19/10/2025

Escuchar con los ojos

La falta de comunicación genuina se volvió un bien escaso entre padres e hijos y la confianza parece ser cada vez menor. ¿Quién tiene la culpa? ¿Las redes sociales? ¿La educación? ¿Los padres? ¿Los hijos? Franco Pisso, uno de los mayores especialistas en oratoria del país, busca algunas respuestas tomando como referencia la nueva y aclamada serie de Netflix, Adolescencia. Para Pisso, reconstruir el vínculo es posible, pero requiere esfuerzo y empatía. Y no solo quedarse en las palabras.

Vivimos en una época de desconexión total entre padres e hijos. La serie Adolescencia expone este problema con una crudeza impactante. Personajes que sienten, pero no logran comunicarlo; que transgreden, pero sin recibir límites; que sufren y se enfrentan en soledad a sus emociones.

Esa falta de comunicación genuina se volvió un bien escaso. La confianza, un puente casi roto. ¿Quién tiene la culpa? ¿Las redes sociales? ¿La educación? ¿Los padres? ¿Los hijos? La realidad es compleja, pero el problema está ahí y es urgente entenderlo.

Hoy, un adolescente puede abrir su teléfono y escuchar a un influencer decirle que si a los 20 no es millonario, fracasó. Que la pobreza es un estado mental, que estudiar es para mediocres. Y lo ven una y otra vez, mientras sus padres ignoran lo que consumen en internet.

Los adolescentes siempre buscaron desafiar la autoridad. Antes no existían las redes sociales, pero siempre hubo grupos que experimentaban, desafiaban límites, transgredían. La diferencia es que ahora la transgresión es accesible de forma instantánea y masiva. Un influencer que predica odio o desprecio puede llegar a millones en un segundo. Como aquel que afirmó que la gente que sufrió las inundaciones en Bahía Blanca se lo merecía “por ser pobre y no tener un helicóptero para escapar”.

Ese nivel de toxicidad está al alcance de tus hijos.

La tecnología y la mente adolescente

El cerebro adolescente no está preparado para discernir entre realidad y ficción. No solo es que accedan a contenido dañino, sino que creen que ese contenido representa la realidad. Influencers que se muestran exitosos convencen a los adolescentes de que la felicidad se mide en dinero o popularidad. Si no tienen el último celular o el auto más lujoso, sienten que no valen nada. Este tipo de mensajes genera ansiedad y frustración.

La serie muestra cómo el deseo de validación social puede llevar a un adolescente a actos desesperados. No se trata de maldad, sino de una necesidad desesperada de ser valorado. Esa búsqueda constante de aprobación se convierte en un juego peligroso donde la autoestima se mide en likes y seguidores.

La indiferencia adulta y sus consecuencias

Muchos padres eligen no involucrarse en el mundo de sus hijos. Los envían a la escuela y suponen que todo está bien porque cumplen con esa función mínima. Pero el colegio no es un depósito de chicos. Las escuelas, las redes sociales, los profesores, todos influyen en la formación de la personalidad. Pero si el hogar no ofrece una base sólida, todo eso pierde sentido.

¿Realmente sabemos qué están consumiendo nuestros hijos en internet? ¿Nos tomamos el tiempo de charlar con ellos sobre sus miedos, sus deseos, sus frustraciones? Mientras dejamos que las pantallas eduquen, el vínculo se desintegra.

En la serie, un padre queda paralizado cuando su hijo le dice: “No quiero ser como ustedes”. La familia era estable, con padres dedicados y responsables. Pero para el chico, eso no era suficiente. Buscaba algo distinto: validación externa, éxito económico instantáneo.

Reflexión sobre la educación

El problema de fondo es que hemos delegado la educación emocional a algoritmos cuyo único interés es captar atención. La educación formal tampoco se salva. Las escuelas se limitan a transmitir conocimientos, pero fallan en formar personas con criterio, empatía y capacidad crítica.

Una estadística reciente muestra que uno de cada tres chicos en cuarto grado no entiende lo que lee. Pero el problema no es solo académico. Es social, moral y emocional. ¿Qué tipo de adultos estamos criando si no se les enseña a respetar, a valorar, a empatizar? La serie retrata adolescentes que desprecian a sus docentes, que insultan a trabajadores de limpieza y no se preocupan por quienes los rodean. Crecen convencidos de que el mundo gira en torno a ellos, mientras nosotros, como adultos, permitimos que ese egoísmo se normalice.

Mi recomendación: Escuchar con los ojos

El mensaje que quiero transmitir es claro: debemos aprender a escuchar con los ojos. Prestar atención a las señales que nuestros hijos nos envían, muchas veces sin decir una palabra. La comunicación no verbal es mucho más antigua que el lenguaje. Pero requiere de algo esencial: presencia.

No basta con preguntar “¿Cómo estás?”. Hay que observar sus gestos, sus silencios, sus cambios de comportamiento. Crear rutinas y momentos de conexión genuina. Cocinar juntos, salir a caminar, conversar sin pantallas.

Como adultos, debemos recuperar el rol que dejamos en manos de otros. La educación no se delega, se construye. No se trata de espiar o controlar, sino de acompañar. Porque si no estamos presentes, alguien más lo estará. Y ese alguien puede ser una voz que solo busque manipular y hacerlos sentir insuficientes.

Reconstruir el vínculo es posible, pero requiere esfuerzo y empatía. Porque escuchar, en definitiva, no es solo oír palabras. Es observar con atención, comprender con paciencia y actuar con amor.

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