11/09/2025

El “hilo rojo” (y prohibido) que unió a Lola Mora y Julio A. Roca y que César Pelli inmortalizará en Jujuy

Julio A. Roca, Cesar Pelli y Dolores Candelaria Mora Vega (Lola Mora). (Marcos Olivera)

Primera parte

La historia que voy a contar, y que ustedes van a leer, es –con seguridad– una de las diez más fascinantes vividas a lo largo de los doscientos catorce años de la Argentina tal cual la concebimos de 1810 en adelante.

Involucra a uno de los tres presidentes más emblemáticos de nuestra repúblicaque no es ni Juan Domingo Perón ni don Hipólito Yrigoyen, aclaro por las dudas-; a la artista plástica – por lejos– más reconocida por su talento y personalidad en nuestro país y en América Latina; y como un broche de diamantes de Tiffanys, la participación póstuma del “Messi” de la arquitectura y el diseño a nivel planetario.

Todo eso en un escenario único, una geografía que no ahorró pinceles y de belleza singular: Jujuy.

Sí, la historia que les voy a contar tiene como protagonistas centrales al general Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Nación, artífice de la llamada “Generación del Ochenta”, y padre fundador – junto a Bartolomé Mitre– de la Argentina moderna que emergió tras las guerras civiles de la primera mitad del siglo XIX. A Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora. Y a César Pelli, el hombre que tocó el cielo con sus rascacielos más emblemáticos como las Torres Gemelas Petronas de Kuala Lumpur, Malasia, el Word Trade Center de NY (escoltaban las Torres Gemelas arrasadas el 11S de 2001), el Salesforce Tower de San Francisco, en USA, la 200 Sesey Street de Manhattan. The Landmark en Abu Dabhi. El Cheung Kong Center de Hong Kong, el Nihonbashi Mitsui Tower de Chuo, Japón, o alcanzó el paraíso arquitectónico con el Osaka National Museum of Art, de Osaka Japón.

La historia de amor secreto y prohibido entre el entonces presidente Roca y la entonces joven, talentosa y libertina Lola Mora es digna de una gran novela romántica de época que seguramente no tardará en publicarse. Los amantes rompieron todas las convenciones y prejuicios de su tiempo. Él, ya durante su segundo mandato como presidente de la República, no sólo la visitaba a su atelier de Roma cada vez que viajaba a Europa, sino que hasta le otorgó un subsidio de 200 pesos argentinos para solventar los gastos de su artista “favorita”. Ella le correspondió con notable desparpajo y audacia, incluyendo la inconfundible imagen de Roca, calvo, barbado y de gesto adusto en uno de sus trabajos más notables: el bajorrelieve que ensalza la gesta de la Independencia del 9 de julio de 1816, que hoy puede verse en la Casa de Tucumán. El detalle es sugerente, Lola Mora incluyó a su amante en una escena histórica ocurrida 27 años antes que Roca hubiera nacido.

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Tan poderoso resultó el vinculo, que a la muerte de Roca sucedida el 19 de octubre de 1914, y especialmente tras el ascenso al poder del radicalismo con la figura emblemática de Hipólito Yrigoyen, dos años después, comenzó una sucesión de eventos desafortunados en la vida artística y personal de Lola Mora. Ella quedó marcada como un símbolo del régimen “falaz y descreído” (en las palabras de Leandro N. Alem en medio de la llamada Revolución del Parque) y poco a poco fue cayendo en el descrédito. Lola Mora fue también una víctima de la cancelación woke de una sociedad pacata y machista en extremo. Para 1918 relegaron su maravillosa Fuente de las Nereidas a la Costanera Sur (bien lejos del gran público) bajo el pretexto de que su versión del nacimiento de Venus, con tritones y nereidas desnudos y la diosa del amor sentada sobre una valva, eran “insoportablemente” escandalosas.

No conformes con el retiro y ocultamiento de su obra, se desató una furibunda campaña de desprestigio basada en chimentos de baja estofa. Sugirieron que su libertinaje sexual incluía amores con otras mujeres de la sociedad porteña o, contradictoriamente, que en su estancia romana que se extendió hasta 1900, había tenido en paralelo un romance con el poeta italiano Gabrielle D´Annunzzio.

Lola Mora fue también una víctima de la cancelación woke de una sociedad pacata y machista en extremo

Pero fue en 1921, y según algunos historiadores, cuando a instancias y sugerencia de Marcelo T. de Alvear, ya candidato a suceder en la presidencia a Yrigoyen, cuando los radicales en el poder decidieron borrar de la faz de la vida pública de la Argentina la obra más visibilizada de Lola Mora: la serie de seis esculturas (que representaban la Libertad, el Progreso, el Comercio, la Justicia, el Trabajo y la Paz) que originalmente había sido colocadas – en 1907- en el frente del Congreso Nacional.

