20/10/2025

¿Puede América soñar con el modelo nórdico?

Replicar el éxito de los países nórdicos en el continente americano implica mucho más que aumentar impuestos o expandir el Estado: exige una transformación profunda en la cultura cívica, la transparencia institucional y la productividad económica, construyendo confianza en las instituciones y fomentando una ciudadanía activa y responsable.

¿Podría el continente americano copiar el modelo nórdico con el que tanto se sueña? Solo si está dispuesto a transformarse desde sus raíces.

Es común que los defensores del socialismo hagan referencia a los países nórdicos como ejemplo de “Estado de bienestar exitoso”. Pero antes de siquiera intentar replicarlo, hay que entender algo fundamental: los países nórdicos no son socialistas, ni son ejemplos de un Estado grande por sí mismo.

Son capitalismos altamente desarrollados, donde el emprendimiento y el libre mercado fluyen sin trabas ni castigos a la riqueza ni al éxito. Su Estado de bienestar está bien financiado, es funcional y se sostiene gracias a una ciudadanía con altos niveles de compromiso cívico y transparencia institucional.

Para replicar algo similar en América (tanto del Norte como del Sur) no basta con subir impuestos y repartir subsidios. Se requieren transformaciones profundas: culturales, institucionales y económicas. El corazón del modelo nórdico no son los impuestos altos, sino la confianza: Confianza en que los impuestos se usarán bien. Confianza en que el vecino no abusará del sistema. Confianza en que los políticos rinden cuentas y son severamente castigados al incumplir en sus funciones.

En el continente americano, lo que domina es la desconfianza. Desde Canadá, donde aún existen cuestionamientos sobre la eficiencia del gasto público, hasta Argentina, donde el clientelismo y la corrupción están profundamente arraigados.
Sin una cultura cívica sólida, cualquier intento de expandir el Estado solo agravará los problemas.

Gran parte de la economía latinoamericana es informal. Esto hace inviable una recaudación suficiente sin castigar a los pocos que sí están en regla. Incluso en Estados Unidos, hay sectores con alta informalidad, especialmente entre inmigrantes o trabajadores por encargo (gig workers).

En cambio, en los países nórdicos casi toda la economía es formal, gracias a que los trámites son mínimos, claros y transparentes. Eso permite que todos contribuyan y que se pueda redistribuir con justicia. La alta formalidad permite que muchos paguen impuestos, y que se pague mucho, pero con una diferencia crucial: esos impuestos se reflejan en servicios públicos de calidad. En América, la educación y la cultura cívica están diseñadas para sostener a políticos corruptos en el poder. Predominan el populismo, la inmediatez y el culto al caudillo.

Se vota por quien “regala más” o “castiga al rico”, no por quien hace propuestas serias a largo plazo. Y esto de se debe a que en muchos países americanos el sistema educativo está politizado. Hay fuga de cerebros brillantes a otros lugares del mundo y la productividad laboral es baja.

Sin una economía fuerte, no hay cómo sostener un Estado fuerte. En los países nórdicos, la política se trata más de gestionar que de redimir. Hay racionalidad electoral, tolerancia al largo plazo y una cultura ciudadana activa.

Para avanzar, América necesita reformar la educación para incluir pensamiento crítico, economía básica y responsabilidad ciudadana. Y cambiar el incentivo del voto: que votar por populistas tenga consecuencias visibles y rápidas.
En los países nórdicos, la administración pública es meritocrática, eficiente, tecnológica y con indicadores de desempeño.
En muchos países americanos, la burocracia es lenta, politizada y corrupta. El aparato público se usa como botín político, no como servicio al ciudadano.

El cambio debería centrarse en despolitizar la administración pública apostando por tecnología en la gestión estatal y castigar severamente la corrupción (con consecuencias reales). Las economías escandinavas son abiertas y competitivas, con empresas que generan valor global y exportan innovación y tecnología.

En América, muchas economías dependen de materias primas, tienen baja innovación y poca productividad. Para acercarnos al nivel nórdico es necesario apostar por educación técnica y superior de calidad. Estimular la creación de empresas de base tecnológica. Y eliminar barreras burocráticas a la innovación.

No, América no puede importar el modelo nórdico como si fuera una app. Es un proceso que puede tomar varias generaciones. Pero sí podemos aprender de sus principios: confianza, responsabilidad, transparencia, productividad.
Y mientras tanto, es urgente buscar soluciones realistas y descentralizadas: modelos privados, acuerdos laborales voluntarios, fondos solidarios y educación para la libertad.

Pero y a todo esto… ¿Por qué tanta fe en el papá Estado? Incluso dentro de los propios países nórdicos, hay pensadores liberales y libertarios que cuestionan el costo psicológico y moral del Estado de bienestar. ¿Por qué depositamos en el Estado la responsabilidad de resolver todo? ¿Por qué esa urgencia por deslindarnos del esfuerzo que implica cuidar nuestra salud, ahorrar para el retiro, o planear nuestra maternidad?

¿Por qué dejarle al gobierno la decisión sobre aspectos tan íntimos y cruciales de nuestra vida? Si estás dispuesto a entregar el 40 o 50% de tu ingreso al Estado para que lo administre, ¿por qué no usar ese mismo dinero para invertirlo tú, en un fondo de retiro que elijas, en un seguro médico que se adapte a tus necesidades, o en herramientas que te permitan cuidar mejor a tu familia? Delegar todo al gobierno no solo es ineficiente en muchos países, también puede ser una forma de renunciar a tu libertad y tu autonomía. La verdadera emancipación no es depender de un sistema que te protege, sino tener el poder y las herramientas para protegerte tú misma.

El bienestar no siempre viene del Estado. Muchas veces empieza entre ciudadanos organizados y comprometidos con el cambio, desde abajo hacia arriba.

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