19/10/2025

El precio de contar la verdad en tiempos de Bukele

En un El Salvador marcado por la violencia, Nayib Bukele se presenta como un líder que habla con Dios y promete paz, pero su ascenso al poder, respaldado por militares y un discurso populista, ha desatado una crisis política, silenciado al periodismo independiente y llevado a más de 40 reporteros al exilio, mientras su gobierno concentra un poder sin precedentes.

Nayib Bukele se llevó las manos al rostro y se puso a orar como un niño pidiendo el milagro. Lo hizo durante casi dos minutos. Cerró los ojos y frente a una veintena de diputados en la Asamblea Legislativa, y una docena de militares detrás resguardándolo, Bukele rezó en silencio. Era el 9 de febrero de 2020. Todavía no cumplía ni un año como presidente de El Salvador. Al terminar se levantó de la silla que le corresponde al diputado presidente y seguido de las cámaras y celulares que transmitían en vivo por redes sociales, salió a hablar a la población que se manifestaba afuera del recinto y les dijo: 

“Con toda humildad el pueblo salvadoreño sabe, nuestros adversarios lo saben, la comunidad internacional lo sabe, nuestra fuerza armada lo sabe, nuestra Policía Nacional Civil lo sabe, todos los poderes fácticos del país lo saben: si quisiéramos apretar el botón, sólo apretamos el botón.  Pero yo le pregunté a Dios y Dios me dijo: paciencia, paciencia…”, dijo.

¿Quién puede desafiar a un presidente que habla con Dios y Dios al momento le responde? Aquel momento sería el inicio de una crisis política, que alertaría a periodistas y defensores de los derechos humanos preocupados por los alcances de su poder. Pero el camino de la vigilancia y el contrapeso no sería sencillo. Nayib Bukele convocó, a manera de ejercer presión, a una sesión extraordinaria para conseguir un préstamo de 109 millones de dólares, con los que pondría en marcha una de sus más ambiciosas promesas de campaña: acabar con la inseguridad. Los militares saldrían a las calles a hacer labores de seguridad pública, fortalecería a los cuerpos policiacos, e iniciaría una abierta persecución contra las pandillas. Éstas habían convertido a El Salvador en el país con la tasa de homicidios más alta, después del fin de la guerra civil en 1992.

Su entrada al recinto legislativo, resguardado por una cuarentena de militares armados, fue considerada un intento de golpe de Estado. Pero Bukele siempre ha sido hábil: sabe cómo controlar la narrativa. Sabe montar escenas teatrales y hablarle a un pueblo demasiado lastimado por la violencia de las pandillas que les arrebataron a sus seres queridos. “Cuánto estarían dispuestos ustedes a pagar por volver a tener a ese ser querido con ustedes… ¿un dólar? ¿diez? Yo estaría dispuesto a darlo todo y trabajar toda la vida para volver a verles. ¡Estos diputados no quieren dar dinero que además no es suyo!”, gritaba Bukele frente a quienes lo llevaron a la presidencia, rompiendo el bipartidismo que gobernaba El Salvador desde 1989.

Vivir en ese país y querer hacer periodismo real del que expone, del que revela, del que cuestiona, se volvió imposible. El hostigamiento dejó de ser discreto y el riesgo de terminar en una de las 22 cárceles salvadoreñas, hacinadas y sin que se garantice la seguridad o el debido proceso, dejó de ser una opción. Los policías llegan de forma sospechosa a sus casas, sin una orden judicial clara, sin instrucciones claras. Dicen que tu vehículo estuvo involucrado en un accidente de tránsito, te preguntan cosas sin sentido, cuántas personas viven ahí, cómo se llama tu mamá o algunos familiares.

Arauz es uno de los más de 40 periodistas que se ha exiliado de su país. Escapó poco después de la detención a la abogada Ruth López, la misma que la BBC consideró como una de las 100 mujeres más influyentes en el mundo en diciembre del 2024. Bukele supo cómo hablarle a la gente que sólo quiere que la violencia pare. ¿Cómo no repudiar a esos diputados que estaban poniéndole precio a su tranquilidad? La gente le aplaudía. Aquella vez la Asamblea Legislativa votó en contra del préstamo. Nueve días después, el presidente había sacado a la calle más de mil 400 soldados. “Hay que trabajar con o sin recursos”, declaró. Si Dios le responde una oración al instante, ¿quién podría desafiarlo o contradecirlo? ¿Qué tan costoso sería para los salvadoreños entregarle confianza ciega y poder absoluto a un hombre que no sólo prometió, sino que logró disminuir la tasa de homicidios del país (de un pico de 106 por cada 100 mil habitantes en 2015 a 1.8 en 2025)? ¿Cuál es el costo de la paz?, los periodistas se preguntaron.

