19/10/2025

¿No será que todos los trabajos son más “esenciales” de lo que se creía?

Atención, bolcheviques: todos los trabajos son esenciales

El mundo sigue girando. Gira sobre su eje, gira alrededor del sol, y sigue girando también sobre los mismos temas. Es frustrante: llegamos a noviembre y seguimos con los mismos debates que sosteníamos en marzo. De nuevo el Reino Unido, Francia y Bélgica han impuesto confinamientos severos. En España, la región de Andalucía ha adoptado medidas drásticas y en Italia, por estas horas, también hay voces que se unen al coro del “pro-lockdown”.

Como inmediato corolario de tales decisiones, los gobiernos se autoatribuyen la capacidad de decidir qué actividades pueden continuar y cuáles no. Evidentemente, “no todos somos iguales a los ojos gubernamentales”. Algunos gozan de una mirada benevolente mientras que otros son conminados a cerrar sus puertas sin miramientos. Así pues, el afortunado emprendedor que decidió abrir un almacén goza del beneficio de la “esencialidad” en tanto que quienes hayan elegido abrir un restaurant, una zapatería, un gimnasio, un teatro o una juguetería, quedaran excluidos de dicha etiqueta. Porque “no son esenciales”.

Esto nos genera dos órdenes de reflexiones complementarias.
La primera: todos los trabajos son esenciales. Primero, y más que nada, para quienes los ejercen, porque de ellos viven. ¿Tal es la miopía que les generan a los gobernantes sus “sueldos seguros” que no se dan cuenta de que los “no esenciales” tienen necesidades “esenciales”? ¿Tal el lavado de cerebro generado por los medios de comunicación sobre la población en general que muchos suscriben esa idea de pulverizar impiadosamente los ingresos de sus semejantes? ¿Tal el grado de anestesia moral fomentado desde el terror sanitario que mucha gente acepta mansamente medidas que –imaginamos- ni el mismísimo Stalin se hubiera atrevido a imponer?

Y la segunda. si el lockdown pudo sostenerse lo fue, en gran medida, gracias a los no esenciales. Porque cuando el gobierno “nos encerró”, ¿en qué actividades nos refugiamos para sobrellevarlo? ¡Pues en las no esenciales, claro!
Escuchar música, leer libros, maratonear series, jugar videojuegos, asistir a cursos online, anotarnos en sesiones de gimnasia y seguir clases de cocina a distancia amenizaron los días y noches de nuestra “prisión domiciliaria”. Todo “no esencial”.

¿No será que todo eso era más “esencial” de lo que pensábamos? ¿No será que si todavía nuestra salud mental no terminó de sucumbir lo es porque de alguna manera logramos disfrutar los frutos del trabajo de los “no esenciales”?


La película distópica

Cuando este virus haya pasado a la historia, podemos imaginar que Hollywood produzca una película sobre “Un mundo sin no esenciales”: una pintura sombría y opaca de un planeta sin bares ni restaurantes, sin recitales ni cines ni teatros, un mundo sin museos ni libros, un mundo sin baile ni risas. ¿Distópico? Por supuesto.
Pero imaginar ese guión hipotético tal vez nos conduzca a revisar las arbitrarias premisas de la “esencialidad”.

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