18/05/2025

La soja, el “botín dorado” que China busca por el mundo y que podría estar en la Argentina

Sólo el año pasado, los agricultores norteamericanos exportaron soja a China por un valor equivalente a más de la mitad del importe total de ese crédito que acaba de recibir Argentina del FMI. Tras los aranceles extremos lanzados por la administración Trump, ese mercado corre peligro. Por eso, Beijing tendrá que girar la mirada, y de modo urgente, hacia Argentina, dado que el otro gran productor mundial, Brasil, no puede ampliar a corto plazo una producción que ya tiene comprometida. O compran soja en Argentina, y al precio que sea, o los chinos tendrán que volver de nuevo al régimen alimenticio vegetariano que padecieron con resignación sus ancestros durante siglos.

Por José García Domínguez para El Español. Los rasgos de personalidad decididamente narcisistas y extravagantes que comparten los presidentes de Estados Unidos y de Argentina, Donald Trump y Javier Milei, hacen que también se tienda a establecer analogías entre sus respectivas maneras de proceder en política. Sin embargo, media un abismo infinito entre ambos.

Por un lado, la muy estricta coherencia doctrinal de Trump, gobernante que ha desconcertado y asombrado al mundo entero por hacer lo que había asegurado mil veces que pensaba hacer.

Por el otro, un pretendido anarcocapitalista intransigente, Milei, que prometió clausurar el Banco Central como paso previo a la completa dolarización del país, pero que, una vez en la Casa Rosada, sigue utilizando la política cambiaria del Estado como mecanismo coercitivo para regular el precio del peso y, por esa vía intervencionista, dirigir desde el Gobierno las grandes líneas de la economía.

Así, lo que a bombo retórico y platillo propagandístico se está anunciando estos días como la liberalización del comercio exterior por medio de la supresión del cepo, el tipo de cambio oficial y obligatorio en las transacciones monetarias legales destinadas a operar con dólares, se va a concretar en nada más que una relajación relativa de esos mismos controles. La restricción institucional a la libertad cambiaria permanecerá en vigor, si bien atenuada por medio del establecimiento de una banda de precios tasados dentro de la cual podrá “flotar” la moneda argentina con cierto libre albedrío, nunca libremente.

Por lo demás, ese pequeño paso orientado a aflojar algo la presión de los grilletes cambiarios le va a costar al Estado argentino 20.000 millones de dólares que no tiene. Una cantidad a devolver en muy poco cómodas cuotas anuales al FMI, su recurrente prestamista de cabecera; huelga decir que los 20.000 millones habrán de ser reembolsados con el monto añadido de su correspondiente cuota de interés compuesto, que se ha establecido contractualmente en un 5,613%.

Nada nuevo en Argentina, por cierto, nación que ya arrastraba desde 2018 el dudoso honor de encarnar al principal cliente y deudor mundial del FMI, cuando el presidente Mauricio Macri solicitó – y obtuvo- el mayor crédito jamás concedido por la institución multilateral a país alguno, 57.000 millones de dólares.

Una cifra astronómica que no repercutió en ninguna mejora de las infraestructuras productivas del país, pues el grueso de todo aquel dinero prestado volvió a salir de Argentina al poco tiempo de haber atravesado su frontera; una parte lo hizo vía fuga de capitales, otra vía amortizaciones de bonos soberanos denominados en dólares y en poder de tenedores extranjeros.

Y de ahí que una fracción no menor de los fondos obtenidos ahora por Milei ni siquiera vayan a pisar suelo argentino, toda vez que su destino final será cubrir el monto de las cuotas impagadas de la deuda anterior, la de Macri, con el propio Fondo. Mal asunto, al menos en apariencia.

Y mucho peor si se tiene en cuenta que, desde hace ya más de medio siglo, el destino a corto y medio plazo de la economía argentina depende de modo crítico de cómo se comporte en los mercados internacionales el precio de un único commodity agrario: la soja. En Argentina, esa es la clave de todo, de absolutamente todo, el mayor o menor precio de la soja en el mercado de futuros agrícolas de Chicago.

Si la soja anda cara por el resto del mundo, en Argentina hay plata. Si la soja anda barata o por los suelos, en Argentina hay bronca. La soja es la clave, todo lo demás resulta irrelevante. Y no existe mucho más misterio que ese para entender lo que ocurre allí y por qué ocurre.

Así las cosas, Milei lo tenía francamente mal hasta el instante mismo en que Trump, al modo de Moisés, se plantó en los jardines de la Casa Blanca con sus Nuevas Tablas de la Ley Arancelaria. Lo tenía mal por un asunto tan aleatorio e incontrolable como los caprichos del clima. Resulta que la cosecha de soja ha sido muy buena este año para los tres principales productores mundiales (Estados Unidos, Brasil y la propia Argentina) a causa del régimen óptimo de temperaturas y lluvias que se produjo desde el periodo de la siembra hasta la recolección. Algo que hacía prever un exceso de oferta en el mercado y la consiguiente caída de los precios.

Y en esto apareció el Hombre Naranja con un arancel estratosférico destinado a castigar con saña al primer comprador mundial de soja, la República Popular China; por más señas, el principal cliente, con enorme diferencia sobre el resto, de los granjeros de Illinois, Iowa, Minnesota, Indiana y Ohio, todos ellos votantes entusiastas de Trump. Repárese en que sólo el año pasado, los agricultores norteamericanos exportaron soja a China por un valor equivalente a más de la mitad del importe total de ese crédito que acaba de recibir Argentina del FMI.

En concreto, ingresaron 12.800 millones de dólares a cambio de enviar al Gobierno chino 27 millones de toneladas de ese pienso, la soja, imprescindible para poder alimentar a su inmensa cabaña porcina, la principal fuente de proteínas en la dieta cotidiana de los 1.400 millones de habitantes del país. Pero con los aranceles del 135%, ni un solo kilo más de soja norteamericana va a viajar a China de aquí en adelante.

Por tanto, Beijing tendrá que girar la mirada, y de modo urgente, hacia Argentina, dado que el otro gran productor mundial, Brasil, no puede ampliar a corto plazo una producción que ya tiene comprometida con ese mismo gran consumidor asiático. O compran soja en Argentina, y al precio que sea, o los chinos tendrán que volver de nuevo al régimen alimenticio vegetariano que padecieron con resignación sus ancestros durante siglos. A Milei, sí, le acaba de tocar la lotería. Y el premio gordo, además. Habrá plata. Por fin.

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