¿Y adonde las enviaron los censuradores de turno (las llamaron “adefesios horribles”)? A la provincia más alejada de Buenos Aires en ese momento (recordemos que para ese entonces Tierra del Fuego y la Patagonia eran apenas territorios nacionales sin estatus de provincias): Jujuy. A casi 2.000 kilómetros del punto cero del poder político argentino. Un verdadero destierro cultural.

La obra póstuma del extraordinario arquitecto Cesar Pelli será, para toda la eternidad, el Museo Lola Mora, que se construye por estos días en Jujuy.

Pero como la divina providencia o el karma siempre equilibran la balanza de la justicia, el entonces gobernador de Jujuy, el joven radical Horacio Carrillo Padilla, aceptó hacerse cargo de las 6 obras de Lola Mora que desde Buenos Aires había sido condenadas al destierro, y las preservó para el patrimonio cultural de los argentinos, re instalándolas en el frente de la casa de Gobierno jujeña y en distintas plazas y parques de San Salvador.

Noventa y siete años después de ese pecado venial que implicó el destierro del Congreso Nacional (para ser justos hay que consignar que Cristina Fernández de Kirchner impulsó una reparación simbólica en 2015 con la re instalación en el Congreso de algunas de las estatuas de la tucumana a través de un sistema copia en 3D) de las obra de Lola Mora, el ex gobernador Gerardo Morales (por esos avatares, también radical como Carrillo Padilla) y su mujer Tulia Snopek viajaron en febrero de 2018 a New Haven (allí desde 1701 funciona la mítica Universidad de Yale), Connecticut, donde vía el “Messi” de los arquitectos, con un mandato tan audaz como las obras de la artista: convencer a César Pelli para que diseñara el futuro Museo y Centro Cultural Lola Mora, que estaría emplazado en los Altos de la Viña, el mirador que domina el valle de San Salvador, la Yunga jujeña, la Puna y la Quebrada.

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Y otra vez el amor y sus vericuetos – como en el romance prohibido de Roca Lola Mora más de un siglo atrás- metieron la cola. Pelli tenía por entonces 91 años y estaba transitando la dolorosa pérdida de su esposa de toda la vida, Diana Balmori Ling, que había sucedido en noviembre de 2016. Diana había nacido en 1932 en Gijón, España, y había emigrado a la Argentina de niña. Su familia se radicó en Tucumán y se graduó en la UNTuc a los 20 años. Allí conoció al amor de su vida (César Pelli) y para 1950 se casaron.

Ambos emprendieron un camino de excelencia profesional. Balmori fue una archi conocida arquitecta paisajista, profesora y diseñadora urbana, multi premiada en los Estados Unidos (creo su propia empresa, Balmori Associates) y una excepcional compañera de ruta de Pelli, tanto profesional como personalmente, a lo largo de 66 años de vida.

La pérdida física de su mujer impactó notablemente en los sentimientos de Pelli. Y fue justamente ese disparador (el del recuerdo de sus amores juveniles) el que resultó decisivo para que éste, a los 91 años, y con dos trabajo en marcha de una magnitud y volumen extraordinarios (la remodelación de San Francisco a partir del Salesforce Transit Center, un edificio de 500 metros de largo que conecta la red de ómnibus y trenes de la ciudad y tiene un parque de 2.2 hectáreas en su terraza, y el Museo de Historia Natural de Chengdu, en China, un espacio de casi 63 mil metros cuadrados) le dijera sí al desafío que le llevó Gerardo Morales.

Pelli, hipersensibilizado, recordó entonces que él y Diana había concretado su luna de miel – modesta y de cabotaje– recorriendo en centro de San Salvador, las Yungas y la Puna jujeña, cuando ni en el más remoto de los sueños imaginaban que se convertirían en dos celebridades globales. En las maletas de esa luna de miel de hace 74 años (se casaron en 1950) había también espacio – sin que César y Diana lo supieran– para una reparación histórica: la de resignificar a los ojos de los argentinos las seis obras de Lola Mora censuradas en 1921 por su vínculo amoroso con uno de los próceres del liberalismo argentino, Julio Argentino Roca.

El Museo Lola Mora, la obra póstuma de César Pelli, se construye en la Yunga jujeña. (Marcos Olivera)

Un verdadero tesoro cultural que me llegó de boca del ministro de Turismo de Jujuy, Federico Posadas, días atrás y que merece un tratamiento especial. Tan especial como sea posible para una de las historias más circulares y paradigmáticas de esa Argentina que lucha a brazo partido contra la banalidad y el olvido. Y que tendrá, desde abril de 2025, un final feliz, entre otras cosas, porque el Museo Lola Mora será de aquí y hasta la eternidad la obra póstuma que legó a la humanidad ese Apolo de la arquitectura que fue, y es, el gran César Pelli.

Por: Daniel Olivera / Fotos: Marcos Olivera

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