La política latinoamericana está atrapada en un ciclo populista impulsado por un Estado omnipresente, una economía rentista y una sociedad clientelar. La solución no está en nuevos líderes, sino en una revolución liberal que coloque al individuo en el centro de una nueva matriz de libertad y prosperidad.

¿Alguna vez has tenido la sensación de que, en la política de nuestros países, vemos la misma película una y otra vez? Cambian los presidentes, cambian los partidos, cambian las promesas, pero los problemas de fondo persisten: la inflación galopante, la dependencia del Estado, el clientelismo como moneda de cambio, la desconfianza en las instituciones y la polarización que nos desgarra.
No es una simple coincidencia ni mala suerte. Es el resultado de algo más profundo, una especie de “sistema operativo” invisible que corre por debajo de nuestra sociedad y determina lo que es políticamente posible. Los analistas lo llaman la matriz sociopolítica: la estructura fundamental que conecta al Estado, la economía y la sociedad.
Entender nuestra matriz política es como encontrar el plano de un laberinto en el que hemos estado atrapados durante generaciones. Y desde una perspectiva liberal, el diagnóstico es claro: nuestra región ha estado dominada por una matriz estatista y populista que, por su propio diseño, está destinada a fracasar. Para salir del laberinto, no basta con elegir a un nuevo guía; necesitamos dinamitar los muros y construir una nueva matriz basada en la libertad individual y la sociedad civil.
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En un mundo dominado por redes sociales y polarización, el antiintelectualismo eleva el “sentido común” por encima del conocimiento experto, despreciando datos verificados en favor de creencias populares y propaganda.
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Imagina una matriz como un triángulo. En un vértice está el Estado (el gobierno, las instituciones). En otro, el Sistema Económico (cómo se produce y distribuye la riqueza). Y en el tercero, la Sociedad (los partidos políticos, los sindicatos, los movimientos sociales, los ciudadanos). La forma en que estos tres vértices se relacionan define la matriz de un país.
En gran parte de América Latina, hemos heredado y perfeccionado una matriz estado-céntrica. Analicémosla:
El Estado como Centro de Todo: En lugar de ser un árbitro imparcial que protege reglas justas para todos (el ideal liberal de Locke), el Estado se convierte en el jugador principal y el repartidor de premios. Es el mayor empleador, el principal empresario y la fuente de todos los derechos y beneficios. La vida económica y social gira en su órbita.
La Economía de la Renta: Nuestro modelo económico a menudo no se basa en la innovación y la competencia (el ideal de Smith), sino en la explotación de un recurso natural (petróleo, cobre, soja) o en la captura de rentas del propio Estado a través de subsidios, contratos públicos y proteccionismo. El éxito no depende de satisfacer al consumidor, sino de tener buenos contactos en el gobierno.
La Sociedad Clientelar: En esta matriz, los actores sociales (sindicatos, movimientos sociales, e incluso partidos políticos) no actúan como representantes autónomos de la sociedad civil. Se convierten en grupos de presión cuya principal función es negociar con el Estado para obtener una porción de la tarta. El ciudadano no es un individuo con derechos, sino un miembro de un colectivo que necesita un “padrino” político para prosperar.

El resultado es un círculo vicioso. El Estado necesita controlar la economía para tener recursos que repartir. La sociedad se organiza en clientelas para exigir esos recursos. Y la economía, asfixiada por la intervención y la falta de competencia, nunca genera la riqueza suficiente, lo que lleva a crisis recurrentes, inflación y más demandas al Estado. Es un sistema diseñado para la implosión.
Esta matriz estado-céntrica es el caldo de cultivo ideal para el populismo. El líder populista es el que mejor sabe interpretar y manejar este sistema operativo.
Su discurso divide a la sociedad en “pueblo” y “enemigos”, y se presenta como el único capaz de usar el poder del Estado para hacer “justicia” y repartir los recursos. No viene a limitar al Estado, sino a apoderarse de él para ponerlo al servicio de su clientela. El populismo no es una anomalía; es la expresión política más pura de nuestra matriz defectuosa.
Cada ciclo populista sigue el mismo guion trágico:
1. Luna de Miel: Se reparten beneficios usando los recursos existentes o endeudándose masivamente. Se crea una ilusión de prosperidad.
2. Agotamiento: El modelo rentista se agota, la inflación se dispara, la escasez aparece. La economía real, castigada y sin incentivos, no produce.
3. Crisis: La película termina en un ajuste doloroso, descontento social y la búsqueda de un nuevo salvador que prometa, una vez más, repetir el ciclo.
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Si estamos de acuerdo en que la matriz actual es el origen de nuestros fracasos, ¿cuál es la alternativa? La alternativa es un cambio de paradigma radical: pasar de una matriz estado-céntrica a una matriz individuo-céntrica, basada en los principios del liberalismo clásico.
¿Cómo sería esta nueva matriz?
El Estado Limitado: El Estado abandona su rol de protagonista y se convierte en lo que siempre debió ser: un guardián de la vida, la libertad y la propiedad. Su poder es estrictamente limitado por una constitución robusta. No reparte premios, garantiza un campo de juego nivelado para todos.
La Economía de la Creación: El motor de la prosperidad ya no es la renta de un recurso o el favor político, sino la creatividad y la innovación de millones de individuos y empresas compitiendo libremente. El éxito se premia, el fracaso se permite, y la riqueza se genera de forma genuina.
La Sociedad Civil Soberana: Los ciudadanos y sus asociaciones (empresas, ONGs, clubes, iglesias) son los verdaderos protagonistas. No dependen del Estado para existir o prosperar. La cooperación es voluntaria y la responsabilidad es individual. El ciudadano es un soberano, no un cliente.

Dejar de repetir la misma película trágica requiere mucho más que votar por un nuevo actor. Requiere que entendamos que el guion está mal escrito y que el escenario está diseñado para el desastre. Nuestra tarea más urgente es cuestionar los fundamentos de nuestra matriz política.
La salida del laberinto no es hacia la izquierda ni hacia la derecha, esas viejas etiquetas que solo describen distintas formas de administrar la misma matriz estatista. La verdadera salida es hacia arriba, hacia un nuevo plano donde el individuo, y no el Estado, sea el sol alrededor del cual gira la sociedad.
Es una tarea monumental, que exige una revolución cultural antes que política. Exige que dejemos de ver al Estado como un padre proveedor y empecemos a verlo como lo que es: un sirviente que debe ser vigilado de cerca. Solo cuando cambiemos el sistema operativo de nuestra sociedad podremos, finalmente, empezar a escribir una historia diferente, una historia de libertad y progreso duradero.