20/10/2025

La verdadera lucha entre libertad y poder

Las etiquetas de izquierda y derecha han perdido su sentido, atrapándonos en un limbo ideológico. Es hora de abandonar el mapa obsoleto y reconocer que la única disputa que importa es entre la libertad individual y el poder del Estado.

¿Te sientes políticamente huérfano? ¿Miras el espectro político y no encuentras un hogar?

Quizás crees en la libertad económica y en la libertad de elección personal. Quizás defiendes el libre mercado con la misma pasión con la que defiendes el derecho de cada individuo a vivir su vida como le plazca. Si es así, seguramente te habrán llamado “de derechas” por lo primero y “de izquierdas” por lo segundo, dejándote en una especie de limbo ideológico.

No estás solo. Esta confusión es el síntoma de un problema mayor: el compás que hemos usado durante más de doscientos años para navegar la política está irreparablemente roto. Las etiquetas de “izquierda” y “derecha”, lejos de aclarar el debate, hoy lo enturbian, nos fuerzan a alianzas ilógicas y ocultan la verdadera y única disputa que importa: la que se libra entre la libertad individual y el poder del Estado.

Creo que es hora de abandonar el mapa viejo y trazar uno nuevo. Para entender por qué el compás se rompió, debemos viajar a su origen: la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria. La disposición era simple. A la derecha del presidente se sentaban los defensores del Antiguo Régimen: la monarquía, la aristocracia y el clero. Querían conservar una sociedad jerárquica, colectivista y basada en el privilegio otorgado por el Estado. Eran, en esencia, los conservadores del poder estatal centralizado.

¿Y a la izquierda? A la izquierda se sentaban los revolucionarios. Eran los comerciantes, los burgueses, los pensadores ilustrados. ¿Y qué defendían? Defendían lo que hoy llamaríamos liberalismo clásico. Querían desmantelar el poder absoluto del Estado, abolir los privilegios, establecer la igualdad ante la ley y liberar al individuo. Defendían la propiedad privada, el libre comercio y un gobierno limitado cuya única función fuera proteger los derechos naturales de la persona, como tan brillantemente había articulado John Locke.

Esta es la ironía fundamental que debemos entender: en su origen, la izquierda era liberal. La izquierda nació para defender al individuo contra el colectivo y al mercado contra el Estado. La “derecha” era la facción del estatismo y el colectivismo jerárquico. ¿Qué pasó entonces? Ocurrió un gran secuestro. Durante el siglo XIX y principios del XX, una nueva ideología, el socialismo, usurpó la etiqueta de “izquierda”. Mantuvo la retórica del cambio y la liberación, pero pervirtió su significado. Ya no se trataba de liberar al individuo del Estado, sino de usar un nuevo y todopoderoso Estado para liberar a un colectivo (el proletariado) de otro (la burguesía).

El socialismo cambió el objetivo: la meta ya no era la libertad individual, sino la igualdad material forzosa. Y para lograrla, necesitaba un Estado con un poder aún más absoluto que el de los reyes que la izquierda original había derrocado. Mientras tanto, la “derecha” también mutó. Dejó de ser puramente conservadora y se convirtió en una extraña amalgama de nacionalistas, tradicionalistas y, a menudo, defensores de un “capitalismo de amigotes” (crony capitalism), donde las grandes empresas usan el poder del Estado para obtener favores, regulaciones que eliminan a la competencia y rescates.

El resultado fue catastrófico. El siglo XX nos mostró dos caras de la misma moneda colectivista: el fascismo (un colectivismo nacionalista, de derechas) y el comunismo (un colectivismo de clase, de izquierdas). Ambos despreciaban al individuo. Ambos adoraban al Estado. Ambos masacraron a millones en nombre de un “bien superior”. La vieja disputa entre más o menos Estado fue reemplazada por una disputa sobre qué tipo de Estado totalitario era el preferible. Y así llegamos a nuestro tiempo, con un compás que no apunta a ninguna parte.

Hoy vemos a una “izquierda” que dice defender a los oprimidos mientras aboga por un Estado que controle cada aspecto de la economía y la vida social, creando dependencia y asfixiando la iniciativa que saca a la gente de la pobreza. Y vemos a una “derecha” que dice defender la libertad mientras exige proteccionismo económico que daña al consumidor, subsidios para sus industrias favoritas y, a menudo, la imposición de sus valores morales a través de la ley. Ambos desconfían de la libertad individual. Ambos creen que un grupo de élites políticas sabe mejor que nosotros cómo debemos vivir nuestras vidas. La “izquierda” quiere planificar nuestra economía, y la “derecha” quiere planificar nuestras costumbres.

A menudo, ambas quieren hacer las dos cosas. Discuten sobre quién debe conducir el coche del Estado, pero ambos están de acuerdo en que debe ser un coche grande, potente y que pise el acelerador a fondo. Es hora de tirar a la basura el compás roto. La dicotomía izquierda-derecha es una reliquia que nos obliga a elegir entre dos sabores de estatismo. No nos sirve. El único eje que realmente importa, el único que nos permite entender el mundo, es el que mide el poder.

En un extremo está la Libertad Máxima, donde el individuo es soberano y el Estado es un sirviente mínimo, limitado a proteger nuestros derechos. En el otro extremo está el Poder Máximo, donde el Estado es el amo absoluto y el individuo es un simple engranaje. El liberalismo clásico, mi hogar ideológico, se sitúa con orgullo en el polo de la Libertad.

El fascismo y el comunismo se sientan juntos en el polo del Poder. La triste realidad es que la mayoría de los políticos de “izquierda” y “derecha” de hoy en día se encuentran en algún punto intermedio, pero ambos tiran con fuerza hacia el polo del poder. Así que la próxima vez que te pregunten si eres de izquierda o de derecha, quizás la mejor respuesta sea una pregunta: ¿Te refieres a si estoy a favor de la libertad individual o del poder colectivo?

Porque esa es la única pregunta que de verdad importa. Nuestra tarea no es elegir un bando en un teatro político obsoleto, sino recordar a todos dónde se encuentra el verdadero Norte: en la inquebrantable defensa de la libertad.

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