Cien millones más de pobres, ¿qué hacemos?
Hace unas semanas el Banco Mundial emitió un informe acerca del status de la economía mundial. Para finales del 2020, se estima que no menos de 100 millones de personas habrán caído en niveles de pobreza extrema. (Para los standards del organismo se entiende por pobreza extrema tener que vivir con menos de 1,90 dólares por día).
Entre 2015 y 2019, la cantidad de personas que se ubicaban en ese rango había descendido de 740 a 550 millones de personas. Ahora volverá a subir, y lo hará dramáticamente. Los gobiernos le echarán seguramente la culpa a la “pandemia”, pero no habrá sido la “pandemia”, sino en todo caso las medidas tomadas frente a ella, las que habrán generado tan catastrófico resultado.

Distintos países implementaron distintas medidas, en distintos
momentos y con distinto resultado.
Hablar de éxitos o fracasos constituye a nuestro juicio a estas horas una flagrante falacia contrafáctica. Todo el mundo, en alguna medida, habrá enfrentado una disminución de su PBI y lo que diferenciará a los países será una cuestión de grado.
Todos los países, entonces, deberán pensar qué medidas implementar para que la disminución del nivel de vida de sus habitantes, y particularmente del de los de sus franjas marginales,
pueda revertirse con celeridad.
No intentamos en este artículo repartir culpas ni plantear escenarios alternativos a algo que ya ocurrió. Lo que planteamos es en cambio la pregunta: ¿“qué vamos a hacer con esto”?
Usualmente los gobernantes tienden a apelar a respuestas estatistas, cortoplacistas y definitivamente miopes: incrementar el asistencialismo, promover “shocks de consumo” u obras públicas como presuntas “motorizadoras keynesianas” de la economía, exacerbación de desequilibrios y abandono de toda disciplina fiscal (mientras haya con qué financiarlos, claro)
Desafortunadamente, todas estas medidas, como dijimos, cortoplacistas y miopes, solo conducirán a profundizar la crisis y demorar la recuperación.
Y esos 100 millones de pobres no pueden seguir esperando. Si todavía hay quienes pueden prescindir de toda productividad y dedicar sus días a cocinar, leer, hacer música, convertir su living en improvisado gimnasio, maratonear en Netflix, pintar mandalas, convertirse en youtubers aficionados y hasta declararse aburridos, muchos otros, básicamente cuentapropistas y sobre todo los de los escalones más vulnerables, se encuentran en un estado de angustia e impotencia.
¿Qué proponemos entonces en cambio? Como mínimo, estas tres cosas:
- Una apertura total de la economía, incluyendo las fronteras internacionales, reducción de aranceles y libre tránsito de personas y mercaderías, con foco en la responsabilidad individual. Basta ya de confinamientos paternalistas y demás medidas absurdas, atentatorias contra libertades esenciales y para colmo, ineficientes.
- Drástica reducción de impuestos y correlativa reducción del gasto público, que libere recursos para las actividades productivas que el mercado demande. A ver si de una vez nos convencemos de las virtudes del orden espontáneo frente a las arrogancias planificatorias de los burócratas de turno.
- Eliminación de todo control de precios que incluya una radical desregulación laboral, de modo tal que las personas puedan concertar libremente sus salarios y demás condiciones de trabajo, sabiendo desde ya que no importa cuán bajos sean al principio, los salarios reales irán aumentando por sí solos en la medida en que aumente la productividad.
Todo esto que exponemos no es producto de una mente afiebrada ni de un delirio trasnochado. Es simplemente copiar, con humildad, lo que han hecho todos los países que han progresado. Es aprender a imitar modelos exitosos y alejarnos de lo que ha probado ser un fracaso rotundo una y otra vez.