Una mirada desde el liberalismo a las entrañas del poder en Formosa

Formosa: una mirada desde el liberalismo

Esclarecidos respecto de los peligros que acechan detrás de semejante concepción, desde Formosa, ofrecemos a la Nación un modelo que, por definición, rechaza los postulados del “dejar hacer, dejar pasar”. Libro El modelo Formoseño 2009

A esta altura nadie debe desconocer que es lo que paso en la provincia de Formosa. Cientos de personas se manifestaron el pasado 5 de marzo en repudio a la decisión tomada por el gobernador Gildo Insfrán de volver a la provincia a un encierro total (fase 1) por la aparición de 17 casos positivos de coronavirus.

Antes de avanzar hacia un análisis más profundo sobre el asunto es necesario contextualizar un poco la situación.

Gildo Insfrán se formó como veterinario y en su juventud militó en el maoísmo, pero pronto se volvió peronista. Ocupa el cargo de gobernador de la provincia de Formosa desde el 10 de diciembre de 1995. Previamente ocupó el cargo de vicegobernador durante el mandato de Vicente Bienvenido Joga (1987-1995), lo que lo convierte en la persona que más tiempo continuo ha integrado la fórmula gubernativa de una provincia argentina, con 33 años y 3 meses en el cargo, pero en realidad Insfran ocupa un cargo político desde 1983 cuando fue elegido diputado nacional. Es decir que a sus 70 años ha pasado prácticamente la mitad de su vida ocupando cargos públicos, siendo el político que más tiempo lleva ejerciendo el poder.

Pero más allá del personaje, encontramos un modelo que se repite en muchas de las provincias de nuestro país.

Una suerte de modelo feudal –al que antes se lo refería como caudillesco- donde se mezcla deliberadamente el estado con el gobierno y se vulneran todos los principios de las democracias liberales.

Todo apoyado en un modelo económico fomentado por el sistema de coparticipación, con la finalidad de constituir y mantener aparatos políticos y clientelistas por generaciones.

Para tomar dimensión del asunto algunos datos: Formosa es la provincia argentina en la que los recursos de la coparticipación representan más sobre el total de los recursos provinciales: 93% en 2019, de acuerdo con el Centro de Economía Política Argentina. Según cifras de 2020, Formosa recibe un 627% más por coparticipación de lo que aporta al PBI nacional.

https://visionliberal.com.ar/el-saqueo-de-la-coparticipacion-y-un-plan-b-para-cambiarla-de-raiz/

Y toda esta lluvia de fondos públicos, ha servido para consolidar un fuerte entramado de empleo público donde hay 167 empleados estatales por cada 100 privados y, según cifras de Indec 2018/2019, Formosa es de las provincias con menos empresas privadas registradas, con menos trabajadores privados y en contraposición quintuplica la relación entre empleados públicos y privados respecto al porcentaje nacional.

En Formosa alrededor del 70% de los trabajadores registrados son empleados públicos, es decir que quienes votan son empleados directos de quien gobierna.

Como cierre, también según el Indec, Formosa ocupa los primeros lugares del país en mortalidad infantil y materna y la pobreza es del 42,4%.

Otro éxito del modelo interventor y planificador como Cuba, la URSS, Venezuela, etc…

Pese a estos números, la Constitución Formoseña según sus modificatorias de 2003 –donde se consagró la reelección indefinida de su gobernador- se ufana de que su objeto es “plasmar el modelo formoseño para un proyecto nacional”, para lo que en 2009 la propia gobernación lanzo un libro (disponible en pdf) donde detalla en qué consiste el mentado “modelo formoseño”: una mezcla de “la comunidad organizada” de Perón, Doctrina Social de la Iglesia y colectivismo maoísta entronizando al estado con frases del estilo:

“La Justicia Social que aspira el proyecto desde su centralidad en el hombre formoseño, encuentra en la equidad de las acciones de gobierno, la clave para la transformación armónica, para el desarrollo territorial”

y una curiosa visión de la Democracia liberal:

“El peronismo tampoco se aferraría a los instrumentos tradicionales de la vieja política, pues habría de privilegiar un concepto de democracia social, donde el Movimiento Nacional es su eje vertebrador, antes de las anacrónicas estructuras partidarias de la democracia formal y liberal. Éstas, para el peronismo, sólo tendrían una utilidad en tiempos electorales y nada más. La verdadera democracia cobraba vida en otras dimensiones e instancias, más cercanas a los intereses reales del pueblo; se desarrollaba en las distintas organizaciones sociales, las que agrupaban trabajadores, intelectuales, profesionales, deportistas, estudiantes, etc”

El individuo y el consentimiento. La esencia de la democracia liberal

«Las leyes injustas existen: ¿deberíamos contentarnos con obedecerlas, o bien deberíamos luchar por enmendarlas? ¿y deberíamos seguir obedeciéndolas hasta que tuviésemos éxito, o bien deberíamos transgredirlas inmediatamente?» Henry D. Thoreau

Cuando hablamos de democracia, ¿de qué hablamos realmente? Del albor de la Ilustración surge el cuestionamiento al derecho divino del Rey a ejercer soberanía sobre los individuos, dando lugar al concepto de “Rule of Law” o Igualdad ante la Ley.

Dándose así una transferencia del poder del monarca hacia el individuo, que más tarde se plasmaría en las democracias constitucionales -insisto en este punto- cuyo objeto es establecer una serie de derechos y obligaciones para proteger la Libertad y propiedad del Individuo, limitando el poder público.

