11/09/2025

Empresa Nacional de Alimentos, otra excelente idea para no combatir jamás la inflación

Empresa Nacional de Alimentos: cómo no combatir la inflación

Recientemente trascendió que el gobierno nacional analiza la posibilidad de implantar una empresa estatal que incursione en el mercado de alimentos, fundamentalmente los alimentos frescos que contienen un gran peso estacional, con el objetivo de contrarrestar la suba de precios.

Al margen de que no mencionaron la posibilidad de ampliarla a otros grupos de comestibles, todo comienza por algo. Está claro que se intenta reinstalar en el medio del debate una idea repetida por muchos miembros del oficialismo, que es errónea y tendenciosa: “los culpables de la inflación son las grandes empresas”.


Ya sea por conveniencia política o por ignorancia económica, muchos gobernantes a lo largo de la historia quisieron imputar el origen de los procesos inflacionarios a los “formadores de precios”, eufemismo para referirse a las empresas grandes con cierto poder de mercado. De esta manera lo que se busca es desviar la atención hacia el sector privado como si el Estado no estuviera explotando a la población con el señoreaje.


¿Pueden los monopolios/oligopolios fijar precios altos? Sí, y lo hacen, al menos por encima de los que prevalecerían en condiciones de competencia, eso es lo que nos enseña la economía neoclásica. No obstante, hay un elemento fundamental que se pasa por alto reiteradamente: precios altos no es lo mismo que inflación. Una situación poco competitiva generalizada en la economía puede engendrar un nivel de precios alto, pero por sí sola no se traduce en una suba tras suba de ese nivel de precios.


Mercados poco competitivos hay en todas partes del mundo, pero inflación elevada sólo en unos pocos países. ¿Será que los monopolistas de otras naciones son benévolos y no quieren aprovecharse de los ciudadanos? Para nada, lo que hacen es establecer el precio más alto que puedan (lo cual en la teoría corresponde a igualar ingreso marginal con costo marginal), en función de lo que la demanda le permita, pues en última instancia son los precios los que determinan los costos, pero si no existe un proceso inflacionario en el que se encuentren inmersos no hay razón para mover ese precio constantemente.

Es más fácil entenderlo pensando un ejemplo: el mercado de gaseosas cola es claramente poco competitivo, pero el precio de una lata estuvo virtualmente fijo durante muchos años en los países sin inflación elevada, incluso cuando, a lo mejor, el precio fuese más alto que el que existiría en situación de competencia. O, por ejemplo, supóngase que en este país existe una cuota de importación del producto X, el cual es imposible de producir en el país, es indispensable y no hay manera de sustituirlo por otro, y el Estado me concede el 100% de la cuota a mí y no me pone ninguna restricción. Evidentemente habré de tener un alto poder de mercado, podría cobrarlo con un alto sobreprecio respecto al que rige en el resto del mundo, pero una vez que el precio estuviera en el máximo que yo pudiera sacar por él, no estaría subiéndolo constantemente, a no ser que estuviera en medio de un proceso inflacionario. Porque, ¿Qué sentido tendría no haber subido el precio desde el momento cero si así hubiese podido?

Sin embargo, cuando ya se está desarrollando un proceso inflacionario, los distintos agentes económicos tienen distintas capacidades para ajustar sus ingresos y, por lo tanto, los efectos redistributivos son muy severos. Llevado al extremo, piénsese el caso de una hiperinflación. ¿Quién puede ajustar más rápido sus precios (léase también salarios/ingresos)? Habrá algunos que salgan menos perjudicados, si vendes productos altamente necesarios seguramente puedas ajustar tus precios todos los días (como de hecho sucedía en los almacenes en la Argentina de fines de los 80 o en la Venezuela de hace unos años), si en cambio trabajas como, por ejemplo, profesor o policía, lo más probable es que salgas muy mal parado ya que tu salario lo recibirás una vez por mes, habiendo perdido poder adquisitivo y sin poder renegociarlo personalmente de manera recurrente. Y eso no significa que los servicios que estos presten no sean importantes, son tanto o más que muchos otros bienes, pero el poder de negociación y ajuste es claramente inferior.


