El problema de la mentira no es que tenga patas cortas, sino que es de memoria larga. Y cuando el relato de quienes gobiernan un país se nutre de afirmaciones que luego resultan ser falsas, después pasa lo inevitable: que no se cree ni siquiera en lo que se ve.
El ataque fallido contra la vicepresidente Cristina Kirchner perpetrado anoche generó primero estupor, siguió con enojos, sospechas y dudas y terminó con un feriado. Incongruencias de la Argentina que cayó en un pozo sorpresivo de noticias con condimentos cada vez más angustiantes y terroríficos. Centenares, ¡miles! de cámaras apuntaban a Cristina para filmarla, sin saber que estuvieron muy cerquita de fotografiar su último aliento. Los videos se viralizaron astronómicamente. Los titulares de televisión multiplicaban el fogonazo. Pero aún así, los argentinos no terminaron de creer lo que veían.

A la par de las imágenes y de la información sin procesar, circularon las versiones. Inmediatamente, como un efecto dominó, las palabras se cargaron de odio y los medios las dispararon, esta vez, sin errarle. Una vez más la grieta pudo más que la necesidad de diálogo y unión. Salvo la formal y espontánea manifestación de solidaridad de los políticos, en las redes comenzó el asedio mediático que envenenó mortalmente a la verdad.
Los hechos son conocidos (repetidos hasta el hartazgo desde las 21.20, cuando las redes por fin estallaron con la novedad). Un revólver en primer plano apuntando a la sien de Cristina, que seguía saludando ajena al frío de la muerte que le rozó el cuello. El portador del arma era brasileño y en menos de una hora ya le habían sacado el ADN completo: que era violento con mujeres y mascotas, que el sol negro que lleva tatuado es simbología nazi o tumbera.
Un matón que en los últimos meses habló con Crónica buscando un fugaz instante de fama. Quizás quería quería pasar a la posteridad como Lee H. Oswald, el asesino de John Kennedy o Mark Chapman, el que terminó de un disparo con el Beatle más famoso. Un loco suelto, de esos que tanto abundan en un planeta que gira desorbitado. Que algunos dicen que fue contratado por la Cámpora para convertir en leyenda a una vicepresidenta más herida por las balas de corrupción que las de fuego. Otros, que el asesino a medias es empleado de Larreta y que hasta tenía coche oficial. Las hipótesis, por supuesto, alimentan el discurso de odio, otro sello made in Argentina. Nada chequeado, todo repetido. Como las mentiras de patas cortas y memoria larga.
Eso sí. Para celebrar que Cristina había vencido a la muerte, como corolario de una noche llena de significados, el presidente anunció por cadena nacional que hoy sería feriado. Al revés de la lógica, que indicaría que el ataque contra Cristina se resolvería si cada uno hiciera lo que tiene que hacer: trabajar. Cristina evacuada por la policía y puesta a salvo inmediatamente. La oposición acompañando en la búsqueda de la verdad, desde la solidaridad con la víctima hasta con información fidedigna. Los juzgados activos, investigando exhaustivamente los hechos. Las escuelas abiertas, los hospitales funcionando, los negocios con las persianas altas. Una vida normal, en definitiva. Trabajando para lograr que la mentira comience a tener las patas más largas y huya de un relato que -sobre todo en los medios- ya no construye una sociedad (más) civilizada.
Pero no. El Presidente decretó un feriado en cadena nacional, la CGT evalúa un paro y se llamó a una marcha a Plaza de Mayo. La devoción popular por los días no laborables se asemeja al fanatismo político que partió al país en una grieta cada vez más oscura y profunda.
Costumbres argentinas difíciles de creer. Pero que existen, existen.