El gallo cuida las gallinas y las gallinas, sus huevos. Cada uno cumple su rol con eficiencia, de acuerdo a sus capacidades y habilidades. Pero (porque siempre hay un pero) aparece el zorro. Y se mete con lo que no es suyo (huevos y gallina), aprovechando la oscuridad y el tiempo de descanso del gallo.
Cuando éste -siempre atento- se percata, contrata un perro y confía en él para que cuide sus pertenencias. Pero como el zorro sabe por viejo pero sobre todo, por zorro, le ofrece -a través de mentiras y cantos de sirena- compartir el botín de un huevo para cada uno para enriquecerse sin llamar la atención del gallo. Al perro (que en este caso no resultó ser el mejor amigo del gallo) le seduce la idea y le parece lógica: robar un poquito no es robar, es casi hacer justicia, se autoconvence.
Paradójicamente, el zorro impone la ley del gallinero y termina cargando al pobre (pero corrupto) perro, al que también engañó arteramente. ¿El resultado? Una noche de plumas y picotazos dejó a los dos en la cárcel. Porque para ser corrupto y ladrón no hace falta matar las gallinas: basta con empezar por sus huevos.
Libertad y Progreso ofrece una fábula más para entender la realidad a través de los animales. Porque parecen cuentos para niños pero cualquier semejanza con la vida política… no es mera coincidencia