En el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, en honor a todas las personas que participaron en este conflicto bélico, Miguel Ángel Troitiño, Capitán de Navío de Infantería de Marina (R), escribe una carta a quienes dejaron su vida y honor por la patria. Troitiño recuerda la arenga pronunciada por el Contraalmirante Busser en la víspera del desembarco en Malvinas y la contundente respuesta de aquellos soldados. Y le pone nombre propio a nuestros héroes.

Hoy recordamos y realizamos un homenaje a nuestros veteranos y a aquellos que dieron su vida en defensa de nuestra soberanía, durante el conflicto del Atlántico Sur, por nuestras Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y el espacio marítimo correspondiente. En la víspera del desembarco en Malvinas, a través de los altoparlantes de los buques que conformaban la Fuerza de Tareas 40, se escuchó lo siguiente:
“…no dudo que el coraje, el honor y la capacitación de todos ustedes nos darán la victoria. Durante mucho tiempo hemos venido adiestrando nuestros músculos y preparando nuestras mentes y nuestros corazones para el momento supremo de enfrentar al enemigo”.
“Ese momento ha llegado. Mañana mostraremos al mundo una fuerza argentina valerosa en la guerra y generosa en la victoria. Que Dios los proteja”.

Es un fragmento de la arenga pronunciada por el Contraalmirante Busser, Comandante de la Fuerza de Desembarco, al personal que, el 2 de abril de 1982, desembarcó y recuperó nuestras Islas Malvinas. La respuesta que dieron los soldados argentinos que escucharon esa proclama, no puede dejarnos de enorgullecer y sentirnos responsables de mantener vivo su recuerdo y honrarlo:
Desde nuestros hombres que conformaron esa Fuerza de Tareas Anfibia y cumplieron la misión de recuperar nuestras islas, entre los cuales surge el primer caído en combate: el Capitán Giachino, pasando por nuestros submarinistas que con el “Santa Fe” se batieron valientemente en Gritviken y que con el “San Luis” dieron muestras de un aplomo inconmensurable, sumergidos bajo la flota enemiga.
Recordar a nuestros marinos, que en la figura del Capitán Gómez Roca, mostraron lo que significa honrar la tradición naval, al morir en el puente de mando de su buque, a sus hombres, los que lo acompañaron en su sacrificio y a los que les tocó llevar la nave de regreso a casa, con toda la tripulación a bordo, pese al daño sufrido. A aquellos 323 del Crucero General Belgrano, como el Cabo Segundo Ramírez, oriundo del Chaco, el Conscripto Sajama, de Jujuy, o el Guardiamarina Torlaschi, de Bahía Blanca, que el destino los condujo ante Dios. Pero también a los 1093 que se batieron en la sublime epopeya de la supervivencia, hombres liderados por un Comandante y un Encargado de Unidad que quedaron hasta el último segundo posible a bordo, hasta asegurarse que todos habían evacuado el buque.

Los mismos riesgos que afrontaron aquellos que, en su afán de apoyar esta gesta, entregaron sus vidas, como el Contramaestre Rupp, primer marino mercante caído, entre otros 15 de la Marina Mercante y de la Prefectura Naval, pertenecientes al Transporte Isla de los Estados y otros mercantes y pesqueros. Recordar a esos aviadores de nuestras queridas Fuerza Aérea y Aviación Naval, que pusieron en juego sus vidas en misiones extremas, sin la más mínima certeza de regreso, infligiendo al enemigo enormes daños, hombres tales, como los capitanes Vázquez y Castillo, o los tenientes Márquez y Zubizarreta, que dieron todo, hombres que hoy y por siempre serán reconocidos por el mundo por su destreza y arrojo.
Recordar a esos bravos del Ejército Argentino, que se batieron en terribles combates: defendiendo, infiltrándose, contraatacando y protegiendo el repliegue de sus compañeros. Hombres como el Teniente Estévez o el Sargento Sbert, enormes en momentos en que el deber demandaba aplomo, decisión y valor, gigantes al entregar sus propias vidas cubriendo a sus camaradas. Recordar al Conscripto Poltronieri, y en él a todos los valerosos soldados que se batieron como verdaderos hombres ante el enemigo. Me detengo en él como ejemplo, por “constituirse durante toda la campaña en ejemplo permanente de sus camaradas, por su espíritu de lucha, sencillez y arrojo, ofreciéndose como voluntario para misiones riesgosas. En los combates desarrollados en las zonas de los montes Dos Hermanas y Tumbledown, operó eficazmente con una ametralladora, deteniendo ataques enemigos. Fue siempre el último en replegarse, resultando sobrepasado en ocasiones por los ingleses. Dos veces se lo tuvo por muerto, pero logró reunirse con su Sección y siguió combatiendo con igual decisión y eficacia”, descripción que define la condecoración por él recibida de “La Nación Argentina al heroico valor en combate”.
Recordar a esos Infantes de Marina que, durante la defensa de nuestras islas, soportaron intenso fuego naval y de artillería, combatieron cuerpo a cuerpo, pidieron apoyo de fuego sobre sus propias posiciones, ofrendaron la vida de soldados de la talla del Suboficial Castillo, entre otros, que sufrieron el último hombre muerto en combate en la guerra, y que debieron cumplir la orden de rendirse, replegándose desfilando con sus armas, siendo reconocidos por el enemigo.

Ellos y muchos más, dejaron muestras de coraje, honor y de amor a la Patria…a esa Patria que todos nosotros hemos aprendido a querer desde pequeños, desde nuestros hogares, en la escuela y cada vez que la vida nos encuentra frente a nuestra enseña celeste y blanca, entonando las estrofas de nuestro Himno Nacional.
¿Cómo no conmoverse ante semejante historia? ¿Cómo no comprometerse a honrar el legado y el ejemplo? ¿Cómo no mantener viva, entonces, la responsabilidad de continuar, por una ARGENTINA mejor?.
Hoy, a 43 años de estos hechos, recordar a aquellos que les tocó defender a nuestra Argentina en el Atlántico Sur, nos debe llamar a reflexionar y reforzar en cada uno de nosotros los valores más preciados a preservar y defender: nuestra Patria, nuestra Familia, nuestra Tierra.
Con el respetuoso recuerdo de los que entregaron sus vidas por esos valores.