20/10/2025

La verdad en un mar de píxeles: el desafío de las deepfakes en Argentina

Con 8 horas y 44 minutos diarios conectados y un auge de videos que dominan el consumo digital, la desinformación y las deepfakes amenazan la confianza pública, desafiando nuestra capacidad de distinguir lo real de lo falso en un contexto de agnosticismo visual y elecciones cruciales.

8horas y 44 minutos es el promedio diario que los argentinos pasan online. Es decir, por si algún desprevenido no leyó bien, más de la mitad del tiempo que estamos despiertos nos conectamos para dialogar por whatsapp, buscar información en Google y entretenerse (ganando o perdiendo el tiempo Ud. elige) en TikTok, Youtube, Instagram y X.

El dato surge del informe que, en marzo de este año, We Are Social y Melt Walter dieron a conocer en el Informe Digital 2025 sobre Argentina. Ese documento también reveló que los videos son los contenidos más consumidos durante el último trimestre de 2024 y continúan siéndolo en este 2025. Esa combinación entre mucho tiempo online y videos como formato más seductor para los usuarios está haciendo estragos en nuestro acceso a la información.

La desinformación se ha vuelto un fenómeno incontrolable. Desde consultoras especializadas hasta gurús de la materia, todo pronóstico sobre el tema ha quedado corto para tratar de dimensionar esta problemática y, más aún, el impacto de ésta en los debates públicos. La irrupción definitiva de las deepfakes en el discurso online ha tenido una trascendencia total en el deterioro en la manera en la que nos vinculamos con la información.

Hace algunos días en una charla con alumnos universitarios me consultaban respecto del porqué, si el concepto deepfake apareció en 2017 se ha transformado en un peligro ocho años después. La respuesta radica en qué, en aquel entonces las alteraciones visuales eran notorias y hoy ya no lo son. Sumado a eso, observamos que estas piezas interpelan una base muy fuerte anclada en nuestro pensamiento crítico respecto del “lo vi con mis propios ojos”, aunque ya no sepamos qué lo que estamos viendo es falso.

La dificultad para diferenciar lo real de lo falso responde a que las deepfakes están muy bien logradas desde el punto de vista técnico y no hay muchas herramientas técnicas a la altura para chequear la veracidad o falsedad del contenido. El otro gran problema que ocasionan, un tanto más profundo que el anterior, es que estamos en una suerte de época de agnosticismo visual, en el cual nos volvemos un tanto reacios a creer ciertas cosas que no comulgan con nuestros sesgos o, en menor medida, se licuan entre tanta marea informativa y ya no logramos comprender si tal o cual cosa pasó o nos pareció que pasó. Como un pixel estático en un loop infinito, estamos totalmente desorientados.

De cara a los próximos compromisos electorales legislativos debemos prestar suma atención a lo que compartimos. El deepfake del video de Mauricio Macri en las elecciones legislativas para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –invitando a no votar por la candidata de su espacio político, Silvia Lospennato– es un llamado de atención sobre los desafíos tecnológicos y la desinformación en los procesos electorales. La política tradicional se ha visto desestabilizada por herramientas y formatos con los cuales no está familiarizada y por consiguiente, la respuesta siempre es lenta y la deja más en evidencia.

No se vislumbran algunas soluciones ancladas en herramientas tecnológicas que puedan brindarnos ayuda respecto de cómo distinguir las deepfakes. Como siempre se sugiere desde estas líneas, el sentido común continúa siendo la mejor manera de hacerle frente de manera individual a la desinformación.

En el caso de las deepfakes, se debe prestar mayor atención a las caras de las personas como así también a la velocidad del habla o al parpadeo de los ojos del protagonista. Todavía allí tenemos algunos errores visibles, aunque cada vez sean menos. En un sentido más amplio, observar el ecosistema digital, es decir, quien difunde tal o cual video ya sea en la réplica o el compartido también puede servir de aliado para no caer en ello.

En tiempos donde la mirada ya no alcanza y la duda se sumerge en cada frame, la confianza pública se resquebraja pixel a pixel. La batalla contra la desinformación ya no se desarrolla solamente en el terreno de los hechos, sino en la dimensión más íntima de nuestras percepciones.

Frente a ello, pareciera que no alcanza con herramientas tecnológicas ni marcos normativos: necesitamos, más que nunca, una ciudadanía atenta, crítica y dispuesta a repensar su vínculo con la verdad en un mundo donde hasta el más mínimo pixel puede mentir.

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