Hace un año, el voto masivo por el cambio marcó un quiebre histórico en Venezuela. Hoy, entre la resistencia ciudadana, el colapso del modelo chavista y una economía popular en ascenso, la transición avanza sin marcha atrás, con la sociedad como protagonista y un futuro que ya no pertenece al régimen. Un artículo de Keyla Dugarte, economista y analista política de Ladies of Liberty.

Hace un año, el 28 de julio de 2024, Venezuela vivió un punto de inflexión histórico. La ciudadanía, agotada por décadas de autoritarismo, hiperinflación y desarraigo, acudió a las urnas y votó por un cambio de rumbo. Fue mucho más que una elección: fue un pronunciamiento inequívoco de una sociedad que eligió libertad, dignidad y futuro.
Hoy, el país sigue bajo el poder formal de la dictadura. Pero el poder político real —el que otorga legitimidad y dirección— ya comenzó a desplazarse. La transición no es una promesa: es un proceso en curso que se expresa en lo simbólico, en lo institucional y en la reorganización interna de fuerzas. Como bien expresó María Corina Machado: “Venezuela ya decidió. No hay marcha atrás.”
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Mientras en España cuatro de cada diez ciudadanos temen no tener pensión pública, Dinamarca brilla con un sistema de jubilación sostenible y confiable.
Con un modelo de tres pilares —público, complementario… pic.twitter.com/Rp98zaWLzu
La fractura del modelo: sin narrativa ni rentas
Desde una perspectiva económica, el colapso del modelo rentista y clientelar es irreversible. El chavismo dejó de ser un proyecto político para convertirse en una maquinaria de retención del poder sin visión, sin narrativa y sin rentas que redistribuir. El declive de PDVSA, el aislamiento financiero, las sanciones y la pérdida de control sobre activos estratégicos erosionaron la capacidad del régimen para sostener el esquema de dependencia que construyó durante años.
El país, sin embargo, no está paralizado. Emergió una economía popular que —aunque informal y fragmentada— representa una búsqueda de autonomía y reconstrucción desde abajo. La ciudadanía tomó el timón mucho antes de que lo hicieran las élites. La lógica de supervivencia se transformó en una lógica de resistencia activa, y luego, en voluntad de cambio.

La elección como quiebre del orden simbólico
El 28J marcó un quiebre, no solo del orden institucional, sino del imaginario colectivo. La figura de Edmundo González Urrutia, con su sobriedad diplomática, y el liderazgo frontal de María Corina Machado lograron articular una fórmula inusual pero potente: autoridad moral y mandato ciudadano. Mientras el régimen apelaba al ventajismo, la censura y la represión, la oposición construyó un consenso ciudadano sin precedentes.
Lo que ocurrió el 28J no fue un evento aislado, sino un hito en la reconstrucción del pacto republicano. La sociedad le dijo “no” a la sumisión, al miedo, a la mediocridad estructural. Eligió la esperanza con claridad y disciplina.
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Transición sin calendario, pero con dirección
La transición venezolana no tiene fecha oficial ni hoja de ruta firmada, pero está en marcha. Cada declaración internacional, cada pronunciamiento ciudadano, cada fisura dentro del régimen, da cuenta de un fenómeno que ya no depende de concesiones de la dictadura, sino de la reconfiguración paulatina de la legitimidad política y económica.
El chavismo, en cambio, está encerrado en un presente sin proyección. Su capacidad de control se desgasta ante una sociedad que aprendió a resistir, a organizarse y a mirar hacia afuera. La diáspora —que supera los 7 millones de personas— presiona desde el exterior, no solo con remesas, sino con influencia política, redes cívicas y visión global.

Claves económicas para una reconstrucción viable
Desde lo económico, la transición exigirá más que un programa de estabilización. Requiere un cambio estructural del marco institucional, la reconstrucción de la propiedad privada, el restablecimiento de la seguridad jurídica y una nueva relación con los mercados internacionales. Todo esto deberá ocurrir en paralelo a una reinserción gradual en los organismos multilaterales, con especial énfasis en la transparencia y la rendición de cuentas.
Lo que está en juego es más que una alternancia: es la posibilidad de restaurar una economía de mercado con rostro humano, donde el crecimiento no sea privilegio de pocos, sino una vía concreta para rescatar la movilidad social perdida.
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El rol de la comunidad internacional
Para consolidar este proceso, la comunidad internacional no puede seguir operando en clave reactiva. Se requiere una estrategia sostenida, coordinada y coherente que acompañe los avances de la oposición democrática, sancione con firmeza las violaciones de derechos humanos, y apoye activamente la transición institucional.
Las palabras ya no bastan. Se necesita voluntad política —y audacia diplomática— para reconocer que el punto de no retorno ya fue cruzado. Venezuela no necesita tutelaje, pero sí respaldo realista: con presión, incentivos y compromiso con una salida democrática y pacífica.

El régimen lo sabe, la sociedad ya decidió
A un año del 28J, el régimen sigue resistiendo desde el poder formal, pero ya perdió el poder simbólico. La narrativa del miedo, la dominación y la resignación fue reemplazada por la esperanza, el coraje y el mandato de cambio.
Como analista política y economista, lo leo con claridad: la transición ya no es una hipótesis, es una realidad en construcción. Las tensiones aumentarán. Las maniobras del régimen se volverán más desesperadas. Pero el futuro ya cambió de manos.
La Venezuela que eligió libertad no retrocede. La historia, esta vez, está del lado de los ciudadanos