Qué receta tiene que aplicar Milei para aprovechar el impulso del tándem Trump-Musk

Milei apostó al triunfo de Trump y busca cobrar los dividendos de ese acierto. Pero más allá de especulaciones coyunturales lo esencial es que este cambio de época es irreversible. No es posible ninguna vuelta atrás. Todas las fuerzas políticas en el mundo, y por supuesto en la Argentina, tendrán que tomar nota de la definición de Perón sobre la misión de la conducción política, que hoy más que nunca consiste en “fabricar la montura propia para cabalgar la evolución, sin caernos”. Un artículo preciso de Pascual Albanese que explica el futuro que se viene con el tándem Trump-Musk a la cabeza de un país donde “el futuro llega primero”.

Artículo publicado en PanamaRevista. En 1968, muchos años antes de que la palabra globalización se incorporara a los diccionarios, Perón advertía: “En el mundo de hoy la política puramente nacional es una cosa casi de provincias. Lo único que verdaderamente importa es la política internacional, que juega desaprensivamente por afuera y por adentro de los países”. En 1837, Alexis de Tocqueville, en su libro “La democracia en América”, decía: “No es que Estados Unidos sean el futuro del mundo. Lo que sucede es que Estados Unido es el país del mundo donde el futuro llega primero”. Por esas dos razones cabe afirmar que el triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses es el acontecimiento más importante de la política mundial, y también argentina, de este año 2024.

Vivimos un cambio de época, signado por la Cuarta Revolución Industrial, cuya expresión emblemática es la Inteligencia Artificial, acompañada por el desarrollo de la biogenética. Ese avance genera una explosión de productividad y una creciente demanda de empleo calificado, con un enorme impacto cultural en la sociedad mundial. Las mayores empresas y los nuevos multimillonarios son parte de la economía del conocimiento. Bill Gates, el creador de Microsoft, ha hecho escuela. Marck Zuckenberg (fundador de Facebook, Meta) era su principal discípulo hasta que irrumpió Elon Musk, que apuntala su condición de hombre de negocios en una visión estratégica de carácter global.

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Según Musk, después de la integración planetaria la Humanidad avanza hacia una post- globalización, signada por la conquista del espacio. La Tierra necesita un “back up” para garantizar la supervivencia de la civilización ante una posible catástrofe ecológica. En su concepción, propia de un “estadista libertario”, que centra en la empresa privada y no en los estados la respuesta a los desafíos de la época, cada problema es también una oportunidad de negocio que intenta aprovechar.

Así nace Space X, cuyo objetivo es la colonización de Marte (con una etapa intermedia en la Luna) y mientras tanto impulsa el turismo espacial. Esa concepción inspiró la creación de Starlink, que empuja el crecimiento de la conectividad y la llegada de Internet a todos los rincones del planeta, como empieza a ocurrir en la Argentina. Neuralink otra idea de Musk, fundada en la conexión entre el cerebro humano e Internet. Open Ai, una compañía de la que Musk fue cofundador, es la creadora del chat GTP. Para Musk, Twitter (X) es el “Ágora global”, una réplica aumentada del escenario de la “polis” griega de Atenas del siglo V A.C, cuya irrupción marcaría el paso desde la democracia directa presencial hacia una nueva democracia directa digital.

Este panorama mundial está caracterizado por la contradicción entre un cambio tecnológico incesante y la subsistencia de estructuras políticas, económicas, sociales y culturales previas a esa transformación. Carlos Marx decía que las situaciones revolucionarias ocurren cuando el avance de las fuerzas productivas entra en conflicto con las relaciones sociales de producción, o sea con los sistemas preexistentes. En este escenario los gobiernos tienden a perder el control de los acontecimientos y a defraudar expectativas de las sociedades, lo que promueve un estado de descontento colectivo que electoralmente beneficia a las oposiciones.

