Federico de Prusia, el rey de la papa (cruda)

Las papas crudas de Federico de Prusia

La papa, de origen americano al igual que el cacao, el tomate o el tabaco, llega a Europa  en el siglo XVI. Empleada como “regalo exótico” o incorporada a los jardines por sus flores decorativas, el tubérculo es en principio inapreciado. Y convengamos que ciertamente, a primera vista la papa luce bastante “poco agraciada”.

Desdeñada así por la aristocracia, que la etiqueta como consumo de baja categoría, he aquí que la península ibérica y las islas británicas son las primeras en “adoptarla”, e incluso muchos marinos la llevan, humilde y rendidora, en sus periplos marítimos hacia el Lejano Oriente, a donde llegará a principios del siglo XVII.

Pero en Prusia, la población estaba muy reticente.  Entre algunos teólogos que levantaban el dedito admonitor para sugerir que “la papa ha de ser obra diabólica pues no se la menciona en la Biblia” y algunos expertos en botánica que la describían como una “rareza” semejante a un hongo sobredimensionado, el futuro gastronómico de la papa no parecía particularmente promisorio. Hasta había quienes la consideraban venenosa!

El punto es que Federico II de Prusia “tomó cartas” en el asunto. Los expertos podrán debatir si sus acciones para introducir el cultivo de la papa se debieron al bondadoso paternalismo de un déspota ilustrado o si fueron más bien resultado de un cálculo político derivado de la necesidad de alimentar adecuadamente a la población teniendo en cuenta que “súbditos con la panza llena no generan revueltas”. Pero fuesen cuales fuesen sus motivos, el monarca decidió que en Prusia iba a cultivarse la papa y que la gente iba a comerla. Por las malas, o por las buenas.

Así pues, en ejercicio de sus facultades legislativas, el 24 de marzo de 1756 emitió Federico un “Kartoffelbefehl”, expresión traducible como “edicto de la papa”.

Y así, decreto mediante, soslayando los recelos de la supersticiosa población que las consideraba causantes de las más terribles tragedias y catástrofes, accidentes y enfermedades, pretendió obligar a todos a cultivarlas, comisionando a sus funcionarios “hacerle entender a todo el mundo los beneficios de la papa”. La estrategia no funcionó.

Ante el fracaso, Federico pensó. Obviamente no había en esos tiempos manuales de psicología ni de marketing, pero Federico pensó. Y encontró otro camino. Más sutil,  y más efectivo. No era cuestión de imponer. Lo que había que hacer era más bien maniobrar de modo que la gente “comprara solita” la idea de la papa. Ordenó así plantar papas en los jardines de su palacio, calificándolas como “cultivo real” y apostó para su cuidado guardias especiales, bien que con precisas instrucciones de ”no cuidarlas demasiado”.

Así pues, los campesinos, advirtiendo que estaban ante un producto apreciado por la realeza, y ante el “descuidado cuidado” de los guardias encargados de proteger las ya famosas papas, comenzaron a hurtarlas, probarlas, cultivarlas y finalmente adoptarlas como parte de su dieta.

Al día de hoy, la gente deja papas crudas en la tumba de Federico, situada en el parque de su palacio de SansSouci, en Potsdam, cerca de Berlin, como recuerdo de estos hechos …  y de que la manipulación psicológica no es un invento moderno.

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