiendo que se ha iniciado un pacto, ¿por qué el propietario no hace efectivo su derecho y renuncia al
contrato? El liberalismo clásico se mantiene en su defensa de ley, orden e igualitarismo manteniendo su error fundamental y partiendo en dos su discurso de la defensa de la propiedad privada y los derechos individuales.

Más allá de la escasa defensa de la libertad que hace el liberalismo clásico, lo más sorprendente es su inconsistencia económica. Si el liberal quiere mantener la ley y el orden monopolizando las instituciones de seguridad y justicia, tendrá un problema de cálculo en relación a cuánta seguridad debe proporcionar y cómo brindarla. Si se cumpliera lo que el liberalismo aboga que es un estado mínimo, ¿qué supone que no aumenten los costos de las mismas? Supondría un aumento de impuestos, lo que sería ipso facto una violación aún mayor de los derechos de propiedad privada. Además de la ingenuidad que tiene el sistema democrático que tarde o temprano termina asentándose en un estado de bienestar, abre paso a todo tipo de autoritarismo. ¿Acaso un pedazo de papel que ‘’restringe’’ al estado puede cuidar a los ciudadanos del gobierno? Los estupefacientes no son la única cosa que puede generar alucinaciones.

Milei lo hizo: corrió el eje del debate y metió el liberalismo en el discurso político

Y por último, la tendencia del liberalismo actual con la progresía. Cuando se habla de la defensa de los derechos individuales y la defensa de la propiedad privada, los liberales repudian la discriminacion, no les interesa tener relación alguna con las decisiones individuales de cada actor del mercado/sociedad de poder elegir con quien convivir en un vecindario. Los liberales sueñan con tener una civilización -bajo inclusión forzosa- donde todos convivan felices comiendo algodón de azúcar y desayunando arcoiris, acompañado de algún tema de la banda Queen. Si yo no quiero asociarme con X grupo ¿Por qué debería dejarlo convivir en mi barrio? Primero porque el estado mantiene su jurisdicción sin importar quienes conviven ahí y segundo, sin darse cuenta, dejan que el habitante de X grupo también se vea obligado a convivir con personas que lo rechazan. Todo gracias a la idea de la inclusión y tolerancia.


El problema de la inclusión forzosa (y de los liberales) es forzar los órdenes espontáneos a través de legislaciones que incluyan a supuestas víctimas. Por ejemplo: muy difícil sería para un liberal (socialdemócratas) dejar afuera del mercado laboral a las personas trans, no binarios, negros, afrodescendientes, chinos, extranjeros, etc. De inmediato, se encargaría de ofrecer algún tipo de asistencia social -mínima- para sustentar por un determinado tiempo -eternamente- a ese grupo oprimido. Y en caso de no hacerlo, el liberalismo también correría peligro ya que, su sistema democrático podría dejarlo afuera si no se acomoda a las exigencias de su población -grandes o pequeñas, victoriosos o fracasados, oprimidos-.

Obviamente, la negación de brindar o no igualdad de derechos llevarían al liberal a contradecirse (más de lo usual) nuevamente y perder el gobierno dejando lugar a otro socialdemócrata, socialista o incluso, un gobierno neoconservador. El liberalismo, crease o no, está a la espera de un despertar de la gente. No quiere a los socialistas, conservadores, comunistas, fascistas e inclusive a otros liberales. Si se analiza bien, el liberalismo deja en bandeja de plata a que todo gobierno socialista sea potencialmente elegido en las elecciones porque, si bien logra mantener un buen discurso económico (con sus matices) no logra mantener una estructura y consistencia de gobierno sin contradecir su mismo discurso. Si dejaran que las personas puedan auto-organizarse en su territorio respetando su propiedad privada o el común acuerdo voluntario entre las partes para que la convivencia sea pacífica, probablemente, la paz se alcanzará mucho más rápido.

Por ejemplo, Walter Block en un artículo llamado Por que discriminar es correcto para el Instituto Rothbard dice que la mala situación de los negros que eran obligados a sentarse en el banco de atrás de los autobuses durante la vigencia de las leyes de segregación racial en EE UU hasta la década de 1960. ¿Por qué? Porque la entrada en el mercado de suministro de servicios de autobuses era estrictamente regulada por las fuerzas políticas, las cuales, antes de todo, fueron las responsables de la creación de esas leyes raciales censurables.

El liberalismo no tiene corazón, el pez grande se come al chico y otras frases hechas

Si la determinación de que los negros se sentaran en el fondo del autobús fuera solo resultado de la discriminación privada, ese arreglo sería completamente impotente e inocuo, pues otras empresas concurrentes ciertamente pasarían a ofertar lucrativamente servicios de autobuses para esas personas discriminadas. Para una buena interpretación, lo que quiero decir es que la inclusión forzosa del estado -a través de las leyes- termina generando efectos contrarios al fin propuesto. No son más que intenciones pasadas a papel esperando a que la gente obedezca al pie de la letra sin importar sus preferencias, gustos, cultura, educación, etc.

El liberalismo está destinado a morir -o seguir absorbiendo la mayor cantidad modernismo posible- si lo que quiere es quedar bien con dios y con el diablo. Desde la idea de gobierno hasta su afán por la inclusión justificada por la vía democrática, es el veneno que los mata lentamente. La única solución del liberalismo actual es defenderlo de forma radical. Es la defensa de la vida, la propiedad y la libertad económica. Es el rechazo a cualquier tipo de gobierno que interfiera y proteja sus propios intereses -aun cuando digan que representan los intereses de la mayoría- para enriquecerse con el poder y la extracción privada vía
impuestos. Solo cuando acepten la propiedad privada totalmente soberana para con el individuo, podemos decir que el liberalismo puede ser una opción a mediano-largo plazo.

Vale aclarar que esto no es un llamado a una revolución violenta ni mucho menos la vuelta de viejas sombras vividas en los años ‘70-’80. Más bien es una idea que debemos discutir todos ciudadanos si lo que queremos es un bienestar sustentable y perdurable en el tiempo.

Y que ya no nos sorprendemos de que algún político, al estar administrando dinero público (sustraído por los impuestos) cometa corrupción para beneficiarse a sí mismo. Esto tiene que ver con que su preferencia temporal es tan alta y sus incentivos, en conjunto con su corto tiempo en el poder, lo llevan a enriquecerse lo más rápido posible sin importar si sus medidas son buenas o malas.

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