Esto explica que en la treintena de contiendas presidenciales realizadas en el hemisferio americano en los últimos años en veinticinco triunfaron los candidatos de la oposición y sólo en cinco ganaron los oficialistas y que entre estas cinco figuren las de Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela, cuestionadas por la comunidad internacional. Este contraste valoriza la excepción protagonizada en México por Claudia Sheimbaum, del Movimiento de la Cuarta Transformación, liderado Manuel López Obrador, que venció a una “coalición del pasado”, formada por tres partidos tradicionales: el Partido Revolucionario Institucional, el Partido de Acción Nacional y el Partido Revolucionario Democrático. En las tres últimas elecciones presidenciales celebradas en la Argentina y en Estados Unidos ganaron los candidatos de la oposición.

En esa línea se inscriben el ascenso de Javier Milei y el regreso de Trump.

Esta situación otorga vigencia a la frase de Antonio Gramsci, aquel célebre pensador marxista italiano que hablaba de la transición entre “lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no acaba de nacer”. Hoy lo “nuevo” es lo que en 1980 el estadounidense Alvin Tofler, autor de la “Tercera Ola”, bautizó como “sociedad del conocimiento”.  En ese contexto, cuando en la actividad laboral el músculo cada vez más es reemplazado por el cerebro, irrumpe el nuevo rol de la mujer en la vida económica y política y el ascenso de la juventud como nuevo actor social, potenciado por su facilidad innata para el empleo intensivo de las nuevas tecnologías, un fenómeno que influye en la política mundial y también en la Argentina.

Este cambio coincidió con el agotamiento de la era unipolar, basada por la hegemonía estadounidense. El eje de la economía mundial se traslada del Norte al Sur, de Occidente a hacia Oriente y del Atlántico al Pacífico. En el mundo occidental este deslizamiento se refleja en una crisis política y el auge de las “derechas alternativas” que cuestionan los sistemas tradicionales con propuestas que los politólogos bautizaron “democracias iliberales”.

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En 1996 Paul Piccone, un pensador estadounidense formado en la “nueva izquierda”, se anticipó a este fenómeno en su libro “El populismo postmoderno”. Para Piccone ese “populismo postmoderno” combatía la hegemonía de la “nueva clase”, que no era la antigua burguesía sino un estrato social emergente formado por los “propietarios del saber simbólico” que habían convertido a la “corrección política” en una suerte de dogmatismo religioso que sacralizaba el “statu quo” y desacreditaba por irracional a todo pensamiento alternativo. El historiador francés Alain Rouquié, en su libro “El siglo de Perón”, que destaca la actualidad del pensamiento de Perón en la política mundial del siglo XXI, analiza la irrupción del “populismo postmoderno” encarnado por las “democracias iliberales”.

Como sucede siempre en la historia, está más claro lo que muere que lo que nace. Ese interrogante remite al replanteo de la eterna cuestión del sentido. En la década del 60, el escritor francés André Malraux, entonces Ministro de Cultura de Charles De Gaulle, profetizaba que “el siglo XXI será espiritual o no será”. Resulta significativo que el Papa Francisco haya alentado la creación de la Universidad del Sentido, en cuya gestación tuvo un papel protagónico Antonio Solá, un consultor español autor de un reciente artículo sobre las “nuevas tendencias” donde, a semejanza de Musk, subraya que “la política tradicional está muriendo y surge una nueva democracia digital”. Para Solá “la nueva democracia es digital, directa y participativa”. Según su visión, estamos en camino hacia una recreación de la democracia que tiende a su profundización.

El fin de la “era unipolar” no invalida la sentencia de Tocqueville sobre el futuro ni supone que Estados Unidos haya dejado de ser la primera superpotencia. Pero también en Estados Unidos sobresale el contraste entre el sistema político y el cambio tecnológico y la consiguiente crisis de representatividad. Esta percepción está unida a la idea de que Estados Unidos está en decadencia y corre el peligro de dejar de ser la primera superpotencia. De allí la resonancia alcanzada por las consignas agitadas por Trump de “America First” y “Make America Great Again” (MAGA).

