18/10/2025

El problema no es que el presidente rompa las normas, sino etiquetarlo

“Criminalizar” al presidente

Todos los gobiernos kirchneristas han tenido jefes de gabinete preparados para defender con uñas y dientes lo indefendible, dar la cara en público para justificar lo injustificable, y conservar el falso manto de transparencia y sacralidad de lo propio rechazando y denostando cualquier observación crítica ajena.

El presidente Néstor Kirchner usaba a su jefe de gabinete Alberto Fernández. La presidente Cristina Fernández de Kirchner usaba a su jefe de gabinete Aníbal Fernández. Y el hoy presidente Alberto Fernández usa a su jefe de gabinete Santiago Cafiero.

Sucede que después de cobijar durante un año al expresidente de Bolivia Evo Morales, que huyó de su país para no ser detenido tras comprobarse que cometió fraude en las elecciones, Alberto Fernández decidió -una vez más- violar los protocolos por él mismo impulsados, escupir la normativa por él mismo firmada, y en la cuarentena por él mismo decretada, armar una cena en Jujuy para despedir al fraudulento que regresaba a su tierra natal.

Mientras el país ha sufrido los embates de la cuarentena eterna -la cuarenterna-, muchos se fundieron económicamente, y otros se deprimieron psicológicamente, el presidente se sigue comportando como si gozara de privilegios especiales cual monarca sobre el súbdito.

A Alberto Fernández, todo lo que él mismo explica con seriedad para el público, personalmente le sigue pareciendo un chiste, se lo toma en broma, y hace lo que quiere independientemente de que sus propias reglas lo prohíben. Y aunque no lo prohíban, igualmente lo hace, a pesar de dar un mal ejemplo y que no pueda ser tomado como referencia de conducta ideal.

La cena despedida fue fotografiada, y allí aparecen Alberto Fernández, Eduardo “Wado” de Pedro, Gustavo Béliz y Evo Morales, entre otros funcionarios kirchneristas. Reunión numerosa en una misma mesa, en un lugar cerrado, sin distanciamiento social, los nombrados sin barbijo, y ningún motivo de trascendencia nacional digno de ser atendido de urgencia como para organizar un evento que amerite saltearse ciertas previsiones de cuarentena durante una pandemia, por la cual el presidente dice estar muy preocupado y sentir que su país ha sido un ejemplo en el manejo de la misma.

Obviamente, la reunión fue objeto de críticas. No se sabe quién podría haberlo tomado de manera distinta, excepto los kirchneristas y quienes mantienen un sentido de esclavitud indiscutible hacia su gobierno.

Por eso tuvo que salir Santiago Cafiero a dar vuelta la tortilla, porque el problema para el kirchnerismo no está en la reunión, sino en los que critican la foto que se viralizó.

En el programa PH, Podemos Hablar conducido por Andy Kusnetzoff, al ser abordado por la foto, Cafiero quiso poner paños fríos a la situación y jugó a la defensiva. Sostuvo que no había que criminalizar a quienes aparecían en la imagen.

Es decir, para Cafiero el problema lo tienen los que criticaron la imagen alegando que el presidente no se somete a las mismas reglas que son para todos y que tienen origen en su propia gestión. El problema no lo tienen los funcionarios que dieron un pésimo ejemplo de acuerdo a los propios estándares que llevan meses martillando desde la salud pública.

El jefe de gabinete sostiene que la gente que argumenta no debe “criminalizar” al presidente y ese es quid de la cuestión. O sea, la acción del presidente y su séquito no resulta violatoria de normativa vigente, sino que son los críticos quienes “criminalizan”, quienes hacen pasar la acción por algo atentatorio del orden público.

Lo dicho por Cafiero son reminiscencias actuales de una corriente criminológica que vio la luz décadas atrás: el Labelling Approach, la teoría del etiquetamiento. La criminóloga Elena Larrauri explica que aquella se concentra en el estudio del delito como una desviación.

La concepción sociológica que le sirve de fuente es el interaccionismo simbólico, el que a su vez afirma que la actuación del individuo no puede estudiarse objetivamente; lo que debe ser estudiado es cómo el sujeto ha interpretado la situación, en base a la cual ha elaborado su curso de acción.

Dentro de su campo de interés, el Labelling se dedica a estudiar los órganos de control social que tienen por función vigilar y reprimir la desviación, dentro de los cuales se incluyen policías, jueces, asistentes sociales, psiquiatras, y demás personas vinculadas. Desde allí, sostiene que delito es lo que se define como tal. Quien comete un delito es señalado como un desviado, y el comportamiento desviado es aquel que la gente define como desviado.

De acuerdo a Becker, uno de los más reconocidos referentes del Labelling: «La desviación no es una cualidad del acto que la persona realiza, sino una consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones que los otros aplican al ofensor».

La teoría no reconoce que el delito sea natural, ni que la desviación sea ontológica. El delito procede por la reacción social que se provoca frente a la actuación. Los cuerpos sociales definen conductas como desviadas y su reacción frente a las actuaciones que encuadren en su noción de desviación provocan el etiquetamiento de la persona: su señalamiento como desviado.

El delito no es un hecho en sí mismo: es una construcción social que requiere de un acto y de una reacción social negativa, que conducirá a etiquetar al actor. Por ende, delincuente no es el que delinque, sino al que se le atribuye la etiqueta de delincuente.

Más allá de las distancias entre una posición académica y un comentario en un programa de televisión, amen de las revisiones filosóficas que caben sobre el Labelling, vale el esfuerzo comprobar lo que ciertas teorías que dejan algo en el ambiente pueden contribuir para el sostenimiento de una determinada posición.

En el caso de marras, el propio presidente Alberto Fernández domina los órganos de control social. Pero su jefe de gabinete lo victimiza por las críticas que recibe de parte de la ciudadanía sometida a su normativa, y al estilo Labelling, pide que no lo etiqueten como criminal. Alberto Fernández no es un violador de normas por la propia conducta adoptada en abierta afrenta a lo reglamentado; simplemente sufre la etiqueta que le ponen los críticos. No se ha desviado, sino que los otros dicen que se ha desviado. No actuó mal, pero padeció una reacción social negativa.

Cafiero apenas atinó a decir que no le gustaba la foto. Ni por asomo puede entenderse esto como una condena, sobre todo si levemente se asoma en medio de comentarios livianos y explicativos, como cuando remarcó que en la mesa nadie estaba contagiado, o que el presidente estaba todo el día cuidado por un cuerpo de profesionales.

Los funcionarios kirchneristas no paran de decir estupideces para evitar condenar las conductas impropias de un presidente. Y si para ello tienen que recurrir a negar la violación de reglas y poner el foco en quien se queja del incumplimiento diciendo que no debe etiquetarse, lo hacen sin inconveniente. Lo hacen en actos, lo hacen por televisión, lo hacen cuando se adjudican a sí mismos privilegios y se victimizan ante quienes notan la injusticia.

PD: Dos días después de la foto, Gustavo Béliz dio positivo por coronavirus. Cafiero mintió.   

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