Aunque le pisa los talones, la cuarentena más larga del mundo no es la argentina. Con la nueva prórroga, Manila, la capital de Filipinas, sumará siete meses y medio de aislamiento estricto para contener el COVID-19. En efecto, la capital se cerró por tierra, mar y aire el 15 de marzo y así permanecerá hasta el 30 de octubre (esto si no anuncian más y más dilaciones a la apertura).
En ese mismo tiempo, Filipinas confirmó un total de 311.000 personas infectadas, el número más alto del sudeste asiático. Más de la mitad de los contagios se concentran en la capital, 162.277. Además, cuenta con 5.500 muertes al día de hoy.
El derrotero de Filipinas se asemeja bastante al argentino: los primeros casos llegaron a finales de enero, el gobierno subestimó inicialmente el daño potencial del virus y finalmente se asustó y decretó la emergencia nacional el 9 de marzo -acá fue el 20-, dos días antes de que la OMS declarara la pandemia.

Manila se convirtió en una ciudad fantasma. Todos los negocios cerrados, sin escuela y sin actividad durante mas de medio año. Recién en agosto comenzaron a vislumbrar una salida pero un pico agudo de contagios que superó los hospitales los volvió a sumergir en el más estricto de los encierros.
Sin embargo, el estricto cierre de la capital no ha dado buenos resultados a la hora de contener el virus, ya que los casos están en continuo ascenso desde el inicio de la pandemia. Esta realidad llevó a Filipinas -junto a Indonesia- a ser los únicos países del sudeste asiático que no lograron contener la pandemia.

En la Argentina, ya superamos los seis meses de cuarentena y se ubica atrás de la de Manila como el país con la cuarentena más larga del mundo.
La pandemia ha hecho estragos en la economía filipina que entró en recesión por primera vez en 30 años y ha dejado sin empleo a casi la mitad de la fuerza laboral de Filipinas, donde el 16 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza.
Además de hundir el turismo, sector al alza en el país que llegó a suponer el 13 % de PIB el año pasado, la pandemia ha paralizado la construcción de infraestructuras y el sector servicios, los motores de la economía filipina.