En Argentina, desde hace varios años, algunos proponen cerrar el Banco Central. Esto se explica como consecuencia de los pésimos resultados que la centralización del poder monetario ha causado. En la historia argentina, como en otros numerosos casos en la mayoría de los países, la dirección centralizada de las políticas monetarias ha llevado a la economía a reiterados periodos inflacionarios y, en los peores casos, hiperinflacionarios.
El problema de la centralización del poder económico se ve potenciado por varios factores. Por un lado, quien controla la distribución de dinero puede obtener privilegios en forma de favores, al beneficiar a grupos selectos que reciben el dinero nuevo antes que el resto, y por lo tanto pueden usarlo antes de que su valor en relación a otros bienes caiga. De esta forma, el sistema de incentivos se corrompe cuando quien maneja las políticas monetarias recibe los beneficios directos de sus intervenciones de forma rápida pero distribuye los costos a los demás, tanto en el corto como en el largo plazo.
Además del desequilibrio en el sistema de incentivos, existen otros problemas con la centralización del poder en materia de dinero, como la imposibilidad del cálculo económico de forma centralizada. Para realizar un cálculo económico, el interesado considera factores conocidos y ciertos, así como conocidos e inciertos; sin embargo, por definición, no puede ser consciente de los factores desconocidos a la hora de realizar el cálculo económico. En el libre mercado, se premia a los agentes que logran estimar de forma más acertada lo desconocido y lo incierto, a través del sistema comunicativo de los precios y de la libre competencia. De esta forma, quienes hayan calculado de forma desacertada, perderán ganancias y, en el peor de los casos, llegarán a pérdidas netas o bancarrota. Así es como el mercado incentiva la eficiencia en la producción y planificación económica acertada y desincentiva la planificación falaz y la ejecución ineficiente. Sin embargo, en el sector público, al existir una fuente de financiación infinita por parte del Banco Central, los proyectos incompetentes pueden seguir siendo sostenidos más tiempo del debido y los incentivos para financiar proyectos altamente productivos no son suficientemente fuertes.
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Así, incluso si el banquero central fuera honesto y decidiera obrar de la mejor forma posible, cada acción que tome será ineficiente, ya que no está sometida al proceso de purga del libre mercado. Estas acciones, en el peor de los casos, llevan a situaciones distópicas y grandes desequilibrios monetarios y económicos. No hay agente económico que pueda saber con certeza los microequilibrios óptimos de cada bien y servicio de la economía en base a las demandas subjetivas y cambiantes de cada uno de los agentes en
cada momento y lugar, tanto en el presente como en el pasado o futuro. La diferencia entre el cálculo económico en el libre mercado es que el capitalista arriesga su capital y somete su juicio, sus planes y sus cálculos a las leyes del mercado. Por el contrario, el banquero central puede promover una política netamente negativa por varios años y no sufrir pérdidas de ningún tipo ya que dispone de protección sistémica privilegiada y de financiación monetaria infinita.
Llegados a este punto, parece consecuente la propuesta de cerrar el banco central para evitar la centralización del dinero y someter la producción y la demanda de este bien a los procesos del libre mercado. Sin embargo, algunos detractores de esta idea sostienen que esto supondría una pérdida en nuestra soberanía monetaria.
La demostración de lo equivocado que es el pseudoargumento de la soberanía monetaria no es meramente teórica, sino que además está respaldada por la experiencia a lo largo de nuestro planeta y de nuestra historia. En 1923, el gobierno de Alemania, la entonces República de Weimar, tenía plena soberanía monetaria. Saliendo de la Gran Guerra con una pesada carga de deudas, al banquero central se le ocurre financiar el pago a los acreedores con dinero impreso de la nada. Tan grande fue la cantidad de dinero emitida que con el dinero que en 1914 le alcanzaba a un alemán para retirarse viviendo de rentas y comprarse un par de lindas casas, solo una década después no le alcanzaba para comprar una mera rodaja de pan. En el punto más extremo de esta pesadilla monetaria, el banco central comenzó a imprimir los billetes solo de un lado, dejando el otro en blanco, para así ahorrar en tiempo y costos de impresión y poder imprimir aún más billetes en menos tiempo. Aquellas familias que habían logrado construir su capital con décadas de trabajo y sacrificio y que habían atesorado su moneda nacional vieron su fortuna desplomarse en el plazo de unos pocos años hasta perderla por completo. Eso sí, por suerte había soberanía monetaria. Lo peor es que la tragedia de la hiperinflación de Alemania no es un caso aislado. Desde la creación de los bancos centrales se han registrado más de 50 periodos hiperinflacionarios, donde la inflación anual muchas veces superó el 10,000%, logrando destrozar cualquier tipo de incentivo al ahorro, a la gratificación diferida, a la inversión o a la productividad. Estos fueron los logros de los bancos centrales y de su soberanía monetaria.
