11/09/2025

El oscuro valor de la mentira

En un contexto preelectoral, las acusaciones de mentiras entre Milei y Kicillof reflejan una estrategia recurrente que erosiona la democracia, alimentada por la repetición, el clickbait y un ecosistema digital donde la verdad lucha por prevalecer.

Artículo publicado en Perfil. “La estrategia del kirchnerismo es inventar mentiras para desprestigiarme” afirma Javier Milei. “En el gobierno empiezan con las mentiras en redes, su especialidad” reconoce Axel Kicillof, quien, en otra ocasión alegó: “Dicen que Milei está ordenando la economía y que logró el equilibrio… ¡mentira!”. En tiempos preelectorales, algo que en nuestro país ocurre con demasiada frecuencia, la palabra se repite hasta el hartazgo… de un lado y del otro.

“Miente, miente que algo quedará” es la frase que inmortalizó el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. La genética del concepto radica en que la mentira repetida muchas veces terminaba siendo aceptada como verdad, encontrando su arraigo en una suerte de verdad ilusionada que servía para manipular a la opinión pública. Ese concepto de la repetición de la mentira como verdad, incluso se plasmó en varias letras musicales.

La presencia de más mentiras en tiempos pre electorales no es un capricho del destino o una coincidencia histórica. El incremento considerable de ellas –y también del término denostando al rival político– responde a dinámicas psicológicas y sociales, que van desde la confirmación de lo que creemos y la simplificación de la realidad hasta el sentido de pertenencia de “la verdad” que uno cree.

En el medio también juegan algunas variables como la urgencia del voto, el clickbait electoral (esas promesas que sabes que no son ciertas pero excitan a la duda) y un ecosistema informativo que se maneja con desconfianza a las instituciones, saturación y mucho ruido digital.

Todo este escenario impacta de manera directa en la proliferación de mentiras y desinformaciones, dos herramientas sumamente poderosas para moldear las percepciones de los votantes. La distinción de una sobre otra no es arbitraria porque, pese a tener conciencia plena del acto por parte del emisor, la diferencia radica en que la desinformación puede incluir a la mentira pero también implica exageraciones u omisiones que no necesariamente son mentiras.

La mentira electoral instala agenda poniendo en discusión un tema a partir de un dato falso y refuerza la identidad (o los mismos sesgos) del propio electorado.

Hace unos días, en una entrevista del periodista José Curiotto en el portal Aire Digital de Santa Fe, el ex presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Ricardo Trotti, brindó una reflexión que aporta claridad sobre el impacto de la mentira actual y en el futuro. “La mentira viene alimentando la falta de libertad” afirmó mientras reconoce que estamos frente a un círculo vicioso.

“No solo estamos alimentando a la IA con la mentira, sino con la institucionalización de la mentira, porque votamos a líderes que sabemos que nos mienten” profundizó. Es decir, no solo consumimos mentiras por los temas mencionados sino que también estamos cultivando las tecnologías futuras con nuestros patrones engañosos actuales. Peligrosa combinación.

Precisamente, el impacto de la desinformación (y con ella de las mentiras también) en la democracia, el periodismo y la sociedad será uno de los desafíos que abordará la próxima Cumbre Global de Desinformación, que impulsa la mencionada SIP, el Proyecto Desconfío y la Fundación para el Periodismo.

El encuentro que se realizará los próximos 17 y 18 de septiembre y que también abordará la temática de la IA, las operaciones de influencia extranjera, las narrativas digitales emergentes y los desafíos éticos del periodismo en la era de la desinformación.

En definitiva, la mentira electoral no solo erosiona la confianza en las instituciones y degrada el debate público, sino que también se ha transformado en un engranaje rentable dentro del ecosistema comunicacional. Como señala la periodista Laura Zommer, “la desinformación es un negocio, la mentira vende y rinde”.

Y mientras continúe resultando útil —ya sea para ganar votos, clics o poder— seguirá ocupando un lugar central en nuestras campañas. El verdadero desafío será entonces cómo, como sociedad, elegimos enfrentarla: si normalizarla como parte inevitable de la política o exigir, con persistencia, que la verdad recupere valor en la conversación democrática.

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