09/02/25

Con su marcada estrategia política, Milei convoca a un movimiento en defensa de la libertad en todo Occidente

El cisma que representa el gobierno de Javier Milei se extiende mucho más allá de las medidas de gobierno concretas que comenzó a implementar hace un año, cuando asumió la presidencia. El efecto que significa la combinación de un programa liberal consistente, su exitosa aplicación en el gobierno nacional y una estrategia política preclara, deja a sus adversarios sin capacidad de reacción inmediata y ofrece un panorama político renovado que alcanza una creciente influencia a nivel internacional.

Pero lo que ahora interesa más analizar de lo dicho es la estrategia política explícita, clara y contundente que Milei explicó en la reciente cumbre de la CPAC en Buenos Aires y que repitió hace unos días en el mitín del partido de la primera ministra italiana Georgia Meloni en Roma. Se trata de un decálogo de acción política que busca cohesionar al amplio espectro liberal y conservador en un sector unificado de centroderecha detrás de objetivos y acciones específicas que permitan la consolidación del espacio a fin de hacer prevalecer las ideas de la libertad en Occidente frente a las diversas manifestaciones de la izquierda y el centro políticos.

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Como nos tiene acostumbrados, lejos del discurso liberal moderado, de las formas pulidas que se valoran en ciertos círculos y que suelen aconsejar los profesionales del marketing y la comunicación política, el planteo de la estrategia política del presidente Milei resulta asimismo desembozado, sin rodeos y con un sentido profundamente político que persigue que las ideas de la libertad en sentido amplio logren imponerse en el barro de la lucha política y, en cambio, no queden a merced de consideraciones meramente teoréticas sobre el orden espontáneo aplicado a todas las cosas, las decisiones políticas timoratas de los propios y los embates de los adversarios, como ha sido la suerte que corrieron los gobiernos de línea similar en las últimas décadas.

El decálogo mileísta apuesta por el valor de las verdades incómodas contra las mentiras confortables que solo tienen un éxito momentáneo antes de ser descubiertas, lo que descarta la opción de engañar al electorado para alcanzar el poder o mantenerse en él, y se opone diametralmente al consabido consejo “miente, miente, que algo queda”, que funda la propaganda política moderna. El valor asignado a la palabra y la verdad en este ámbito implica a la vez tachar sin más los discursos de los políticos que ya gobernaron o fueron cómplices de quienes lo hicieron y arruinaron sus países, lo que pone en entredicho lo instalado en el mainstream acerca de que hay que escuchar a todos por igual ya que los discursos cuentan con el mínimo de validez que presuntamente exigen la convivencia y las reglas del buen trato.

Este cuestionamiento del fundamento epistémico de los discursos en el ámbito público, como está a la vista excede lo puramente formal porque también Milei reivindica el profundo valor de las ideas de la libertad y la necesidad de no negociar las convicciones frente a los vacuos intentos de conseguir votos traicionando las primeras. En lo partidario esto se traduce en el rechazo del modelo de partido “catch-all” que demanda adaptar el discurso a las conveniencias partidarias del momento, propiciando alianzas con sectores que carecen de afinidades entre sí, o que directamente no tienen relación alguna respecto a sus idearios, visiones o influencias.

Los principios básicos que, por lo tanto, resultan innegociables, son para Milei que “el libre mercado produce prosperidad para todos; que el gobierno tiene que ser limitado; que los argentinos saben mejor que un burócrata cómo producir, a quién emplear y con quién comerciar”. Y en seguridad, repite: “quien las hace, las paga”.

Esta síntesis que condensa en palabras simples la quintaesencia del liberalismo libertario acerca del valor de la vida, la libertad y la propiedad, y que puede ser compartida por los sectores conservadores no radicalizados —cuantitativamente más amplios que los que puede mostrar el liberalismo, producto de una insuficiente cultura de la libertad—, pone de relieve el protagonismo de las ideas de fondo por sobre la superficialidad de las formas, los discursos insustanciales, los falsos consensos, los cabildeos, la rosca y, al fin, las múltiples estratagemas de corto aliento que despliega la política tradicional a fin de hacer prevalecer sus intereses particulares o la mera lucha por el poder mismo, ignorando que la legitimidad del poder político solo puede fundarse en la prosecución de objetivos que permitan defender la individualidad del ser humano y sus derechos.

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Pero Milei enfatiza aún más una verdad no asumida de manera suficiente por los sectores que representa: los espacios de poder que no ocupan los propios, los ocupan los socialistas, por lo que invita a “ser decididos, prácticos y no dudar acerca de ejercer el poder”. En esta línea, considera que es necesario usar “las mismas armas que el enemigo” ya que la batalla cultural se rige “por las mismas reglas universales y atemporales de la política”.

Estas frases que merecen citarse, y que hieren la sensibilidad de los centristas que confunden belicosidad con realismo político descarnado, convocan a asumir la lógica de la política y a actuar en consecuencia a los efectos de enfrentar de igual a igual a los adversarios y ganarles en su ley. Solo la organización de las fuerzas de la libertad contra el intervencionismo estatalista pueden tener probabilidad cierta de prevalecer ante semejante poder. Para ello, al mismo tiempo deben redoblar sus esfuerzos, rechazar los engañosos consensos y la falacia denunciada por Popper acerca de la imposibilidad de ser tolerante con los intolerantes.

De esta manera, es claro que el liberalismo político en sentido amplio no puede operar con éxito en la arena política a partir de la lógica del orden espontáneo y la cooperación en que se funda el liberalismo social y económico, puesto que la lógica de la política obra sobre la base de sus propios mecanismos, que se encuentran en oposición al orden puramente social, como enseñó el sociólogo Oppenheimer respecto de las diferencias entre los medios económicos y medios políticos, y que la escuela austríaca señaló como polilogismo irreductible.

Por lo tanto, la imprescindible batalla cultural debe darse también según Milei desde el poder y no meramente en los ámbitos académicos, círculos especializados o medios de comunicación. Asimismo, las ideas que la sustentan deben ser bien comunicadas, con el potencial que implica el hecho de que sean las ideas correctas moralmente y que funcionan en la realidad; de lo contrario, puede correrse una vez más la suerte de los países que efectuaron exitosas reformas económicas de mercado aunque sin atacar los aspectos culturales de la política, como en cambio sí conquistó con éxito la izquierda con auxilio de la teoría de Gramsci y sus continuadores.

Milei llama a estar a la altura del momento histórico que exige nuevos liderazgos, y lazos de unión y cooperación entre quienes defienden los mismos valores centrales contra los embates de la izquierda radical, la cultura woke y el centrismo tibio que propone consensos que solo resultan funcionales al socialismo, como ya enseñó Mises. Se trata, según Milei, de defender las causas justas que dieron lugar a la idea de individuo en Atenas y Roma, que permitieron descubrir el método científico y desarrollar el capitalismo de libre empresa; en suma, las causas de Occidente que hicieron posible alcanzar la prosperidad y prometen un futuro aún mejor.



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