04/07/24

¿Trump es un líder útil, un líder liberal o un anti líder?

Los últimos días de la presidencia de Donald Trump están siendo un reflejo de su carácter irreverente al frente del gobierno federal. La naturaleza disruptiva de su gobierno fue durante un buen tiempo su principal fortaleza, pero hoy se ha vuelto en contra tanto de su gestión, como de las instituciones americanas.

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La figura de Trump es controvertida dentro de los liberales en América Latina, donde muchos le han dado su apoyo incondicional o en cambio lo han definido como un líder profundamente antidemocrático. En el ocaso de su gestión, vale la pena analizar esta pequeña grieta, y qué lecciones puede brindarnos para el futuro.

Trump arribó al poder como un líder profundamente anti establishment. El gran respaldo que recibió en las elecciones de 2016 inflo su carácter y género un contexto donde podía desafiar fácilmente a los viejos grupos de poder. 

Esta capacidad de cuestionar abiertamente al establishment es el primer hito que generó simpatía entre los liberales. Además de una nueva política exterior mucho más frontal contra los promotores del socialismo en América Latina, icono de ello es su visión sobre Cuba, que revierte el proceso de acercamiento iniciado por Obama años atrás.

Vale la pena destacar que Trump también tiene otros aciertos, que no tienen que ver con el ideario liberal, sino con el pragmatismo que utilizó a la hora de resolver un sin fin de cabos sueltos que venía acumulando el hemisferio occidental. Por ejemplo, la negociación con Corea del Norte, logrando elaborar allí una paz algo más sostenible o la reformulación del presupuesto de la OTAN, así como la mediación efectiva entre Israel y varias naciones de medio oriente.

Estas políticas y su exitoso programa económico, marcaron los primeros tres años de su gestión. Pero si miramos con atención, todo este trabajo se dio en un contexto cómodo para él. El presidente americano abordó estos problemas en una área de confort, donde comúnmente jugaba un rol de showman negociador que encajaba con sus habilidades y aptitudes personales. Sin embargo, todo esto se derrumbó desde febrero del 2020.

La gestión Trump ignoró por largo tiempo la amenaza de una pandemia, y luego generó una narrativa dedicada a buscar culpables, y no a elaborar una estrategia de respuesta convincente.  Cuando se vio desbordado por la situación, el presidente no supo ejercer un liderazgo sosegado.

En mayo la muerte de George Floyd desata una serie de protestas, y nuevamente la presión de la situación saca fácilmente a Trump de sus cabales, quien se encarga de señalar culpables cercanos a sus opositores, pero especialmente inicia aquí el declive de su institucionalidad, al intentar intervenir con fuerzas federales sobre la autonomía de los gobernadores, que bajo su perspectiva eran “débiles” por el desarrollo de los disturbios en varios Estados. Todo esto hace mermar sus números de cara a las elecciones de noviembre.

La estrategia electoral de Trump trajo un sinfín de intentos por alterar la naturaleza de los comicios. En primer lugar intenta posponer las elecciones, luego trata de evitar que se mantenga el voto anticipado por correo, y finalmente cuando ambos planes fracasan, comienza a poner en tela de juicio la legitimidad de las elecciones semanas antes que tengan lugar.

Finalmente cuando los resultados no le favorecen, desconoce los resultados y sumerge a EE.UU. en una crisis institucional sin precedentes. Genera una narrativa innecesaria que empuja a la sociedad americana a cuestionar su propia democracia, generando una coyuntura de momento inconmensurable.

Es evidente que Trump supo ser un líder útil en asuntos que quizás otros presidentes no podrían haber resuelto con tal facilidad, pero todo esto fue posible mientras su gestión se mantuvo en una zona de confort, pudiendo marcar la agenda sin recibir ninguna presión externa. Cuando una crisis le acecho, actuó tal como actúan los líderes populistas: no se preocupó por generar consensos y soluciones, sino que se dedicó a reunir paranoicamente poder. No hay éxito previo que pueda justificar este comportamiento.

El liberalismo es una ideología sumamente crítica con la naturaleza creciente del poder. Es un pensamiento vigilante al ejercicio de la autoridad pública, y sumamente exigente con los límites institucionales que cualquier funcionario debe respetar. Posiblemente los primeros años de la gestión Trump no dejaban claro si él podría convivir plenamente con esos principios, pero su actitud bajo presión dejó claro su ignorancia sobre los valores de la democracia liberal.

Los liberales no siguen a un líder, sino a las ideas o principios que estos puedan representar. Ciertamente existen personas que en el ejercicio de la autoridad pública han hecho mucho por defender la vigencia de la democracia liberal, y justamente lo han hecho bajo el peor de los contextos, pero este no es ni será el caso de Donald Trump. Su pragmatismo y rol como detractor del comunismo no puede generar una amnistía perpetua a los evidentes atropellos que realizó en el último año de su gestión.

Su legado debe dejarnos claro el hecho de que el compromiso liberal es con los valores de una sociedad libre, abierta y democrática, y no con personas que puedan eventualmente tomar esos estandartes para ganar popularidad, y luego usar la misma en contra de los propios intereses de la libertad.

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