08/07/24

El odio, el miedo y otros demonios

Reencontrémonos en nuestra humanidad, enfilarnos hacia la reconstrucción del país es el camino.

Reencontrémonos en nuestra humanidad, enfilarnos hacia la reconstrucción del país es el camino.

Fue Eleanor Roosevelt (1884-1962), mujer influyente e inspiradora, quien dijera en un momento crucial para la paz mundial que “no basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla”. Esta frase creo que hoy nos viene como anillo al dedo en este crítico momento por el que está pasando nuestro país. La construcción de paz es una tarea que nos corresponde a todos los colombianos, y no solo se trata de bajar las armas. Es trabajar para lograr la paz social, la paz política, la paz ideológica y la paz espiritual.

Colombia es un país herido por un pasado enmarcado por múltiples formas de violencia, pero también por un presente sumergido en intolerables niveles de exclusión, pobreza y desigualdad, exacerbados por los nefastos efectos del covid-19.

Esta realidad que vivimos hoy en gran parte se debe muchas veces al exceso de pragmatismo con que se toman ciertas decisiones por parte de algunos gobernantes, empresarios y dirigentes sociales, en ambos lados del espectro político.

En su libro Por qué fracasan las naciones, James Robinson describió a Colombia como un país rentista. Eso quiere decir que nuestras élites nacionales y locales solo velan por sus intereses individuales acumulando nichos de poder social y económico. En otras palabras, nos hemos convertido en una sociedad profundamente egoísta y desconfiada. Hay muchas razones históricas que explican esto, y entre ellas está el devastador impacto del narcotráfico, que ha corrompido todos los niveles de la sociedad desde hace más de 50 años.



Nuestro país hoy está parado en un punto de inflexión como nunca antes. Podemos encaminar nuestras acciones hacia esa paz estructural tan anhelada o, por el contrario, seguir cayendo en el abismo de la confrontación entre compatriotas. Pero para poder avanzar en la senda correcta, entendiéndose como aquella que busque tender puentes, hay que derribar murallas, generar oportunidades para hombres y mujeres en igualdad de condiciones, ampliar y fortalecer a una clase media sostenible, así como regenerar la confianza en las instituciones, en nuestros dirigentes políticos, empresariales y sociales, quienes en todo caso deberán dar señales de empatía y humildad.


A veces no se entiende bien por qué se toman ciertas decisiones, y eso la ciudadanía lo resiente. Por eso es fundamental comunicar bien, y eso sin duda ha hecho falta en esta ocasión. Hoy la gran mayoría de colombianos de bien están llenos de dolor, rabia, frustración y desesperanza. Pero, sobre todo, ¡tienen miedo! El miedo, muy al contrario del amor, la fe o la esperanza, puede llegar a ser un pésimo consejero, pues el odio es un derivado del miedo y cuando los ciudadanos sienten que no tienen nada que perder pueden estar dispuestos a lo que sea para hacerse oír. La llamada Ley de Solidaridad Sostenible apenas fue el detonante. No la causa.

Hoy tenemos la gran oportunidad de cambiar esa lógica y encaminarnos hacia el diálogo, abrirnos para escuchar al otro, bajar los egos y abrir las mentes. Y aunque suene a frase de cajón, a ponernos en los zapatos del otro. Reencontrémonos en nuestra humanidad, enfilarnos hacia la reconstrucción de nuestro país debe ser el camino.

Hoy somos más los ciudadanos valientes y de bien que queremos ser protagonistas del cambio. Desde Women in Connection queremos utilizar nuestro gran poder transformador para invitar tanto al sector político como al empresarial y social a sentarse a dialogar. Para ello es imperativo calmar los ánimos e invitarlos a trabajar juntos para transmitir tranquilidad y seguridad a la ciudadanía. Cambiar la retórica de confrontación y el sentido de los mensajes incendiarios en las redes sociales, y unirse para que a través de su ejemplo muestren madurez, solidaridad y empatía con una ciudadanía más vulnerable tras más de un año de encierro, enfermedad y muerte.

No nos podemos dar el lujo de seguir diseñando políticas públicas que no sean sostenibles en el corto y en el largo plazo, pero sobre todo que no tengan efectos positivos inmediatos. No podemos permitir que el odio y el hambre sean nuestros nuevos demonios.

Artículo publicado en El Tiempo, Colombia

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