Reflexiones electorales en un país impredecible
Las elecciones presidenciales desnudaron la metamorfosis del voto, el desinterés por la corrupción y la creciente inutilidad de las PASO. Ahora la ley tendrá que cumplirse más que nunca.
Pese a lo que se dice en cuanta publicidad surge en vísperas de los mundiales de fútbol, no somos únicos pero sí extremadamente pasionales y, porque no, un tanto particulares. Realmente no tengo realizado un muestreo preciso pero no sé en cuántos países en el mundo hay personas que, con una lógica fanáticamente futbolera, se tatúan a un político en su cuerpo ni tampoco sé en cuántos países los individuos lucen remeras de un candidato o un político con la efervescencia con las que se lucen acá.
Quizás esto sea consecuencia de una sociedad que ha ido cultivando figuras proféticas, más propias de textos religiosos que de políticos y gobernantes que deberían apuntar al bien común social.
O quizás también esto sea producto de una sociedad impredecible, que un día toma el timón para un lado y al otro, cuál capitán borracho, sacude las estructuras del barco virando el timón de manera desenfrenada hacia el sentido opuesto.
Esa anestesia generalizada al sentido común (no de todos, claro) indudablemente nos brinda una radiografía que nos permite entender un poco más lo sucedido en las elecciones generales del 22 de octubre.
Con más incertidumbres que certezas, los interrogantes fluyen a raudales y ya le digo a quien esté leyendo estas líneas que aquí no estarán las respuestas. No obstante, bien vale exhibir las incógnitas: ¿Dónde quedó ese voto antipolítica que tan fuerte sacudió los cimientos democráticos y republicanos en las PASO? ¿Cómo entender ese voto en este contexto que se avecina?
Si “el bolsillo es la víscera más sensible del hombre”, ¿cómo comprender, entonces, que el mismo ministro que llevó el dólar de 600 en las PASO a 1000 previo a los comicios generales haya sido el que más votos obtuvo en un país que está literalmente devastado? Y de cara al inmediato escenario de balotaje ¿adónde irán los votos de las fuerzas que no alcanzaron la segunda vuelta, más allá del estallido de Juntos por el Cambio del día miércoles 25 de octubre?
Entre tanto desfile de signos de interrogación, la certeza más clara es que el voto enojo de las PASO migró a un voto miedo en las elecciones generales. Y que, a la luz de los hechos, el pragmatismo peronista (después habrá que analizar cómo funcionará esto en el futuro en caso del triunfo oficialista) fue más fuerte que la inocencia y falta de visión estratégica de la oposición en su conjunto.
Precisamente hace algunos días atrás en una entrevista radial dialogamos sobre las fortalezas de ese voto impulsivo y emocional en el sorpresivo triunfo de Javier Milei en las primarias.
Reflexiones electorales en un país impredecible
El impacto de la emoción es indispensable a la hora de ejercer nuestro derecho al voto, más allá de esa creencia de que nuestro voto es fruto de profundas argumentaciones y estudios previos a la contienda electoral.
La realidad es que si bien el voto tiene un fuerte componente racional la campaña se focalizó plenamente en las emociones, tal como le gusta sostener a los gurúes de la comunicación política. Esa racionalidad queda anestesiada cuando el mensaje perfora el horizonte de la emoción, la risa, el llanto, el amor y el odio y, una vez inmersos en ese estado, nos volvemos indefectiblemente más frágiles.
La relativización de la corrupción ha sumado otro capítulo más en cuanto al desinterés que éstos tienen para la ciudadanía, más allá de enojos esporádicos, memes en redes sociales o discursos agresivos en la atmósfera digital para quienes cometen dichos delitos. Duele decirlo pero pareciera que vivimos en tiempos donde poco y nada importan estos escándalos y claramente no tienen un impacto electoral.
Esa relativización coquetea con ese axioma que muchos argentinos han apadrinado del nefasto “roba pero hace” (aunque a veces tampoco es que hagan mucho). No obstante, sorprenderse con esto también sería incurrir en un acto de principiantes. Si en el año 2019 tampoco tuvieron repercusión y se puso en el poder a un partido que tenía entre sus filas a varios acusados de obscenos casos de corrupción, ¿por qué habrían de tenerlo ahora? Sobre ello, una pequeña reflexión.
En un país en donde hay un 40% de pobres, en el que el 56% de los niños conviven con esta situación de pobreza o en donde la inflación supera el 130% anual pareciera que la corrupción, que indefectiblemente tiene mucho que ver con esos preocupantes índices de lo que se comprende, ya no nos importa tanto.
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Otra reflexión inmediata, en términos puramente electorales, es la necesidad de revisar si las PASO tienen o no algún sentido. Más allá del fomento a la participación ciudadana, las primarias han dejado en claro que son un instrumento que definitivamente quedó obsoleto, por las experiencias vividas.
No sólo por razones de índole técnica como el extravagante gasto económico que conllevan y el hecho de que no sean del todo representativas de la verdadera preferencia del electorado, que prefiere jugar al ajedrez con el “voto útil” en lugar de seleccionar a los mejores candidatos, sino también porque dinamitan la gobernabilidad del presidente de turno y provocan cimbronazos económicos en un país que no está para esos sacudones. Le ocurrió a Mauricio Macri y lo mismo le está pasando a Alberto Fernández.
El nuevo escenario que se viene necesitará de una visión superadora a lo que hemos vivido en este siglo en la política argentina. La figura del político paternalista tendrá que ser desplazada por la de algún verdadero estadista que pueda construir puentes entre los distintos actores políticos con el respeto por la Constitución por sobre todo interés mezquino.
La división de poderes es imprescindible en escenarios como éste, en el cual, más allá del triunfo del oficialismo, no hay un candidato que tenga el apoyo de la mayoría. En este panorama el ejercicio periodístico y el respeto por la libertad de expresión tendrán que ser dos pilares esenciales para poder poner un freno a los desmanejos políticos.
Solo así, con estas variables que parecen un tanto utópicas, el futuro de nuestro país no estará en juego y podremos salir de esta eterna crisis social, política, económica y de valores que golpea con mucha insistencia. Parece difícil que esto suceda, pero no hay que perder las esperanzas.
Articulo publicado en Perfil