
Adolfo Bioy Casares fue la personificación del gentleman británico del siglo XVIII en estas pampas semisalvajes del confín del mundo llamada Argentina, donde la ruralidad y la modernidad se maridaron en armoniosa sintonía.
Bioy escribió, retroalimentándose con su amigo Borges y su mujer Silvina Ocampo, con la prosa sutil de Cadmo, el héroe mitológico al que se le atribuye haber enseñado la escritura a Grecia.
La última vez que lo entrevisté fue en el verano del ´99, cuando la centuria pasada se apagaba. Me recibió recostado en la cama de su habitación del cuarto piso de la calle Posadas con vistas a Plaza Francia con las paredes tapizadas de libros. Vestido con un elegante traje negro, pañuelo de cuello, sombrero de fieltro color caqui, zapatos negros y medias grises, todo en un armonioso composé.
Ya había cumplido 84 años y mantenía la lucidez prístina para explicarme porqué era correcto decir “chauffer” y no chofer, cuando nos referimos a un conductor de automóviles. Y porqué vacacionar en Aix a Provence era incomparablemente más distinguido que hacerlo en la Miami de Gianni Versace.
Bioy – cómo a él le gustaba que lo llamaran los mozos del restaurante de Recoleta donde almorzaba por lo menos una vez por semana “pétalos” de cordero con puré de batatas – fue un liberal de la “old school”. Tenía, al decir de Abelardo Castillo, “la mirada de un integrante de la alta burguesía criolla”. Una clase ilustrada que hoy está en vías de extinción. Con una mirada honesta, descarnada e irónica de la Argentina y su gente. Y un sentimiento de un antiperonismo visceral, pero nunca a favor de la violencia irracional o destructiva del último turno militar de nuestra historia.

¿Por qué sobrevino de súbito, como un fantasma, el recuerdo de Bioy Casares?
Porque justamente ayer (11 de julio) Alberto Benegas Lynch (h) cumplió 84 años. Y aunque no termine de creer en la transmutación de las almas y teorías “new age” por el estilo, ABL (h) es en esa línea de tiempo, el gran y verdadero heredero de ese espíritu de época que encarnó a la perfección Bioy, el del auténtico liberal argentino.
Alberto Benegas Lynch nació en 1940. O sea que vivió la inmensa mayoría de su vida bajo el imperio del Estado. Sea bajo gobiernos de cuño conservador, militares, peronistas, o radicales. En esa fragua templó su pertinaz y obstinado espíritu de luchador contracorriente, en una Argentina que desde 1916 en adelante siempre fue, cada día más, entregándose a los brazos de las corrientes estatistas tan en boga en el país.
Una semana atrás, en el segundo piso del hotel Sheraton Libertador me tocó ser testigo de una de esas ceremonias íntimas (como tan bien las describía Marco Denevi). Donde, como en las tormentas del trópico de Cáncer, el aire se recarga de magnetismo, y los asistentes podemos presuponer sin equivocarnos que estamos frente a un momento muy especial.
La excusa banal fue el homenaje que Juan Pablo Scalese, armador político de la Libertad Avanza en la Ciudad de Buenos Aires, organizó para el “pater familiae” del liberalismo vernáculo.

El teatro simbólico elegido no pudo ser más adecuado. En algunas habitaciones del histórico hotel de Córdoba y Maipú comenzó a cobrar cuerpo – el 1978- el primer gran proyecto de Alberto Benegas Lynch (h): ESEADE, la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas, que otorgó el primer MBA de una entidad privada en la Argentina. Y que tuvo el orgullo de contar con tres premios Nobel de Economía (Friedrich Von Hayek, James Buchanam y Vernon Smith) en su consejo consultivo a lo largo de las décadas del ´80, ´90 y 2010. Y como la emoción es un sentimiento capaz de hipnotizar voluntades, cada uno de los que precedieron en la palabra a ABL (h) apuraron la marcha para abreviar el tránsito.
Desde Edgardo Zablosky, rector de la UCEMA, hasta Bertie Benegas Lynch, el orgulloso hijo del patriarca que hoy funge de diputado nacional, uno de los poquísimos elegidos por el presidente Milei, pasando por el constitucionalista Alejandro Fargosi o el organizador Scalese, absolutamente todos siempre supieron que sus intervenciones estaban destinadas a hacer de “banda soporte” del rock star de la noche.

Y ABL (h) no defraudó. Ni a sus fans liberales (jóvenes, de mediana edad y maduros también) ni a él mismo.
Quirúrgico en sus recuerdos, transformó su homenaje en un homenaje a la figura de su padre (Alberto Benegas Lynch). “Porque – dijo – si no hubiera sido por la paciencia y perseverancia de mi padre, que me mostró una y otra vez “el otro lado de la biblioteca (aludiendo al ideario liberal) yo hubiera sido keynesiano, marxista, socialcristiano o peor aún troskista”, dijo desatando la primera ovación de la noche.
Así “salió” su primo Ernesto “Che” Guevara, el mayor exponente de la rama comunista del árbol genealógico de los Lynch.
Amante de la historia contrafactual, el prócer del liberalismo argentino se regodeó en lo que pudo haber sido y no fue. Y con un sentido afinado de la ironía y el sarcasmo, Benegas Lynch confesó una de esas verdades que sólo se confiesan cuando el hombre se siente amortizado por el tiempo y las experiencias vividas: “la verdad es que de joven siempre fui un muy mal alumno. Tanto que me echaron de cinco colegios distintos en la Argentina y de otros dos en los Estados Unidos donde vivimos con la familia un par de años”.
Como un tiempista consumado de la escena, ABL (h) sacó del arcón de sus recuerdos, momentos poco exhibidos en público.
Muchas gracias a la juventud de LLA y a @JuampiScalese por el honor de haber realizado y compartido el homenaje de ayer al gran @ABENEGASLYNCH_h.
— Alejandro Fargosi (@fargosi) July 5, 2024
Su valentía, capacidad intelectual y esfuerzo personal en defender la libertad desde hace décadas, debe inspirarnos. pic.twitter.com/WvPwdDJ5Ic
Recordó sus frustradas dotas de cantante en el coro del colegio Saint George, donde fue cancelado por el director del coro por sus pésimos registros. Como dándole la razón a sus antiguo maestro de música, remató la anécdota como un “la verdad es que aún hoy me queda el trauma y hasta me cuido en cantar el Himno en voz baja, por las dudas”. Y acto seguido, para que el humor no ganara terreno, reivindicó a sus pilares más sólidos: los de su mujer María Del Milagro López Lecube, con la que está casado hace 57 años, y sus hijos Joaquín, Marieta (a la que destacó por su acompañamiento en los inicios del ESEADE) y Alberto Tiburcio, “Bertie”.
Remató la noche-homenaje con una frase del general cinco estrellas Douglas Mac Arthur (comandante supremo de los Aliados en el llamado frente Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial), el más condecorado de la historia de los Estados Unidos, que a modo de despedida de su vida pública dijo: “Un soldado de vieja data nunca muere, simplemente deja la escena”.
Se guarece en los homenajes oportunos, el reconocimiento de las personas y en el alma de la historia. En los libros, en cada batalla cultural que se sangró, se perdió y se ganó. En los momentos de la historia que dejan enseñanzas y traen ecos de guerras perdidas. Simplemente perdura. Como el recuerdo eterno de Bioy Casares.