Dieciocho años, un continente y -sobre todo- una formación ideológica extrema separan a Ernesto «Che» Guevara y a Donald Trump. Pero los une el calendario: ambos nacieron el mismo día, uno en Rosario y el otro en Nueva York y con una diferencia de dieciocho años.
Pero si el karma existe, los dos tuvieron -y tiene, en el caso de Trump-una avidez por el poder que los convirtió en un sello con sus propios nombre y apellido. Y llegaron a este universo para «dejar la vida» en misiones obsesivas: uno para lograr la ansiada Revolución Cubana y el otro por dirigir el mundo desde el Capitolio, misión que ya cumplió una vez mientras aguarda la segunda venida.
No pueden estar tan en las antípodas El Che y Trump.
Sin embargo, lo que se repele se atrae y ambos fueron, así, «outsider» del poder, que construyeron su poderío en base a su nombre, sus caprichos, sus decisiones. Los odios que cosechan son tan fértiles como los amores y ambos se han forjado en la fragua de la selva que el mundo les ofrecía en sus tiempos: El Che en Sierra Maestra y Donald Trump en X (antes Twitter), el guerrero moderno que radicaliza su mensaje en un lenguaje tan violento y combativo como fueron las armas.
Finalmente la violencia retórica termina, tarde o temprano, en violencia real.
Son los mismos métodos pero con distintas herramientas: la confrontación abierta, el poder «duro», la subestimación de las minorías, el hambre de poder, la ideologización extrema. Carl Marx y Jhon Locke no se animaron a tanto, y eso que se animaron a mucho.
La revisión de la historia da perlas que, como regalo de cumpleaños, vale para ambos.
En 1964, El Che envió una carta a la ONU donde decía: «Debe establecerse que el gobierno de los Estados Unidos no es el defensor de la libertad sino el autor de la explotación y opresión contra los pueblos del mundo y contra él mismo».
Cincuenta y cinco años después, en 2019, en el mismo estrado, Donald Trump dijo, respecto a Cuba y Venezuela: «El dictador Maduro es una marioneta cubana, se esconde en su propio pueblo, mientras Cuba se aprovecha de la riqueza petrolífera de Venezuela para mantenerse en el poder».
Es caprichoso el azar, diría Serrat. Nada es azar, dirían los astrólogos.
Lo cierto es que del Che Guevara queda su fama y su infama, plasmadas en remeras que muestran su boina y su mirada revolucionaria y hoy Trump pelea por volver al poder sumando el voto de los cubanos y caribeños que viven en Miami.
Ah, paradojas del destino. Del azar. O del universo. Y de la historia.