Vivimos en una sociedad que ha pulido los métodos y las tecnologías de propaganda del nazismo y que se cree más libre que nunca, cuando en realidad está tremendamente sometida. Hoy la mentira reina sin pudor. Esta es nuestra sociedad. La sociedad de la mentira.
Por Carlos Eduardo Maldonado*. No es un fenómeno local, ni tampoco casual. La mentira está diseñada estratégicamente como un mecanismo consciente y voluntario de engaño. En líneas generales, esta es la característica de los grandes medios de comunicación. Prensa, radio y televisión, principalmente. Y, a raíz de la emergencia de las redes sociales —cuya primera y más básica expresión son los correos electrónicos—, también es la característica de los diferentes canales en la web.
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Una cosa es una equivocación involuntaria y personal; otra muy distinta es hacer de la mentira un objeto de trabajo planeado, diseñado, controlado al milímetro. En la historia más reciente de la humanidad, la expresión más acabada de una mentira diseñada estratégicamente es el nazismo y el fascismo. Contra todas las apariencias, vivimos, aquí y allá, bajo regímenes nazis y fascistas après la lettre.
Los dos ministerios más importantes del régimen de Hitler fueron el Ministerio de Ciencia, Educación y Cultura (dirigido por Bernhardt Rust) y el Ministerio para La Ilustración Pública y la Propaganda (dirigido por Paul Joseph Goebbels). De lejos, mucho más importantes que los ministerios de guerra o de finanzas. Y muy por encima de las fuerzas de seguridad (las famosas SS) del sistema nazi.
Vale la pena leer dos veces los nombres de ambos ministerios.
El fascismo y el nazismo, no hay que olvidarlo, fueron movimientos de masas. Su gran fortaleza fueron las clases medias. Y el medio en el que emergieron y se sostuvieron fue el de la opinión. El nazismo y el fascismo son regímenes sociales, políticos y culturales que sostienen ampliamente la importancia de la opinión, es decir, los lugares comunes. Hitler mismo, como también Mussolini, eran fantásticos oradores. La retórica floreció en el nazismo y el fascismo y fue ella la que los sostuvo. Gracias, originalmente, al megáfono; luego a los micrófonos, y, finalmente, a la radio y los medios de comunicación masivos. Las masas se sentían verdaderamente atraídas por la facilidad que tenían Hitler y los suyos para la palabra. Técnicamente, todo ello se llama hoy por hoy marketing político. Esto no alude únicamente al estudio, sino —y mejor aún— también a la producción de mensajes de amplio calado social perfectamente producidos.
En las facultades de comunicación social se enseña que las noticias son producidas, posproducidas, editadas (y casi siempre de manera velada) y sometidas a censura (ya sea abierta y explícita o tácita y velada). En numerosas ocasiones, los propios comunicadores sociales implementan, con diferentes argumentos, adicionalmente, la autocensura (habitualmente para conservar su trabajo). Una metáfora ingenua ilustra perfectamente la situación: de la leche, a la gente no le llega ni el agua. Se les enseña generalmente a los comunicadores que los hechos no existen. Una noticia se construye, ya sea en forma de fotografía, o de crónica, o de entrevista, o de crítica y demás.
Las fronteras entre periodismo, comunicación y propaganda son móviles y difusas, parece. Goebbels implementó lo que ha llegado a conocerse como los once principios de la propaganda. Estos once principios se refuerzan recíproca y necesariamente. Una mirada desprevenida pone en evidencia, en verdad, mucha inteligencia y sagacidad.
Los principios pueden condensarse en uno solo: una mentira repetida muchas veces termina por convertirse en una verdad. Para ello se requiere la orquestación de los medios de comunicación masivos y de los principales periodistas y voceros de la opinión pública. En otro contexto, un autor destacado, Marshall McLuhan, lo pone en evidencia con otras luces: lo importante no es tanto el mensaje que se transmite, sino quién y cómo se transmite.
Lo importante no es lo dicho, sino la fuente de quien lo dice. En esto exactamente consiste entender la lógica de los medios de comunicación de masas. Medievalismo puro, pues se impone un criterio de autoridad sobre el contenido mismo de la información. En el mundo académico, por ejemplo, siempre una información va precedida o inmediatamente acompañada por algo como: «… profesor de tal». Después se nombra una prestigiosa universidad, para terminar con un «publicado en cual» y se nombra una prestigiosa revista científica.
