29/06/24

Terminó el culebrón: Assange, el fundador de Wikileaks, pagó el precio de «abrir los gobiernos» al mundo

Julián Assange se apoya sobre la ventanilla del avión que lo sacará de Reino Unido y se pregunta si el mundo será más libre o no. Es la primera vez en 1901 días que mira el horizonte, después de sobrevivir en una celda de 2 x 3 metros, aislado y en condiciones infrahumanas en la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh.

El Tribunal Superior de Londres acaba de concederle la libertad bajo fianza y viaja a las Islas Marianas, una pequeña comunidad estadounidense del Pacífico, para declararse culpable de un cargo de conspiración, tras el acuerdo que firmó con el departamento de Justicia de Estados Unidos. Assange se habría negado a comparecer ante un juzgado del territorio continental y esas islas están más cerca de Australia, hacia donde las autoridades estadounidenses prevén que se dirija Assange tras ser liberado.

El fundador de Wikileaks podrá, así, reencontrarse con su familia. Espera, de una vez, que el culebrón legal de su vida emita su último capítulo.

PintaPintada de Assange en Australia.

¿Culpable de qué? Tras haber pasado cinco años en una cárcel británica, la libertad tiene un contundente sentido para el hombre que desclasificó y publicó papers militares en 2010. Según el documento presentado ante el tribunal de Saipán –capital de las Islas Marianas- «Assange conspiró a sabiendas e ilegalmente para recibir y obtener documentos relacionados con la defensa nacional y comunicar esa información a personas que no tenían derecho a recibirlos».

Lo cierto es que pagó caro el precio de haber «abierto los gobiernos» al mundo, al crear Wikileaks, en 2006. Se trata de un sitio online que publica documentos e imágenes confidenciales que saltó al mundo en 2010 cuando publicó imágenes que mostraban a soldados estadounidenses matando a 18 civiles desde un helicóptero en Irak.

Ese año fue detenido en Reino Unido, luego liberado bajo fianza y otra vez encarcelado después de que Suecia emitiera una orden de arresto por acusaciones de agresión sexual. Así comenzó una saga legal que llevó catorce de sus 52 años y que involucró a cinco países.

Wikileaks fue un «buzón secreto» en el vastísimo mar de datos que navegan por internet. Cinco millones de correos electrónicos confidenciales se depositaron en ese buzón, con datos comprometedores para gobiernos, empresas y personas. Ahí comenzó a entender que el precio de la libertad es demasiado alto cuando horada intereses. Comenzó, entonces, Assange otra lucha: la de sobrevivir.
La caza de brujas recorrió el mundo: Assange pidió asilo a Ecuador y desde la embajada de aquel país en Londres evitó la extradición y siguió hablando en nombre de la libertad de prensa, diciendo que se había enfrentado a una cobertura mediática generalizada, inexacta y negativa.

Lo cierto es que Assange ya estaba preso: siete años vivió dentro de la embajada hasta que fue arrastrado fuera del edificio y arrestado por la policía británica el 11 de abril de 2019. Se lo vio notablemente deteriorado.

Mientras Assange se preparaba para luchar contra la extradición a EE.UU., los fiscales suecos anunciaron que la investigación sobre la acusación de violación de 2010 había sido abandonada porque las pruebas contra Assange «no eran lo suficientemente sólidas como para formar la base para presentar una acusación».

Desde entonces, su caso se ha visto envuelto en idas y venidas legales y una serie de apelaciones.

En 2021, un tribunal británico falló a su favor, bloqueando su extradición, pero luego el gobierno de EE.UU. apeló con éxito. Y apenas el mes pasado, la Corte Suprema de Reino Unido decidió que Assange podía nuevamente apelar la orden de extradición de EE.UU.

Mientras tanto, Assange ha permanecido en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh en Londres.

Julian Assange y Ricardo Patiño, excanciller de Ecuador

Fue allí, en 2022, donde se casó con su pareja de siete años, Stella Moris, una abogada sudafricana y miembro de su equipo legal desde hace mucho tiempo.

También es madre de los dos hijos pequeños de Assange, que fueron concebidos mientras Assange vivía en la embajada de Ecuador.

Su familia ha dicho durante mucho tiempo que su salud estaba empeorando de manera constante y dramática y temían que muriera o se suicidara.

Todo el caso Assange está marcado por la prédica de un lado y la mordaza del otro a la libertad. La verdadera batalla es contra los estados omnipresentes que resguardan sus secretos bajo siete llaves para que la historia no los condene. Assange mostró un espejo donde las democracias se ven demacradas y macilentas, producto de un maltrato más cercano a los poderes dictactoriales que abiertos.

Es cierto que jugó con fuego y se quemó. Pero, como dijo alguna vez Jefferson, «entre un gobierno sin libertad de expresión y libertad de prensa sin gobierno, prefiero esto último». Y, al menos para Assange, así fue.

“Las palabras no pueden expresar nuestra inmensa gratitud hacia VOSOTROS (sic)— sí, VOSOTROS, que os habéis movilizado durante años para que esto fuera realidad. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS”, ha escrito la esposa de Assange, Stella, en su cuenta de X (antes Twitter), junto a un vídeo en el que se veía al exhacker firmando los papeles de su acuerdo, viajando en furgoneta hasta el aeropuerto londinense de Stanstead y abordando el avión de regreso. Acompañaba a Assange el alto comisionado de Australia en el Reino Unido, Stephen Smith.

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