Dos siglos después de la Vuelta de Obligado y las guerras por la libre navegación, Milei regresa al epicentro histórico del federalismo comercial litoraleño para lanzar su segunda etapa de reformas, eligiendo simbólicamente la provincia que desafió a Rosas y hoy sigue soñando con puertos propios. Un mensaje sin mencionarlo: la pelea por la apertura y la recaudación nunca terminó.

Artículo publicado en Noticiero9.com.ar La escena política de noviembre dejó una postal que pasó desapercibida en la superficie, pero que adquiere un sentido más profundo cuando se la mira con la lupa de la historia: Javier Milei volvió a Corrientes para ordenar el mapa político después del cimbronazo electoral de octubre. No fue una visita para congraciarse con el gobernador y mucho menos un gesto partidario. Fue, sobre todo, un mensaje. Un modo de recuperar —aunque sin decirlo explícitamente— una tradición que forma parte del ADN del liberalismo argentino y que tuvo en esta provincia uno de sus epicentros: la disputa por la libre navegación, la recaudación y el lugar que el litoral reclamó frente al centralismo porteño desde el siglo XIX.
Milei eligió Corrientes porque es territorio simbólico. El Congreso de Economía Regional organizado por el Club de la Libertad le permitió desplegar, otra vez, la hoja de ruta de las reformas que pretende acelerar después del recambio legislativo de diciembre. Pero el trasfondo excede al foro: el Presidente volvió al mismo escenario donde un año antes había adelantado los pilares de su programa, y lo hizo ahora para reforzar la idea de que ingresa a un período de mayor fortaleza parlamentaria. Desde ese lugar, buscó mostrar continuidad, coherencia y, sobre todo, convicción en que su proyecto económico —centrado en la desregulación, la apertura y la reducción del peso fiscal— puede sacar al país del estancamiento.
El detalle político no es menor: la visita fue de espaldas al gobernador Valdés. Las tensiones entre La Libertad Avanza y el oficialismo correntino se arrastran desde las elecciones provinciales, donde los libertarios intentaron disputar sin éxito la continuidad de la familia Valdés en el poder. El mensaje fue claro: Milei no necesita afinidad provincial para elegir el territorio donde quiere plantarse. Necesita símbolos. Y Corrientes es uno de ellos.
Pero para entender por qué, hay que volver casi dos siglos atrás, a una historia que en el norte se cuenta de otra manera y que todavía divide interpretaciones. Esta semana se recordó un nuevo aniversario de la “Vuelta de Obligado“, episodio elevado —desde mediados del siglo XX— como hito patriótico frente a una invasión extranjera. Sin embargo, los documentos, los registros comerciales y la mirada de quienes vivieron desde el litoral esa época muestran algo distinto: aquella batalla fue menos una defensa romántica de la soberanía y más un capítulo de la larga pelea por el control del comercio fluvial y la recaudación aduanera.
Durante décadas, los ríos fueron las arterias económicas del interior. La navegación garantizaba prosperidad a los pueblos ribereños, y las provincias reclamaban participar de los beneficios que Buenos Aires administraba sin control. El 90% de la recaudación nacional provenía de su aduana, y el destino de ese dinero se decidía sin representación federal. Las quejas del interior se amontonaban sin respuesta. Corrientes protestó, habilitó puertos para el comercio extranjero, exigió un congreso constituyente y hasta declaró la guerra cuando Berón de Astrada decidió romper con Rosas. La derrota en Pago Largo derivó en un castigo feroz: prohibición de comercio, saqueos y un aislamiento forzado que buscaba disciplinar. Pero la provincia no se rendiría. Se levantó en varias campañas militares y defendió un principio que años después Alberdi transformaría en doctrina: la libertad de comerciar como base de la prosperidad.

Ese es el contexto en el que debe leerse la Vuelta de Obligado. Cuando el convoy de cien barcos internacionales intentó navegar hacia Corrientes y Asunción, las cadenas no se tendieron para frenar una invasión al país, sino para evitar que las provincias comerciaran sin la tutela porteña. El comercio que ingresó por Corrientes en 1846 multiplicó sus rentas y permitió que la provincia financie por sí misma parte de su desarrollo, algo que el centralismo buscaba impedir. El litoral vio en aquel episodio la posibilidad de insertarse en el mundo sin depender de un puerto único. El relato nacional, sin embargo, terminó instalando la idea de una resistencia heroica a manos extranjeras, dejando en las sombras la discusión real: quién se quedaba con el botín fiscal.
Ese dilema no ha desaparecido. Cambiaron los productos, la escala y la complejidad económica, pero persiste la tensión entre quienes defienden modelos más cerrados y quienes ven en la apertura una vía para integrarse al mundo. Quizás por todo eso, Milei eligió Corrientes.
Porque aún la región sueña y se esfuerza con la creación de nuevos puertos que abran el comercio y las oportunidades de progreso al nordeste argentino y al litoral del Paraguay.
Si, casi 2 siglos después, el impulso empresario y la potencialidad productiva de este “Gran Chaco” no deja de pensar en puertos que sean las puertas al crecimiento y desarrollo regional.
Milei no vino a Corrientes solo por simpatía doctrinaria, sino porque allí ancla un linaje liberal que cuestionó las reglas del centralismo económico mucho antes de que existiera la Argentina moderna. La provincia donde Joaquín Madariaga se enfrentó a Rosas —y donde el propio Paraguay envió tropas para respaldarlo, un dato tantas veces omitido— funciona como recordatorio de que las discusiones sobre comercio, ríos y recaudación no son nuevas. Son parte de los cimientos del país.
En su discurso en el Congreso de Economía Regional, Milei buscó enlazar su agenda actual con la tradición aperturista del litoral: prometió un “siglo de oro” si el país consolida un rumbo pro-mercado, habló de inversiones en energía, minería, trenes e inteligencia artificial, y defendió una baja gradual de impuestos para devolver impulso al sector privado. Pero el mensaje político estuvo en el escenario elegido: Corrientes, que en el siglo XIX fue laboratorio de un modelo alternativo al centralismo, vuelve ahora a funcionar como símbolo para iniciar su segunda etapa de reformas. La Argentina ya no es la de Rosas, pero persisten tensiones fiscales, laborales y regulatorias que Milei quiere modificar de raíz.
En esa encrucijada, el primer presidente abiertamente liberal eligió su escenario. No habló de Madariaga ni de Solano López, pero dejó flotando una idea: si la geografía tiene memoria, la historia también. Y la política, cuando sabe leerla, encuentra en esos símbolos una manera de decir sin pronunciar. Porque, en definitiva, en la Argentina las peleas por el comercio, la recaudación y el rumbo económico siempre terminan volviendo al mismo río. Y Milei decidió anclar ahí su nueva etapa. En el río marrón: “donde quedó aquella canción que nadie espera…”.



