Como el peronismo y el kirchnerismo antes, ahora los libertarios quieren borrar vestigios que quedaron para imponer su propio relato. La teoría de Gramsci que se repite, el problema en tratar de “hacer desaparecer” todo rastro de cultura K y una frase final que resume algunos de los sentimientos que tiene el periodista Pablo Sirven sobre el Gobierno de Milei.
El Gobierno acelera al mismo tiempo en los tres campos de batalla que considera esenciales: la primera es la económica, la madre de todas las batallas, prioridad absoluta del Presidente; la segunda es la batalla política (tironeos e intenciones de domar y volver cada vez más dóciles a sus aliados o, directamente, deglutirlos) más la conformación de La Libertad Avanza como partido nacional (con Karina Milei a la cabeza, apuntalada por la escudería Menem). Ahora llegó el turno de librar otra batalla crucial: la cultural. La derecha, finalmente, no solo se decidió a mirar con más cariño las enseñanzas de Antonio Gramsci (por años despreciado desde esa vertiente ideológica por haber sido un teórico marxista), sino que se ha propuesto convertirse en su mejor alumna.
Gramsci decía que para dominar a una sociedad no era suficiente tener el monopolio de la represión. Que más importante era el control del sistema educativo, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. El célebre intelectual italiano, entre otras cosas, fue periodista y sociólogo. Por eso entendió rápido y cabalmente, como gran observador que era, que para imponer una hegemonía se vuelve imprescindible impregnar a los distintos actores sociales con una prédica constante, que al mismo tiempo parezca novedosa y atractiva. Y que progresivamente vaya envolviendo a la mayoría de la población para que se haga carne en ella y la milite o, por lo menos, la anestesie y se entregue acríticamente a sus designios.
Quien mejor entendió y puso en práctica este dispositivo exitosamente en la Argentina contemporánea fue el primer peronismo (1946-55). El intento abrupto y violento de desmontar ese relato (el bombardeo de Plaza de Mayo; el decreto 4161 de la Revolución Libertadora, que prohibía sus símbolos; más el secuestro del cadáver de Eva Perón, sin conocerse su paradero durante 16 años) resultó contraproducente y agigantó el fenómeno.
Como ya se había hecho en 1899, cuando se demolió la casona de Juan Manuel de Rosas en Palermo, para aniquilar todo vestigio de su dictadura, se procedió de la misma manera, en 1956, para borrar del mapa al Palacio Unzué, donde habían residido Juan Domingo Perón y su esposa, que murió allí (solar que hoy ocupa la Biblioteca Nacional). Tampoco sirvió de mucho.
El kirchnerismo replicó y potenció durante veinte años (2003-23), aun durante los cuatro que estuvo fuera del poder mientras gobernó Mauricio Macri (2015-19), aquella obsesiva estrategia de hegemónico dominio cultural de su precursor.
El mileísmo ya empezó a barrer esos símbolos: el CCK ahora se llama Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento; retiran un busto de Néstor Kirchner de una sede de la Anses (ya había hecho otro tanto en el Senado la cada vez más cuestionada vicepresidenta Victoria Villarruel; remueven posters y pegatinas de Eva Perón en oficinas públicas; se estudia sacar las gigantografías en hierro de la “abanderada de los humildes”) de sendos lados del edificio que ocuparan distintos ministerios, en la 9 de Julio (inclusive se habla de demolerlo); pasaron pintura blanca por encima de un mural que homenajeaba a Kirchner, en una sede del Correo Argentino, en Retiro, y así sucesivamente. Si el Gobierno pretende borrar todo vestigio del kirchnerismo le va a llevar un tiempo largo. Son tantos los lugares bautizados con el nombre del santacruceño que en su momento inspiró al periodista Leonardo Mindez a inventariarlos en un sitio en la web, que bautizó “Ponele Néstor a todo”.
¿Puede pasar que en vez de sumir en el olvido todo rastro de la cultura K ocurra lo mismo que sucedió después de 1955, que, lejos de desaparecer, el peronismo se agigantó?
Además. Otra vez sobre el peronismo
Hay diferencias importantes. El kirchnerismo no fue desalojado del poder por la fuerza. Fue derrotado electoralmente. Esta vez no se trata de un gobierno de facto que procede con violencia e impone una prohibición general, sino de una gestión elegida por el pueblo que no impide que esos homenajes puedan continuar en la esfera privada, pero sí los saca de circulación de ámbitos oficiales para “garantizar la neutralidad partidaria y evitar la propaganda política”, según informó el Ministerio de Capital Humano.
El Gobierno avanza en ese peculiar “operativo limpieza” en coincidencia con la segunda condena a Cristina Kirchner en la causa Vialidad, a quien se le retira su jubilación de privilegio (también a Amado Boudou), que ascendía a la astronómica cifra de 35 millones de pesos (los jubilados de a pie cobran una mínima de $252.798 y una máxima de $1.701.09).
¿Qué hace el gobierno actual con esos espacios que van quedando limpios de polución K? Simple: derramar el folklore de su propio relato libertario.
Ya lo dice el dicho: “El mismo perro, pero con otro collar”.