
Mauricio es Macri. Lo fue y lo será hasta el último de sus días. Así como nunca pudo tolerar que Carlos Bianchi fuera el factotum de la grandeza futbolera de Boca a principios de éste siglo, tampoco puede superar el trauma psicológico narcisista que lo afectó y lo afecta.
La patología narcisista convierte a un individuo en alguien que exhibe un aire de superioridad “irrazonable” y necesita constantemente la admiración excesiva de los demás. Siente que merece tener privilegios y recibir un trato especial. Espera que los demás reconozcan su supuesta superioridad, incluso sin haber hecho nada (o demasiado) para ser merecedor de los halagos.
La conducta del hijo mayor de Franco Macri es de manual. Sólo que ahora debe competir contra un “alter ego” que lo superó en todo. Es más joven (tiene 53 y él 65), es unos tonos más rubio, tiene sus mismo ojos celestes y conquistó el poder en mucho menos tiempo que él (en 3 años pasó de panelista de tele a Presidente), con más votos que él y con una billetera incomparablemente más flaca que la de él.
Anoche el ex presidente eligió un espacio en el barrio de La Boca (su punto de geo referencia universal) para retomar la conducción del PRO, esa herramienta política que concibió para escalar a la cima del poder en 2015, cuando él se auto percibía como un “neoperonista con sutiles toques de liberalismo”.

Y más allá del sustrato político de sus palabras, lo más rico y sustancioso fueron sus posturas actitudinales.
Volvió al viejo mantra desaforado del “No se inunda más Carajo”, como si la frase disruptiva que popularizó en la campaña en la que perdió la reelección lo volviera “al futuro” en el que él (Mauricio Macri) podía mirar a los demás desde la altura de una plataforma 360 grados.
Arengó a la tribuna (con demasiado fan de edad madura y poco joven) al grito pelado, como si estuviera en la Bombonera y Boquita ganara en tiempo de descuento. Transpiró la camiseta como un rock star, pero no se animó a cambiar su saco azul con camisa clara por una campera y una remera de Génesis o Deep Purpple. Como en su gobierno, quiso romper con los moldes preestablecidos pero no se animó a ir en séptima a fondo.
Y tuvo su oportunidad. Pero la dejó pasar. Él, lo hubiera gritado a boca de jarro. Pero Mauricio Macri no es “Él”. Y cuando tuvo que contar como era eso de “ayudar a quien no está dispuesto a dejarse ayudar”, confesó en tono íntimo que le dijo a “Él” que en el siglo veintiuno “nadie se casa sin antes conocerse y convivir. Bahhh, en realidad le dije una frase un poquito más fuerte”, bromeó sin darse cuenta de su propia paquetería.
En el siglo veintiuno, Mauricio Macri, la gente dice “coger” sin que a nadie lo asuste ni incomode.
“Él” hubiera dicho “coger”. Esa, es una diferencia imposible de salvar a la vista de la opinión pública.



