Uno de los sofismas que más se repiten (como toda frase hecha, sin detenerse a pensar en el contenido) es que para los liberales, el pobre no vale nada. La defensa del libre mercado, según el imaginario populista, conlleva el desprecio al trabajador y preservar la libertad individual es un atentado contra los derechos colectivos.
Los antiliberales tienen banderas de frases/eslóganes que replican para defenestrar una filosofía de vida. Pero la realidad mata el cliché. Aparece una supuesta defensora de los pobres y humildes, exponentes de una política alienada absolutamente con la solidaridad, el bien común y la ayuda social y todos los argumentos se deshacen como migas de pan en la mano.
Victoria Donda no es liberal. Es más, ataca al liberalismo desde la médula de su pensamiento. Al frente del INADI, ella es la responsable de decidir si hay ataques xenófobos, discursos de odio, mentiras y difamaciones. Tiene la varita de la verdad y con ella, juzga.
El problema de los placares es que no vienen con buena cerradura. Y cuando se abrió el closet de Victoria Donda salieron sus propios espectros, imparables, a recordarle quién es la persona que oculta a la funcionaria. Y viceversa.
Así, fue su empleada doméstica -exponente de una minoría que debería ser bendecida por la justicia social que Donda enarbola- la que sufrió el escarnio de las responsabilidades individuales de la funcionaria.
Vaya golpe a la médula de los antiliberales. De un solo golpe, demostró que las palabras se las lleva el viento y -sobre todo- que lo que importa es lo que se hace, no lo que se dice:
- Donda tenía a su empleada doméstica “en negro” . Ella dice que no, que es fake news, pero la “coartada” no es muy sólida: siempre se usa la misma para responder cualquier tipo de denuncias. Lo que el abogado de la empleada doméstica dice es que de los 14 años trabajados, diez estuvo en negro.
- Donda le ofreció un cargo en el INADI a su empleada. Sin despeinarse, recurrió a las arcas del estado para que paguen lo que de su bolsillo no salía. Los cargos para los amigos y familiares, para los compromisos laborales personales, esa práctica corriente de los “contratos” . O sea, no sólo retaceaba los aportes que eran para el Estado, sino que seguía exprimiéndolos para su beneficio. El pez grande se come al más chico. Pero, ¿cómo? ¿No era que los liberales hacían eso?
- ¿Cómo explica Donda la responsabilidad social que tanto dice representar? ¿Cómo conecta la ética del trabajo, la educación, la oportunidad y la responsabilidad con su imagen como funcionaria? ¿Cómo puede ser defensora de pobres y minorías sin sonrojarse cuando ella misma dice que ofrece cargos (ñoquis) a personas solo por la cercanía que tiene a ellas?
¿Qué le sucede al corazón de los que buscan la justicia social? ¿No late con fuerza ante cada avasallamiento de los derechos humanos? ¿Sufrió un infarto ante este atropello?
Los clamores populares se multiplican con los populistas, no se mitigan. Donde surge una necesidad, hay un derecho, pontifican. Pero en la práctica, donde hay una necesidad, surge una explotación de la misma: cada vez más pobres aseguran el discurso de los que dicen combatir la pobreza. Ironías socialistas.
Y funcionarios como Donda (que los hay, los hay) marcan también las contradicciones de una forma de pensar que es estigmatizante -otra ironía para quien maneja el INADI-: “como sos pobre, yo te doy”. El funcionario-Dios que asiste al feligrés-esclavo, que no tiene sus aportes en regla pero es “coimeado” con un cargo sin funciones, más plata fácil, un subsidio camuflado, un plan disfrazado de contrato, para aliviar culpas propias y penas ajenas. En los pensadores liberales, los que según dicen, “no tienen corazón”, se defiende la propiedad privada, el mercado libre, la oportunidad para todos y el respeto por la libertad. Nada se “da”.
Donda es un exponente fiel de lo que genera la adicción al socialismo. Da su batalla atrincherada tras una silla del Estado, influye sobre alguien con menos oportunidades pero a la que obliga a prestarle obediencia y silencio. Servidumbre, aunque es una palabra tosca que el INADI vetaría, es la que más se adapta a sus intenciones.
El socialismo es una quimioterapia fallida que alejan al hombre de su salud. Mientras se llenan la boca (y cierran las puertas de los placares) proclamando los eslóganes de justicia social, la pobreza hace metástasis. Y mata.