Muchas veces los que más poder de ajuste tienen son aquellos que se encuentran en los mercados menos competitivos. Pero esto es la consecuencia y no la causa de la inflación. Es lógico que ante este fenómeno todo el mundo intente protegerse, porque la inflación es dañina en muchos sentidos, y es lógico que no todos se pueden defender de la misma manera. Siendo esto una muestra adicional de por qué los pobres son los que más perjudicados salen. Algunos pierden más y otros pierden menos, incluso es posible que algunos salgan ganando en la jugada, pero todo ello es el efecto y no la génesis de la inflación.


¿No estaban acaso las mismas cadenas de supermercados en los noventa? ¿No existían las mismas empresas agroalimentarias que existen ahora? Y sin embargo la inflación estaba en mínimos históricos. Y no es que esos mercados fueran mucho más competitivos que ahora en ese entonces, como así tampoco era menor el afán por ganar dinero por parte de los empresarios.
¿Una economía más competitiva en términos generales sería más flexible y capaz de minorizar las diferencias en la capacidad de ajustes de los precios por los distintos agentes y, por ende, reducir los nocivos efectos redistributivos de una elevada inflación? Definitivamente, así como una persona sana tiene más chances de resistir a ciertos virus. Pero eso no debe correr la atención del problema que viene a mover el avispero.

Y son justamente las grandes crisis económicas las grandes culpables de la merma en la competitividad de ciertos sectores, pues cuando la situación se complica las que más salen perjudicadas son las empresas pequeñas y medianas que no tienen la espalda financiera para sobrepasar la tormenta. Y es justamente la inflación, en países como la Argentina un síntoma del déficit fiscal, en última instancia el gran causante de todos nuestros males, la deuda, la presión impositiva, la liquidación de capital, etc. Factores que cada tanto desencadenan una crisis de nivel importante que destruye empleo, que se lleva por delante a empresas, que aumenta la pobreza y que nos deja tambaleando. Cuando en vez de solucionar los problemas de una vez, la crisis se transforma en un ciclo vicioso, como sucede en nuestro país hace varias décadas, cada hecatombe establece un efecto umbral, de más pobreza, de menos ingreso y así también de menos competencia. Esa menor competencia es la que puede potencialmente profundizar la desigualdad en el siguiente episodio inflacionario. Pero reitero, es consecuencia y no causa.


Llegamos a la conclusión, por lo tanto, que cuando se habla de los “formadores de precios” es como quejarse del chancho en vez del que le da de comer. Una empresa estatal de alimentos no es más que un parche a un globo que está conectado a un inflador de alta presión. Ahora yo me pregunto, supongamos que le damos la derecha, que la falta de competencia es el origen de la inflación (aún cuando a esta altura habrá quedado claro que es un argumento por lo menos débil), ¿No estaría una empresa nacional de alimentos aprovechándose del monopolio estatal para establecer las condiciones al resto del mercado? ¿No sería competencia desleal aferrarse a la espalda financiera que le da el erario público para vender a precios inferiores al mercado? Y aún más, ¿No estarían, entonces, dispuestos desde el gobierno a abrirse al comercio exterior para que las empresas locales compitieran con compañías de todas partes y así reducir su poder para “formar precios”? Si fuera esto válido para alimentos, ¿No lo sería también para otros sectores que tanto se aprovechan de los consumidores subiendo y subiendo los precios, como el ultraprotegido sector textil?

Podemos seguir debatiendo ideas que ya están obsoletas en el mundo, podemos controlar los precios que queramos y crear las empresas nacionales de lo que se nos ocurra, pero hasta que no estemos dispuestos a seguir una política fiscal y monetaria seria, respetar las instituciones, abrirnos al mundo y establecer un sendero creíble, en vez de usar el Estado al servicio de la política, vamos a seguir perdiendo valor día tras día en nuestra moneda.

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