En eso consiste la opinión: en el peso de la autoridad sobre el criterio y la reflexión. Peor aún, es propio del nazismo y el fascismo la asunción de que un dato es suficiente y habla por sí mismo. Se olvida así que todo dato implica un relato; es decir, un ejercicio de reflexión, de interpretación de crítica, de estudio. Al fascismo como sistema político y cultural le es concomitante el positivismo. El positivismo jurídico, el positivismo científico o el positivismo metodológico, por ejemplo.
La perversidad de la mentira no es que ella suceda en el mundo, sino su carácter diseñado, ingenierado, en fin, estratégicamente planificado. Ya Nietzsche llamó la atención al respecto en Verdad y mentira en sentido extramoral. En pocas palabras, hablamos del engaño premeditado a la sociedad y de la deformación acomodaticia de la realidad y de los hechos.
La gente ya no sabe qué es verdad y qué no, qué sucede verdaderamente y qué no. «La gente» hace referencia a todos aquellos que son, literalmente, consumidores de información. En pocas palabras, la gente no importa. Son objetos manipulables a voluntad. Para ello, existe todo un complejo entramado de dispositivos, todos perfectamente panópticos. El mundo está constituido con base en innumerables mecanismos y sistemas de micropoder. Al cabo, como bien señala Mbembe en su libro Necropolítica, el capitalismo, en la escala cotidiana, no mata a la gente, sencillamente la deja morir.
Nada castiga tanto al stablishment como la verdad y la transparencia. El dramático caso de Julian Assange (fundador de WikilLeaks y exiliado de su país durante años) es el más evidente. WikiLeaks fue prácticamente desmantelado, Assange detenido arbitrariamente y el sistema de derecho acomodado a los intereses políticos y militares. Contra los filósofos técnicos y academicistas, nada hay de más filosófico hoy en día que el caso Assange.
A los ciudadanos comunes y corrientes les parecería que las tergiversaciones en su país son puntuales; aunque graves, aisladas. Nada más lejano de la realidad. Una mirada cuidadosa pone en evidencia los nexos entre los grandes medios de comunicación en un país y los de otros países. Esto puede (y debe) extenderse a las editoriales, la industria cultural y la industria del entretenimiento. Los tentáculos conducen siempre a un puñado de dueños, intereses y poderes.
Así las cosas, la política es verdaderamente biopolítica, pero con el reconocimiento explícito de que las grandes decisiones sobre un país usualmente no se toman en ese mismo país. Se toman fuera. La política es actualmente geopolítica, pero en el centro están los juegos sobre las creencias de los seres humanos, cuyo núcleo mitocondrial es la información. La necropolítica es política de muerte con base en la construcción de información y creencias falsas, acomodaticias, engañosas.
¿Alguien ha observado que los grandes tomadores de decisión no aparecen, por regla general, jamás como actores en las redes sociales? «Cuando el producto es gratis, tú eres el producto».
El fascismo y el nazismo fueron militarmente derrotados. No cabe la menor duda. Sin embargo, si entendemos que en la base del nazismo y el fascismo estaban estas estrategias de propaganda, entendemos que resultaron social y culturalmente triunfantes. La situación de los grandes medios de comunicación masiva así lo pone en evidencia. Ellos y todas sus redes y extensiones. Es bastante más que el cuarto poder. Social y culturalmente son el primer poder.
El fascismo y el nazismo comienzan en sus raíces y se alimentan de mentiras. Muchas mentiras, estratégicamente diseñadas. El verdadero enemigo, según parece, es la propia sociedad. Y filosóficamente, el verdadero enemigo es la verdad. La verdad y transparencia.
*Carlos Eduardo Maldonado es doctor en Filosofía por la Universidad KULeuven (Bélgica). Ha realizado posdoctorados como profesor visitante en la Universidad de Pittsburgh, en la University of America (en Washington D. C.) y en la Universidad de Cambridge. Es doctor honoris causa por la Universidad de Timisoara (Rumania), la Universidad Nacional del Altiplano (Perú) y el Colegio de Morelos (México). Actualmente, es profesor titular en la Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque (Colombia).