Vence Trump porque consiguió identificar esas bajas pasiones, alimentar su sed de revancha y generar la más poderosa maquinaria de creencias, bulos y sentimientos en forma de movilización electoral sin precedentes.
Por Antoni Gutiérrez-Rubí para El País. La victoria de Donald Trump es algo más profundo que la victoria electoral de un candidato, de una opción política o de una propuesta programática. Gana una manera de entender la vida en donde los adversarios son enemigos; la realidad una creencia; el Estado un lastre; y la vida una competición descarnada y sin contrapesos en la que el mérito no define el éxito.
Gana un estilo, un modo de ser y de vivir. Una identidad.
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Gana una manera masculinizada, agresiva y desacomplejada de relacionarse con los demás, en donde el insulto zafio o el mote hiriente substituyen a los argumentos y las razones. Gana el miedo y la rabia, pierde la confianza colectiva y el nosotros incluyente. Gana mi verdad y pierde la verdad.
En definitiva, gana nuestro otro yo interior: el que se controlaba y aceptaba las normas y los códigos ―empezando por los pilares democráticos― que limitan nuestra mirada visceral y casi primitiva al mundo que nos rodea. Ese otro yo que se rebela frente a lo políticamente correcto, hacia las igualdades diversas y las formas liberales. Ganan nuestras tripas, nuestros cortes de manga, nuestro lado soez y berreta. Gana la bestia que todos llevamos dentro.
Gana Trump porque fue capaz de conectar con ese yo interior que queremos contener, pero al que solo le podemos poner un bozal, sin conseguir educar nunca del todo. Gana Trump porque consiguió representar esa turba interior tan compartida, ese arrebato despectivo y esa venganza larvada a la cultura y el pensamiento científico que no nos deja arrastrarnos por nuestros instintos como desearíamos.
Gana Trump porque consiguió identificar esas bajas pasiones, representarlas en su propia persona, alimentar su sed de revancha y generar la más poderosa maquinaria de creencias, bulos y sentimientos en forma de movilización electoral sin precedentes.
Gana porque nunca como hasta ahora la brecha de género había sido tan decisiva. Ya no son las generaciones ni la ideología ―y mucho menos las propuestas― lo que definen las elecciones. Las definen los géneros. La nueva lucha de géneros que dejan las luchas generacionales y de clase como un esquema insuficiente para entender la realidad de hoy. Gana la batalla cultural y pierde la batalla ideológica.
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Gana porque convirtió ese yo vergonzante en un poderoso nosotros redentor y supremacista. La política importa poco, aunque todo tendrá una factura política impresionante en Estados Unidos y en todo el mundo. Hoy lo que importa es que la ira y la sed de venganza beben sobre el cáliz de la democracia. Esa es la gran victoria, y la que cambiará la mentalidad de nuestra cultura política, porque la mentalidad de época es mucho más importante que la opinión pública.
Gana porque, una vez más, representar es entender y comprender. Y Donald Trump lo consiguió mejor y más profundamente que Kamala Harris.