18/05/2025

Mientras más abierta sea la sociedad, menos necesitará de regulaciones para crecer

Conforme las sociedades evolucionan y avanzan las tecnologías, las relaciones interpersonales se van adaptando a los fines de participar de aquella evolución y disfrutar en la mayor medida posible de sus beneficios. De manera paralela, la información existente se incrementa pero también se fragmenta en mayor medida y disemina entre todos los actores sociales. Asimismo, el flujo y las variaciones en aquella información se vuelven cada vez más frecuentes y veloces.

Esta circunstancia ofrece dos alternativas a las dirigencias políticas del mundo: Por un lado existe la posibilidad de regular aquellas nuevas situaciones a los fines de ajustarlas al derecho concebido por la autoridad; por otro lado cabría la posibilidad de permitir el libre desenvolvimiento de las nuevas actividades y, llegado el caso, desentrañar la norma de conducta implícita en las mismas.

La opción que las dirigencias políticas escojan no es, sin embargo, irrelevante. Por el contrario, afectará de manera directa tanto la velocidad de aquella evolución como la eficiencia en los recursos administrados, al tiempo que enviará incentivos específicos a las personas para su desenvolvimiento futuro.

La primera opción es típica de sociedades tribales, precarias, caracterizadas por la definición centralizada de los objetivos (sociedades teleológicas). La segunda se desarrolla naturalmente en las complejas sociedades abiertas de nuestro tiempo (sociedades nomocráticas).

Sucede que la evolución referida y el mayor disfrute y alcance de sus beneficios, depende directamente de la más eficiente combinación de aquella información. Por lo tanto, a los fines de posibilitar dicha combinación, las normas de conducta deben necesariamente tender hacia su abstracción a medida que la información se incrementa. El regreso a los principios jurídicos básicos como la libertad, la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos, resulta fundamental en este sentido.

Pretender lo contrario, es decir abogar por la regulación centralizada de las relaciones y actividades, necesariamente conducirá a un resultado menos eficiente debido a la imposibilidad material de cualquier ente regulatorio monopólico de acaparar tanta y tan variada información; consecuentemente, obstaculizará el natural surgimiento de resoluciones alternativas, reducirá la utilidad de los intercambios interpersonales y afectará el vital desarrollo y transferencia de la información, desarrollando incentivos adversos entre los sujetos.

Es en ese sentido que F. Hayek nos alertó respecto a los peligros del racionalismo constructivista, entendido como aquel que nos conduce a confundir la magnífica capacidad humana de razonar frente a los hechos con la actitud megalómana de pretender ordenar autoritariamente las relaciones humanas de conformidad a tal razonamiento.

Las normas de conducta en la sociedad abierta se desarrollan precisamente por la incapacidad de acumular toda la información existente, y es por esta misma circunstancia que no deben perseguir resultados específicos sino tan sólo facilitar los intercambios entre las personas, a los efectos de que estas puedan perseguir sus propios objetivos de la mejor manera posible.

La condición de libertad es aquel estado en que cada uno puede emplear sus propios conocimientos para sus propios fines”. F. Hayek.

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