03/07/24

John Stuart Mill, un liberal que aprendió las ventajas de nadar contra la corriente

John Stuart Mill, por María Pollitzer

John Stuart Mill es un autor clásico del liberalismo. El programa “Diez obras fundamentales de los pensadores de la libertad”, organizado por la Fundación Libertad y Progreso, nos brinda la oportunidad de aproximarnos a su pensamiento de la mano de María Pollitzer, focalizándose en lo expuesto en “Sobre la Libertad”.

La profesora estructura la exposición de este libro en base a tres preguntas. Comencemos por la primera.

  • ¿Desde dónde escribe? ¿Cuál es el contexto?

John Stuart Mill (1806-1873) vive en la Inglaterra victoriana. Su formación académica no es resultado del paso por alguna escuela o universidad (dato curioso si tenemos en cuenta que hacia el final de su vida se convierte en Rector de la Universidad de St Andrew). A lo largo de su infancia su padre, James Mill, lo educa en diferentes disciplinas e idiomas. Sus habilidades analíticas lo convierten en un gran polemista, hecho que se verificará luego particularmente en sus escritos en la prensa, gran “arena de debate” por aquellas épocas. Pero con tan sólo 20 años, Mill sufre depresión, producto de lo que denominará una “crisis intelectual”. Saldrá de ella acercándose a nuevas corrientes de pensamiento: el Romanticismo (Coleridge), el Socialismo (Saint Simon) y el Liberalismo Continental (Guizot, Tocqueville), que constituían los ejes de las discusiones intelectuales del momento.

  • Segunda pregunta. ¿de qué trata “Sobre la Libertad”? ¿Cuál es el problema que aborda?

Uno podría pensar que el título es evidente. De todos modos, el autor explica al principio que “el tema de este ensayo es (…) la naturaleza y los límites del poder que puede ser ejercido legítimamente por la sociedad sobre el individuo”. En la Antigüedad, el concepto de libertad se asociaba a la búsqueda de límites al poder. Lo que detecta Mill es que, en su tiempo, existe una nueva fuente de opresión: la mayoría. A este respecto, vale la pena mencionar la correspondencia con Tocqueville, donde Mill aclara que los peligros no provienen de tener demasiada libertad sino de la rápida sumisión, no de la anarquía sino de la servidumbre, no del cambio sino del estancamiento.

  • Y tercera y última pregunta. ¿Cuáles son los temas?

En esta instancia, la profesora decide comentar los temas de cada uno de sus cuatro capítulos. En el primero, “el principio del daño” es el protagonista, y cita: “El único propósito por el que puede ejercitarse con pleno derecho el poder sobre cualquier integrante de una comunidad civilizada, contra su voluntad, es para impedir que dañe a otros. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente.” De alguna forma, la profesora comenta que esto constituye una justificación del imperialismo británico pero, al mismo tiempo, es una defensa de todo individuo, incluso de las mujeres. En efecto, Mill sostenía un pensamiento de avanzada apoyando el sufragio femenino, e incluso el divorcio.

En el segundo capítulo, el autor hace un alegato a favor de la libertad de pensamiento y discusión. Se opone a cualquier tipo de censura. Ejerciéndola, uno puede hacer callar verdades, lo cual es dañino para el progreso humano. Y si lo que se censura son por el contrario falsedades, ello resulta igualmente perjudicial ya que nos privamos de controversias y confrontación. En un tercer caso, uno puede silenciar verdades parciales. En dichas ocasiones, Mill aclara que tendemos a comportarnos como el “puercoespín”, queriéndonos defender de los argumentos contrarios y protegiendo los propios. (Dicho sea de paso, que de aquí surge la imagen de este animal como símbolo liberal). En definitiva, la existencia de modos de pensamiento antagónicos resulta vital. El peligro, entonces, no es el conflicto sino su ausencia.

Seguidamente, en el tercer capítulo, y en estrecha relación con lo recién expuesto, Mill subraya la importancia de la defensa de la individualidad frente a la tiranía de la opinión mayoritaria. Ante una sociedad uniforme, la existencia de caracteres activos y enérgicos se torna especialmente relevante para no callar el disenso ante una mayoría. Y de hecho, en su autobiografía, él escribirá acerca de “la importancia para el hombre y la sociedad de una gran variedad de tipos de carácter y de dar plena libertad a la naturaleza humana para expandirse en innumerables y conflictivas direcciones”.

Por último, en el cuarto capítulo, Mill realiza reparos sobre la intervención indebida del Estado. “Pedantocracia” es un término que él emplea en una carta dirigida a Comte aludiendo al “gobierno de los más competentes” y llama la atención sobre el peligro que conlleva la intervención del Estado que pretende justificar su accionar con base en la “eficacia”.

La vigencia de este autor y su pensamiento es insoslayable. En contextos donde una mayoría “lleva las riendas”, es necesario que los liberales aprendamos a hacer escuchar nuestras voces. Aprendamos de John Stuart Mill, y aprendamos a debatir.

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