Para interpretar el devenir de este novedoso paisaje político conviene focalizar la atención en el vicepresidente electo, James David Vance, de 40 años, un probable futuro presidente de Estados Unidos. Oriundo de Ohio, uno de los estados del llamado “cinturón del óxido”, víctimas del proceso de desindustrialización que afectó a esa región desde la década del 80 por el éxodo de fábricas al exterior, es el autor de un “best seller” que narra las peripecias de su vida y su entorno familiar en aquellos años difíciles. Tras años de duro esfuerzo personal, Vance logró recibirse de abogado en Yale y comenzó una carrera profesional, cimentada en su trabajo con Peter Theil, el artífice de Open Ai, que le posibilitó convertirse en un inversor de riesgo en empresas de alta tecnología. Ex combatiente en Irak, después de su salto a la política como senador republicano por Ohio, protagonizó un acontecimiento poco común como su conversión pública al catolicismo, decisión que, según declaró, surgió de una lectura de San Agustín. Ese perfil intelectual, con una visión ideológica influida por la doctrina social de la Iglesia y autodefinida como “post-liberalismo”, hacen de Vance la versión de un “trumpismo ilustrado” que intenta conceptualizar el discurso de Trump, quien constitucionalmente no tiene derecho a la reelección, lo que coloca a su lugarteniente en un lugar privilegiado a la hora de su sucesión. 

Con independencia de los porcentajes electorales, en Estados Unidos emerge un nuevo “espíritu de época”. Una muestra de ello es lo ocurrido con la cobertura de la elección presidencial que en 2024 tuvo un rating 24% menor que en 2020 y Fox News, el canal conservador, duplicó la audiencia de la CNN. Este hecho fue acompañado por la ratificación del predominio logrado por las redes sociales sobre los medios periodísticos tradicionales, una tendencia que Vance caracteriza como el surgimiento del “periodismo ciudadano”, expresión de esa “democracia digital” a la que se refiere Solá y que, de acuerdo con la profecía de Tocqueville, conviene situar a escala mundial.

Pero Estados Unidos ya no es el único actor determinante de la política mundial. Ahora está China. El Partido Comunista Chino protagoniza el máximo ejemplo de desarrollo capitalista en la historia económica mundial. Su experiencia deja en un plano menor cualquier comparación con otros milagros económicos. En 1979, cuando Deng Xiao Ping puso en marcha la estrategia de apertura, el ingreso por habitante era 184 dólares. En 2023 esa cifra trepó a 12.600 dólares por habitante. Esto posibilitó el surgimiento de una nueva clase media, con alta capacidad de consumo, que asciende hoy a 320 millones de personas, el equivalente de la población de Estados Unidos. Estas cifras son una lección histórica que revela el fracaso de los pronósticos occidentales: la democracia liberal y la economía de mercado no son sinónimos.

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Entre ambas superpotencias funciona un vínculo de competencia y cooperación simultáneas, basada en la interpenetración económica. Las dos son socios comerciales imprescindibles la una para la otra. El ejemplo paradigmático es el propio Musk. La segunda fábrica de Tesla está en Shangai y es la segunda compañía de automóviles eléctricos en el mercado chino, el más importante del mundo. Pero la primera empresa en ese rubro en China es BYD, una compañía local en la que Warren Buffet, el mayor inversor financiero estadounidense, tiene el 30% de las acciones. Una de los mayores peligros para la economía estadounidense sería una debacle de la economía china y, a la inversa, uno de los riesgos más peores para la economía china es un colapso de la economía estadounidense. Esto de ninguna manera elimina la rivalidad entre las dos superpotencias ni la pelea por el liderazgo, pero impone límites que están obligados a respetar.

Para indagar sobre la estrategia de Trump en esta disputa conviene atender al relato de Henry Kissinger sobre la “teoría del loco” que en su momento le explicara personalmente Richard Nixon: “A veces hay que nivelar una amenaza con otra amenaza. Hay ocasiones que merece la pena volverse un poco loco”. Para Nixon la imagen de que el presidente de la primera potencia nuclear padeciera una alteración mental ayudaba a imponer respeto entre sus enemigos. En 1987, antes de lanzarse a la arena política, en su libro “El arte de negociar”, Trump decía que “mostrar dureza, confrontación, fortaleza, fuerza a las otras personas a prestarte suficiente atención”. Pier Paolo Barrieri, fundador de Ualá, explica que “a Trump hay que tomarlo muy en serio, pero no literalmente”.