Además, si bien el euro ha perdido lentamente gran parte de su valor a lo largo de su historia, muchos coinciden en que es una de las monedas fiduciarias que menos rápido se deprecian. Por el contrario, monedas como los dólares zimbabuenses, los pingos húngaros, los marcos alemanes de Weimar, los bolívares de Venezuela o los pesos argentinos sufrieron devaluaciones terribles, destruyendo cualquier tipo de valor atesorado en cualquiera de ellas en muy poco tiempo. Sin embargo, a la hora de elegir (hipotéticamente) en qué moneda ahorrar, cualquier persona elegiría el euro en vez de alguna moneda de este conjunto hiperinflacionario. Curioso, porque ningún país de Europa tiene soberanía directa sobre el euro, aunque todas estas divisas tienen lo que muchos llaman “soberanía monetaria”, ya que sus políticas monetarias son directamente redactadas por su mismo país.
Aquellos que consideran tan necesario el poder de autogestionar la política monetaria del propio país no entienden quién es en verdad el que tiene la soberanía monetaria. Es verdad, si te apoyas en una moneda extranjera y esa moneda sufre de un periodo inflacionario como forma de financiar un programa gubernamental que parece beneficioso para cierto grupo en otro país, te toca soportar la pérdida del valor del dinero sin ni siquiera poder participar de ese programa gubernamental, ya que queda en otro país.
Lo que los enamorados de la soberanía monetaria no entienden es que el que tiene la soberanía no es el propio país, no son los propios ciudadanos, los compatriotas, las familias. El que tiene la soberanía es el que tiene el mando, el que puede emitir dinero falso sin trabajo ni producción desde atrás de un velo de protección jurídica y sistémica, el que maneja la soberanía es aquella mismísima persona cuyos incentivos económicos están en gran medida corrompidos.
El soberano en materia monetaria no sos vos, el soberano es el banquero central.
Esto explica por qué, aunque en teoría la soberanía monetaria nos permita supuestamente defendernos como país a través de la manipulación de las variables monetarias desde nuestro banco central, los únicos con una defensa férrea son los agentes privilegiados con acceso al poder centralizado de la emisión del dinero. El resto, puede verse por mera casualidad beneficiado de algún programa específico en alguna condición particular, pero de manera generalizada, sistémica y en la sumatoria de los plazos, a la plebe no le toca más que sufrir las consecuencias de la intervención estatal en el dinero. Mientras el banquero central se beneficia de forma privilegiada, el dentista ve cómo su salario en términos reales baja, el ingeniero ve cómo los costos de las obras suben y el obrero ve cómo aquello que antes podía comprarse con el salario de una hora hoy le cuesta tres horas del mismo tipo de trabajo. Mientras vos trabajás, el estado succiona tu productividad a través del impuesto inflacionario y mientras vos ahorrás en tu moneda (muy soberana), el estado te roba al emitir dinero y diluir tu poder de compra, haciendo que tus ahorros valgan cada vez menos en términos reales.
Si a alguien aún le parece que tener banco central signifique una mayor soberanía monetaria, que trate de pensar por un momento cómo un ciudadano que no elige cuánto dinero se emite, ni cómo, ni a quién, ni cuándo, ni por qué, y, a su vez, es obligado a transaccionar en esa moneda (debido al curso forzoso al cual el Estado lo subyuga), pueda considerarse libre o poseer soberanía monetaria alguna.
Demostrada la absurdidad de la falacia de la soberanía monetaria, los intervencionistas suelen responder: “Pero, si cerramos el banco central y sucumbimos al dinero privado (como el bitcoin, el oro u otros bienes usados como dinero emitidos o producidos por agentes privados), ¿lo que terminaríamos haciendo no es acaso cambiarnos simplemente de tirano? A fin de cuentas, ninguno de nosotros controla la emisión del bitcoin o la producción del oro”.
Lo recompensante de llegar a responder a este argumento es que, para esta altura, el amante de la “soberanía monetaria” concede lo perjudicial que es la centralización del dinero y las nefastas consecuencias de las acciones de los bancos centrales, y ya no está debatiendo sobre si el banco central es netamente positivo o negativo, sino sobre qué alternativa hay que sea mejor que este sistema.
Lo esperanzador es que sí existe una alternativa mejor: el dinero privado. Si bien es verdad que ningún individuo controla la emisión de bitcoin o la extracción del oro de la tierra, ni el usuario final suele ser quien emite el dinero privado emitido por algún banco, lo que sí sucede es que cualquiera de estas formas de dinero privado, en una economía libre, es forzada a competir con todas las otras formas de dinero, de forma que no existe un agente privilegiado que pueda usar las fuerzas productivas del resto subyugándolos bajo sus políticas monetarias.
La libre competencia de monedas no otorga, es verdad, soberanía monetaria al ciudadano en cuanto a poder para decidir sobre las políticas monetarias del bien usado como dinero. Lo que la libre competencia de dinero garantiza es la libertad de cada agente de elegir qué dinero usar, teniendo en cuenta costos y beneficios y, sobre todo, que no exista un sector privilegiado que pueda beneficiarse a costa del resto.
El dinero privado es dinero libre. Con el dinero privado, todos estamos sujetos por igual al sistema de libre mercado y al mecanismo comunicativo de los precios. Con la libre competencia monetaria se castiga la mentira, la improductividad, la ineficiencia y la incompetencia. El dinero libre premia la honestidad, el buen servicio, la productividad, la eficiencia, el ahorro y la inversión. La moneda sujeta a mecanismos de libre mercado permite que los precios cumplan su función comunicativa, ya que no están interrumpidos
por intervenciones estatales. El dinero libre permite planificar y garantiza la libertad.
El camino sigue siendo cerrar el banco central.