Tras un año electoral extremadamente largo y agobiante, llegó para los argentinos el ansiado domingo 19 de noviembre cargado de incertidumbre, interrogantes, miedos y hartazgo.
El nuevo gobierno tiene el desafío de enfrentar problemas internos de larga data, en un contexto global incierto y complejo por los conflictos bélicos en Europa Central y en Medio Oriente y los riesgos potenciales en el este de Asia.
Entre los dilemas argentinos de larga data, tenemos el debilitamiento de las instituciones democráticas desgastadas por la corrupción, la improvisación en materia de economía que nos condujo sistemáticamente al fracaso y a crisis constantes de las que se salvan unos pocos y casi siempre los mismos; los pilares del desarrollo humano: educación, salud y trabajo, paralizados en las garras de gremialismos violentos y manipuladores.
El gobierno entrante tiene dificultades de orden práctico, tangibles, reales, que requieren soluciones concretas, eficaces, justas y democráticas. Los dilemas que afrontamos son el resultado de la ineptitud, el facilismo, la ambición de poder, la ineficiencia enmascarada en la ideología, más la pereza de los gobiernos: es más fácil creer en milagros que enfrentar los problemas estudiándolos para comprenderlos, para tomar decisiones inteligentes y para trabajar en la consecución de los objetivos.
Esta Argentina en reparaciones, no tiene más margen para cometer los mismos errores: el agrandamiento del Estado y un gasto público incontrolable, improvisar medidas económicas, negar la inseguridad, descuidar las fronteras, demorar obras públicas, entorpecer el progreso, responder con ideología a los problemas estructurales, dejando caer a millones de argentinos en las fauces de la pobreza, la informalidad y la exclusión.
El nuevo gobierno necesita reparar una de las peores desigualdades sociales de los últimos años: la desigualdad de asignarle derechos a unos y obligaciones a otros, produjo que una gran parte de la sociedad perdiese la cultura del trabajo, la autoconfianza en sus facultades para ganarse la vida, y una dependencia patológica de los gobiernos de turno. Esta lógica que no es otra que la del “amo y el esclavo”, creó un daño irreversible a la condición humana: en tales circunstancias, las personas pierden la conciencia de sí mismas y no son capaces de evaluar la realidad de manera razonable e independiente, ni de desarrollar las facultades más distintivas del ser humano: el juicio crítico y la autoestima.
Restaurar la Argentina de hoy necesita un estadista dispuesto a fortalecer la democracia, generar condiciones de desarrollo económico con inclusión social, establecer relaciones inteligentes con el resto del mundo, promover los consensos y sanear el sufrimiento social en un clima de concordia y confianza en nuestros propios recursos humanos y materiales.
Argentina necesita un nuevo gobierno con la grandeza, la inteligencia y la humildad para aceptar el diagnóstico de que tenemos un país decadente, aunque seamos inmensamente ricos en potencia.
Necesitamos un gobierno dispuesto a trabajar y a devolvernos el orgullo de ser argentinos.