En 1998 no existían medios digitales en América Latina. Internet no estaba al alcance de los millones que hoy “googlean” cada duda de su día. Las redes sociales no existían. Y el periodismo independiente era más una ilusión que una realidad.  En ese contexto nació El Faro: el primer medio nativo digital que ha pretendido explicar fenómenos específicos: la violencia, la migración y la corrupción que hiere a un país que se recuperaba de la guerra civil e intentaba vivir en democracia.

A la cabeza ha estado Carlos Dada, un multipremiado periodista de 55 años que comenzó a formar a un equipo de jóvenes reporteros que tenían hambre de trabajar contando la realidad de un país que puede recorrerse, de punta a punta, en auto hasta seis horas sin parar. Desde entonces, El Faro se convirtió en referencia internacional del periodismo de investigación. Un periodismo que siempre ha buscado revelar e incomodar, y que ejerce una de las premisas de esta profesión: observar al poder, cuestionarlo. Cuando Bukele no portaba la banda presidencial, aplaudía la labor de los reporteros. En 2016, incluso, se sentó junto a Carlos Martínez, periodista de investigaciones especiales de El Faro, creador del Foro Centroamericano de Periodismo, donde el político fue invitado a hablar sobre si era posible acabar con la violencia en el país.

Era la sexta edición y, además, el tema era particularmente preocupante: el año anterior El Salvador se había coronado con un máximo histórico de terror: 106 homicidios por cada 100 mil habitantes; había alcanzado un pico de violencia doloroso que lo colocaba en el centro del mundo como el país más mortífero, en manos de las pandillas. Las pandillas han sido el dolor de cabeza de El Salvador desde la época de posguerra. Durante el conflicto civil armado cientos de miles de salvadoreños huyeron hacia Estados Unidos, ahí se unieron a pandillas –varias lideradas por mexicanos– y cuando la guerra terminó fueron deportados a Centroamérica.

Así, grupos criminales como la Mara Salvatrucha (MS-13), el Barrio 18 sureño y el Barrio 18 revolucionarios, los más fuertes pero no los únicos, se asentaron en las comunidades y comenzaron el control territorial. Son jóvenes que durante mucho tiempo se identificaban por los tatuajes en el rostro y cuerpo, que se hicieron violentos tras el malestar social de un país en posguerra que no les daba oportunidades. “Lo que pasa en El Salvador es que el tejido social está roto, lo que tenemos que hacer es restablecer el tejido social y que el tema de la violencia no sea un tema que se va a solucionar con más violencia, sino quitando las causas que generan la violencia”, respondía Bukele a la pregunta expresa de Martínez, si creía que debía pactarse con los pandilleros para poner fin al problema de la seguridad.

A la oposición siempre le viene bien que el periodismo ejerza su función de vigilancia. Hasta que se convierten en gobierno y ellos son los vigilados. Entonces viene el enojo y la descalificación. Sucedió con El Faro, cuando en 2020 revelaron que Bukele tenía pactos con las pandillas para reducir la violencia. Ahí se acabó la admiración que antes mostró por el trabajo periodístico y empezó la persecución.

Al cierre de esta historia, más de 40 periodistas han tenido que salir de El Salvador y un sin registro de defensores de derechos humanos y empresarios que han osado contradecir a Nayib Bukele. Después de ser electo por primera vez en 2019, con una votación histórica, hoy vive un segundo mandato al que llegó violando la Constitución y concentrando todo el poder: legislativo, judicial y militar, cuya separación define la democracia de un país.

Ese joven presidente, ahora de 44 años, que en redes sociales se autonombra Dictador de El Salvador, El dictador más cool del mundo mundial, El presidente más guapo y cool del mundo mundial, con la ironía de quién se burla de las críticas y no soporta el cuestionamiento. Por eso castiga. Persigue. Encarcela.

De acuerdo con registros oficiales de Estados Unidos, sólo entre 2021 y 2023, 11 personas opositoras al gobierno habían sido encarcelados ilegalmente, violando órdenes de libertad judiciales, y recluidos en cárceles donde las garantías de los derechos mínimos no existen. Según un comité de familiares de perseguidos y presos políticos registra, hasta marzo de 2025, 28 prisioneros políticos.

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