Esta apreciación sobre el valor de la metáfora en el lenguaje de Trump incluye sus afirmaciones sobre el proteccionismo industrial. Sin ninguna duda algunas medidas de arancelarias tipo pueden ser aplicadas en el corto plazo como parte de una estrategia de golpear para negociar, pero conviene recalcar que una de las consecuencias del despliegue de las nuevas tecnologías de la información en el aparato productivo es la reducción del impacto de la incidencia de la mano de obra en el costo final de los productos. Esta modificación, unida al compromiso de Trump de eliminar las restricciones legales que traban la producción petrolera, para disminuir el costo de la energía, y la reducción de la carga impositiva a las empresas, abre las puertas para que las compañías multinacionales que antes trasladaban sus plantas al exterior para beneficiarse con los salarios bajos revaloricen la ventaja de estar más cerca de los grandes centros de consumo, lo que posibilitaría un proceso de reindustrialización en Estados Unidos.

Un factor adicional a tener en cuenta es una característica que diferencia a los demócratas de los republicanos. Los demócratas son propensos a construir un mundo a imagen y semejanza de los Estados Unidos. Los republicanos tienden a privilegiar un sistema de alianzas más pragmático. La “Alianza de las Democracias” proclamada por Biden como pieza clave de su política exterior para enfrentar a China, Rusia e Irán, entre otros, responde a esa visión “idealista”, basada en la reivindicación de los valores de las democracias occidentales. Trump, en cambio, habla de la “paz a través de la fuerza”. Con Trump en la Casa Blanca, Estados Unidos apuntará a un endurecimiento táctico, orientado a mejorar la relación de fuerzas con China para negociar en mejores condiciones. En los hechos se trata de una pulseada dentro una suerte de “G-2” que moldea la política mundial.

En ese marco estratégico, signado por el juego de las superpotencias, se mueve lo que podríamos llamar, sin ánimo peyorativo, “el resto del mundo”. Esta denominación incluye a Europa Occidental, con su crisis demográfica, las potencias emergentes como India, Rusia y Brasil, unidas con China en el grupo BRICS, y América Latina. La inserción de la Argentina en este nuevo sistema mundial exige la articulación entre una firme defensa del interés nacional con el ejercicio de la cultura de la asociación que demanda la época. Esta definición, que elude cualquier alineamiento automático y los anacronismos ideológicos de cualquier índole, tiene que contemplar una regla básica: los países no se mudan. Por esa elemental regla de fatalismo geográfico, la prioridad ineludible para la Argentina es el fortalecimiento de la alianza estratégica con Brasil y la reformulación y el relanzamiento del MERCOSUR como un bloque regional proyectado internacionalmente.

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Para la Argentina el replanteo del MERCOSUR, que implica promover una apertura internacional que supere su estado de estancamiento, se ve potenciado por las perspectivas del incremento de la demanda mundial de alimentos y de energía. El aumento de la población mundial y el crecimiento del consumo de las poblaciones del mundo asiático constituyen una oportunidad para las exportaciones agroalimentarias. Mientras tanto, la explosión de la inteligencia artificial supone un aumento exponencial en la demanda mundial de energía, lo que valoriza la potencialidad exportadora de Vaca Muerta. Estas ventajas, unidas al desarrollo de la minería, en especial cobre y litio, y de la industria del conocimiento, dos rubros en los que la Argentina también tiene ventajas competitivas, abren camino para superar el periódico estrangulamiento de la balanza de pagos que traba el camino de un desarrollo sustentable.

Podría decirse entonces que la inserción en este nuevo sistema mundial pasa por un posicionamiento eminentemente pragmático, situado dentro de los límites de un imaginario cuadrilátero geopolítico integrado por Estados Unidos, China, Brasil y el Vaticano, que revalorice el protagonismo y el mensaje del Papa Francisco como un activo político de la Argentina en el plano mundial. Milei apostó al triunfo de Trump y busca cobrar los dividendos de ese acierto. Pero más allá de especulaciones coyunturales lo esencial es que este cambio de época es históricamente irreversible. No es posible ninguna vuelta atrás. Todas las fuerzas políticas en el mundo, y por supuesto en la Argentina, tendrán que tomar nota de la definición de Perón sobre la misión de la conducción política, que hoy más que nunca consiste en “fabricar la montura propia para cabalgar la evolución, sin caernos”.

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