El eje sobre donde gira todo el modelo democrático liberal es precisamente la soberanía y autodeterminación del individuo.

Sin este principio, las democracias sólo son una cascara vacía; un disfraz donde se esconde el autoritarismo, el despotismo y ahora la tecnocracia.

Como sostiene el economista español Juan Ramón Rallo en su libro “Liberalismo. Los 10 principios básicos del orden político liberal

“Que el individuo sea el soberano dentro del orden político implica reconocer la existencia de limitaciones a aquello que puede hacérsele (o no hacérsele) a cada individuo: si tales restricciones no existieran, si a un individuo se le pudiera hacer cualquier cosa, entonces difícilmente podríamos decir que somos soberanos; en realidad, estaríamos a merced de aquello que el orden político quisiera hacernos. Pues bien, a esas restricciones que limitan lo que puede hacérsele (o no hacérsele) a cada individuo las denominaremos «derechos individuales».

Asimismo, el propio modelo fue plasmado con varios conceptos ineludibles para su correcto funcionamiento: la alternancia en los cargos públicos, la división de poderes, la independencia del órgano jurisdiccional, la banca central y los distintos organismos de contralor y representación.

Desde ya ciertos derechos son a su vez indispensables para el ejercicio de la soberanía –y protección- del individuo; como la Libertad de expresión, reunión y asociación, transito, disposición de la propiedad y a manifestarse contra el propio poder público.

https://visionliberal.com.ar/la-libertad-de-expresion-incluye-la-libertad-de-decir-barbaridades/

Pero el punto esencial es que la soberanía es del individuo y éste es quien delega el poder en ciertos ciudadanos, que son elegidos para ocupar cargos públicos.

Si este principio no se respeta, o no se siguen algunos de los derechos mencionados anteriormente o de los mecanismos limitantes al poder; la democracia es una parodia.

Como lo es en Formosa –e insisto con lo mismo- y en tantas otras provincias de la República Argentina e inclusive en muchos aspectos, el propio gobierno federal.

Para poner un ejemplo: a nadie escapa que el gobierno formoseño ha sido elogiado públicamente tanto por el Presidente, el abogado Alberto Fernandez, como por otros funcionarios como la Ministra de Seguridad la antropóloga Sabina Frederic; por su manejo de las medidas para hacer frente a la pandemia.

Mediadas que han cometido violaciones sistemáticas a los derechos constitucionales de sus ciudadanos.

Recordemos las denuncias sobre las restricciones al ingreso a la provincia –medida que afectó a aproximadamente 7500 personas e incluyó un fallecimiento- o los cuestionamientos respecto al manejo de los centros de aislamiento, donde ciudadanos eran privados de su libertad durante meses y en el mismo sentido en una protesta por este asunto, la policía de la provincia detuvo a dos concejales opositoras. Terminando en la intervención de ONGs internacionales y el apersonamiento del secretario de Derechos Humanos de la Nación, quien aseguró que “más allá de problemas puntuales no había violaciones sistemáticas de derechos humanos en el marco de las acciones para contener la pandemia en Formosa”, apelando a la abstracción del “bien común” como justificativo para avasallar derechos individuales. Es más que evidente los problemas y peligros de este razonamiento.

Si bien es cierto que Formosa es la provincia con menos casos y fallecidos, también es cierto que si se tapiara las puertas de las casas para que nadie saliera por meses no habría ni un solo contagiado.

Todo para llegar a este mes de marzo, donde cientos de personas fueron fuertemente reprimidas por las fuerzas de seguridad de la provincia, mientras se manifestaban contra la decisión de regresar a Fase 1.

Es clave entender que si el soberano (el individuo) no puede reclamarle al poder, no puede retirar el consentimiento dado, rebelarse contra aquello que viola sus derechos o protegerse ante el abuso; entonces ya no es soberano es súbdito

Como bien señala José Benegas en su “10 ideas falsas que favorecen al despotismo”: “debe notarse que si el consentimiento es una de las claves de la legitimidad de un gobierno…su contrapartida es el desconocimiento. No puede haber consentimiento si no puede haber repudio. Es inconcebible un consentimiento obligatorio, irrevocable y eterno (…) La única legitimidad es el consentimiento”.

A modo de cierre, con gran pesar es necesario señalar que estos aspectos violatorios del consentimiento del individuo, violaciones a sus derechos naturales y positivos, es una práctica que no se limita a lo que ocurre en Formosa sino que es una modo de ver el poder que –en mayor o menor medida- recorre a la totalidad del espectro político argentino, donde prácticamente existe un consenso en que la propiedad privada es relativa, que el estado es omnipotente y que el mero acto electoral es el legitimador para entregarle a la clase política un cheque en blanco para que detenten soberanía sobre la población, repartan así privilegios y actúen monárquicamente.

Lamentablemente el futuro no es esperanzador mientras la sociedad no demande las bases y principios de un sistema democrático (individualismo político, libertad, respeto por la propiedad e igualdad ante la ley) y un cambio –o mejor dicho, vuelta a las raíces- sólo ocurre cuando hay un cambio de paradigma, un proceso que no es rápido y que necesita un gran trabajo de divulgación, libertad de expresión y debate.

Un cambio que a las claras no se puede dar desde el propio ejercicio del PODER POLITICO, sino desde el individuo y la toma de conciencia de la naturaleza del verdadero problema: los límites al poder.

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