El crecimiento económico de China, impulsado por un modelo híbrido de comunismo político y apertura económica, cuestiona la hegemonía de Estados Unidos y los paradigmas tradicionales que vinculan democracia con prosperidad.

El planeta está viviendo un momento que puede sonar contradictorio de analizar desde los parámetros tradicionales. El crecimiento económico de China genera grandes interrogantes sobre el liderazgo de Estados Unidos y Occidente.
El vertiginoso ascenso de China en las últimas décadas no puede entenderse sin la participación de Occidente. Paradójicamente, la actual China es -en menor o mayor medida- fruto del rol jugado por parte de los Estados Unidos hacia fines del siglo XX, cuando -entre otras cosas- apoyó activamente el ingreso del gigante asiático a la Organización Mundial de Comercio (OMC), abriéndole las puertas al sistema de comercio global. Lo paradójico es que esta decisión se tomó a pesar de que China no era —ni es— una democracia, y mantiene un sistema político comunista con libertades civiles y políticas fuertemente restringidas.
Lo distintivo del “modelo chino” es su mezcla híbrida: comunismo en lo político, con un control férreo del Partido Comunista sobre la vida pública, pero alguna apertura a los mercados privados y a la inversión extranjera como motor del desarrollo, junto a estabilidad macroeconómica. Esta combinación impulsó un crecimiento inocultable y transformó a China en un jugador mundial en apenas tres décadas.
Incluso, este crecimiento ha sido fuertemente impulsado por la Inversión Extranjera Directa (IED) de las mismas empresas norteamericanas en el gigante asiático.
[Altruismo vs. Egoísmo: ¿Estamos programados para ayudar o para priorizarnos?]
— Visión Liberal (@vision_liberal) August 20, 2025
La ciencia revela que el altruismo está en nuestra naturaleza, pero la cultura, las circunstancias y nuestra “mediocridad moral” influyen en si ponemos la máscara de oxígeno primero en nosotros o en… pic.twitter.com/bsZk7kP3VQ
Hoy en día, China se ubica entre los países de mayor competitividad global, liderando sectores como manufacturas, tecnología y energías renovables. Sin embargo, no es un país democrático. Según el ranking de Freedom House, China se clasifica como “No libre”, debido a la falta de libertades políticas y derechos civiles. En los índices de Libertad Económica de Heritage Foundation, obtiene mejores resultados, obteniendo mejor calificación especialmente en términos de presión impositiva, libertad monetaria y libertad de comercio, aunque su calificación general sea la de “Economía reprimida”.
Pero lo también llamativo es su crecimiento económico que, tomando el período 2004 a 2024, ha alcanzado pisos de 2,3% (2020) y picos de 14% (2007). Por su parte, China se encuentra en el lugar 28 en el ranking de competitividad global.
Este contraste entre ausencia de democracia y desempeño económico desafía los marcos mainstream de análisis de Occidente, donde se asume un vínculo entre democracia y prosperidad.
Una mirada a la contracara del fenómeno que estamos analizando es la pérdida de competitividad de algunos países desarrollados como los Estados Unidos. El cierre por parte de Donald Trump de la economía de aquel país a los productos del mundo (especialmente de China y otros países asiáticos) debe ser considerado como un síntoma de tal situación. Factores como la alta carga impositiva y la rigidez regulatoria en los países desarrollados contribuyeron a generar este fenómeno. Asimismo, los altos costos laborales de los países desarrollados inclinan la cancha en favor de China (y Asia también).

Trump, en lugar de implementar reformas estructurales para recuperar competitividad, optó por una estrategia proteccionista: cerrar la economía estadounidense mediante aranceles y restricciones no arancelarias, especialmente dirigidas (pero no sólo) a productos chinos. Esta política nos recuerda a las medidas de la década de 1930, cuando la imposición de barreras comerciales profundizó la crisis global en lugar de resolverla.
El desafío que representa China para Occidente no se limita a lo económico. Su peso demográfico es colosal: uno de cada cinco seres humanos es chino, mientras que uno de cada seis es indio. Sólo 3 de cada 5 humanos no son chinos ni indios. Este factor otorga a ambos países una ventaja estratégica en términos de mercado interno, mano de obra y poder de negociación internacional.
Además, China ha asumido un rol protagónico en los BRICS, el bloque que reúne a economías emergentes y que busca constituirse en contrapeso al poder económico y financiero de Occidente. Desde allí, lidera iniciativas que promueven un orden multipolar, cuestionando la hegemonía estadounidense.
[Argentina, un rompecabezas político]
— Visión Liberal (@vision_liberal) August 20, 2025
Cinco casitas, cinco colores, un país fragmentado. Milei, Macri, Cristina, gobernadores y radicales juegan su partida, mientras la ciudadanía, cansada y descreída, observa desde afuera.https://t.co/HdqDVlIYY4 pic.twitter.com/G3Mi1TI3wU
El ascenso de China plantea un dilema profundo para Occidente. Por un lado, desafía a la arraigada creencia de que el crecimiento económico requiere necesariamente de instituciones democráticas. Por otro, obliga a países desarrollados a repensar sus estrategias de competitividad frente a un actor que combina escala demográfica, bajos costos salariales, y apertura hacia el mercado, montada en la productividad derivada de la economía del conocimiento (en muchos casos, “copiada” a los países desarrollados).
Mientras China expande su influencia, Estados Unidos se refugia en medidas proteccionistas que no resuelven sus problemas estructurales. El desenlace de esta tensión marcará, sin dudas, el rumbo del comercio y la política internacional en las próximas décadas.