“Como afirma Juan Bautista Alberdi, en el símbolo o escudo de armas argentinas aparece la misma idea, representada por dos manos entrelazadas formando un solo nudo sin consolidarse: emblema de la unión combinada con la independencia”. La cita encabeza el proyecto que el presidente Alberto Fernández envió al Senado para fundamentar el plan de las “capitales alternas” en el flamante “Gabinete Federal”. Y demuestra dos tesis: que el discurso del maestro del liberalismo argentino sigue vigente y que es tan elástico que todos los gobiernos, de todos los colores, pueden apelar a él.
Parafraseando a Gieco, somos los salieris de Juan Bautista.

Las contradicciones en política son tan frecuentes como inusual es el honor. Por eso Alberdi puede ser considerado un “liberalote” y al otro día honrar un texto con sus citas. Sin que nadie se ponga colorado. El hombre que condenó el estatismo y abrazó la libertad en todos los formatos existentes va y viene por el ideario argentino a piacere de los políticos de turno. Aún de los estatistas y los que se aferran al proteccionismo y el asistencialismo como política de Estado.
La explicación a este “fenómeno” discursivo la da Dardo Gasparré: “El pensador tucumano creía, además, que esa libertad era la base del bienestar, de la grandeza de las naciones y del progreso. Y esa fue su prédica. A diferencia de Bartolomé Mitre, que quiso imponer similares ideas por la fuerza, él lo hizo desde la persuasión, la razón y la solidez de sus fundamentos. Por eso Mitre, historiador de la posverdad, fue su enemigo, lo acusó de traidor, lo persiguió toda su vida y se opuso hasta a la publicación de sus obras. Alberdi le respondió con su monumental obra El crimen de la guerra, alegato contra la absurda contienda con Paraguay, que Mitre desencadena con un discurso galtieriano y con resultados, pese a la victoria pírrica, igualmente devastadores.
Nadie discute que Alberdi es el padre intelectual de la Argentina. Sin embargo, el país se aleja todos los días y deliberadamente de su prédica, como un hijo rebelde que se niega a aceptar que ha equivocado el camino. Sin embargo, cada vez que puede, apela a sus palabras. “Menos mal, no somos cualquiera”, dice Gieco en su canción. Sí, menos mal.