EL BANQUITO DE JENNY
En el interior de la Catedral de St Giles, en Edinburgh, Escocia, hay una escultura decididamente peculiar. Es nada menos que un banquito de tres patas, realizado en bronce por la artista Merilyn Smith y prolijamente colocado sobre una especie de tarima de madera.

Podemos afirmar que estamos, sin duda, ante uno de los elementos decorativos menos “ortodoxos” que se hayan incorporado nunca a un templo.
Alguien tal vez podría sugerir alguna interpretación “teológica” que asociara el banquito de tres patas con el misterio de la Trinidad … o con los tres Reyes Magos, o con las tres virtudes teologales fe, esperanza y caridad. Pero no. El banquito tiene en realidad en su haber una historia mucho más violenta.
Y es que, según una larga tradición, en 1637, una mujer, llamada Jenny Geddes, le habría arrojado un banquito por la cabeza al deán de la catedral, acción con la que “abrió las compuertas” a la expresión de un descontento subyacente entre los vecinos de Edinburgh -y de Escocia toda- que, desembocando en disturbios masivos, condujo a un generalizado conflicto civil.

¿Pero por qué le tiró Jenny el banquito al deán? Expliquemos un poco el contexto. Ya desde 1560 Escocia se había convertido oficialmente en una nación protestante.
Bajo la poderosa influencia de John Knox, formado con Calvino, en Suiza, el Parlamento había abolido la autoridad papal y sus jerarquías, (y ello a pesar de que su reina, la famosísima Mary Queen of Scots, era católica). En consecuencia, no sólo los templos habían sido despojados de los elementos ornamentales característicos del culto católico sino que también los fieles se habían organizado bajo un nuevo modelo denominado “presbiterianismo” o “iglesia presbiteriana”.
Cuarenta años después, ante la muerte de la reina inglesa Elizabeth I Tudor sin herederos directos, las coronas de Escocia e Inglaterra se habían consolidado en cabeza de James (hijo de Mary Queen of Scots), que paso a ser James I de Inglaterra, pero ya era James VI de Escocia. Pero esto, que sucedió en 1603, había sido una mera “Unión de Coronas”, pues Inglaterra y Escocia eran en sustancia dos países enteramente independientes. La crisis se produce cuando Charles I sucede su padre, James I y VI, en 1625. Charles no quería ser solamente el rey de dos países diferentes: quería un reino unificado en gobierno, en lengua, y en religión … Y ahí vino a pulsar Charles una fibra sensible en el corazón de sus súbditos del Norte. Y es que en Inglaterra la religión oficial era el anglicanismo, implantado ya desde los tiempos de la ruptura con el Papado llevada a cabo por Henry VIII cuando quiso divorciarse de Catalina de Aragón para casarse con Anne Boleyn. Desde entonces, y salvando el breve y violento interregno de la famosa Bloody Mary (primera hija de Henry VIII) que era católica, Inglaterra se había mantenido fiel al anglicanismo. Tanto como Escocia al presbiterianismo. Se avecinaba un “clash” de religiones.
Charles quería “unificar”, y, como conspicuo representante del absolutismo característico de los Estuardo, inadvertida -o tal vez incluso desaprensivamente- resolvió entonces imponer en Escocia “de un plumazo” el culto inglés, y en particular, el llamado Book of Common Prayer, un libro de culto “común”.
Y hete aquí entonces que cuando un domingo de verano de 1637, reunida la congregación en St. Giles como de costumbre, el deán empezó a leer del tal Book of Common Prayer conforme la práctica anglicana, nuestra Jenny estalló. E indignada por la autoritaria imposición, arrojó el banquito por los aires.

Cabe aclarar que probablemente el banquito que revoleó Jenny no haya sido un banquito de tres patas como el de la escultura. Es más probable que fuera un banquito plegable, del tipo que los fieles solían llevar para descansar durante los largos actos de culto. Y de hecho en el Museo Nacional de Escocia hay un banquito plegable que, se dice, podría ser el auténtico banquito de Jenny Geddes, o al menos uno análogo a los de la época.
Pero como sea, banquito plegable o banquito de tres patas mediante, Jenny se sublevó. Y con esta expresión de rotunda disidencia, encendió la chispa del disturbio. Bastó su acción para que los demás también se levantaran, y el deán tuviera que huir raudamente del templo. Es que esa es una de las grandes virtudes del disenso: su expresión, así sea por una única persona, suele ser liberadora para muchos otros que hasta ese momento “no se habían animado”.
Los oponentes a las directivas religiosas de Charles I se reunieron en la cercana Greyfriars Kirk donde firmaron un acuerdo que se conoce como el National Covenant. Los “Covenanters” se convirtieron desde entonces en símbolo de defensa de la libertad religiosa. Y de hecho, cuando en 1707 los Parlamentos de Inglaterra y Escocia consagraron el Tratado de Unión entre ambos reinos, la independencia de la Iglesia escocesa fue una de las condiciones para su suscripción. La memoria de los Covenanters … y un poco más atrás tal vez, la de aquella chispita encendida por Jenny Geddes cuando “arrojó el banquito” estaban todavía vivas.

La placa que evoca hoy este episodio reza: “Una constante tradición oral afirma que cerca de este lugar una audaz mujer escocesa, Jane Geddes, el 23 de julio de 1637 dio el primer golpe por la libertad de conciencia, el cual después de un conflicto de medio siglo culminó con el establecimiento de la libertad civil y religiosa”
Probablemente ni Etienne de la Boetie, ni Henry David Thoreau ni mucho menos Gene Sharp con su catálogo de métodos de protesta hubieran incluido “revolear banquitos” en una enumeración de “acciones de resistencia”. Pero bueno, nadie salió herido y que Jenny fue efectiva, ¡fue efectiva!
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