Para tener una mirada excepcional hay que abrir, primero, la mente. Animarse a explorar donde otros bucearon, en el mar de los conceptos, las ideas, las hipótesis. Esto hizo Ricardo Manuel Rojas, quien a los 19 años se gastaba más de la mitad de sueldos en libros.
Ahí, en esas páginas, encontró respuestas a preguntas que le llevaría toda una vida confrontar. Por “sangre” es antiperonista: es el sobrino segundo del almirante Isaac Rojas y pariente del escritor Ricardo Rojas. Su padre, autodidacta, sabía de leyes previsionales como nadie y por eso, la OEA lo convocó. Así fue como la familia viajó por muchos países. “Terminé la secundaria en Asunción, viví en Quito un año por ese motivo“.


Ricardo Manuel quería ser zoólogo pero terminó, “sin querer queriendo” convertido en abogado, el sueño incumplido de su padre. “A mi me echaban de las escuelas todos los años -desde escupir a un cura que le había dado un coscorrón-“. Fue alumno de su madre -ella era maestra- y en esa escuela se enamoró, por primera vez, a los 9 años.
En una entrevista coordinada por el periodista Marcelo Duclos, Rojas fue el primer invitado al ciclo “Miradas Excepcionales” donde la Fundación Naumann plasma vida, obra y legado de personajes ligados a la filosofía liberal que construyeron un camino en el mundo de las ideas.
“Cuando era chico charlaba con mi amigo imaginario que se llamaba “Kilito”. Hace poco descubrí que Borges también tenía uno que se llamaba “Kilo”. Si Borges lo tuvo, yo lo puedo blanquear (risas)
Siempre tuve encerrado en mi propia vida, en mi mundo. En mi habitación, agarraba mapas y calculaba cómo conquistar el mundo. A los seis años empecé a escribir relatos y novelas a los 10. Tenía pocos amigos y al resto del mundo, no le daba bola.
Rojas primero se anotó en Derecho en la UBA y después, encontró la vocación. “No me preguntes por qué me anoté ahí porque aún no lo sé”. Los tiempos eran difíciles: “No conocía aun los excesos de los militares pero uno veía el clima en el que se vivía. Llegaba la policía a un lugar y reventaba una casa, el país era un caos. Cuando empecé la facultad, en el ’76, llegó el Golpe”.
A los 18 hizo el servicio militar y cuando lo completó, empezó a trabajar en Tribunales. En el ’84, cuando le quedaban dos o tres materias para recibirse de abogado, comenzó a trabajar con Andrés D’Alessio, quien integró el tribunal que en el ’85 condenó a los militares que gobernaron en la Dictadura. Ahí, en el trabajo, se enfocó Rojas: lo que tenia que aprender, sería trabajando.
Una estatua de Bolívar se me cayó encima, me partió la clavícula y me dejó mudo seis meses. Ahí terminó mi servicio militar. Fue la venganza de los chavistas (risas)
“Cuando vino el Golpe, todo el mundo lo esperaba. Después vi los abusos que se habían cometido. La lucha contra el terrorismo para la época del Golpe Militar estaba casi terminada, ya había sucedido en la época de Isabel y Luder. El Ejército ya venía trabajando en forma irregular en democracia (aunque en realidad tenían una orden y quién los regulaba). La Triple A fue irregular y esa fue la base de lo que pasó después”.
Su participación en el Juicio a las Juntas fue clave para comprender a fondo lo que sucedió en esos aciagos años de la historia argentina. Tenía, Rojas, apenas 25 años y una carrera incompleta en abogacía, pero ya tenía la solidez intelectual y personal para decirle a Jorge Rafael Videla que se siente en el banquillo de los acusados.
Durante el juicio, Videla es como que no estaba. Era un cuerpo que llevaban ahí. Nunca quiso declarar, nunca reconoció la legitimidad del tribunal. La Cámara Federal lo juzga con el código de justicia militar, por eso fue público y oral.
Ya era liberal ahí, Rojas, pero sentía respeto y admiración por la labor judicial, a la que respetaba.
“Massera soñaba con ser el futuro Perón pero era un delincuente común. Se creía Dios y tenía poder. Merecía pudrirse en la cárcel. Ni los marinos se bancaban a Massera“. Mi viejo llegó un momento en que ya no quiso hablar mas del tema. Como era conservador y antiperonista, por default votaba al radicalismo. Yo estaba con la UCeDé, la UPAU, y él no quería saber nada porque consideraba que no servía para ganar al peronismo”.
Entró al liberalismo por el partido Demócrata, donde estaban Maslatón y Pinedo. Le gustó porque hacían política y Alsogaray le parecía economicista. La limitación al poder lo llevó al liberalismo. De ahí a Mises, Hayek y cuando conoció a Ayn Rand, el círculo se cerró perfecto.
Pinedo tenía su cosa ‘cajetilla’ , pero era franco y abierto para charlar. Fue el primer tipo con el que me topé en el partido Demócrata. A Maslatón lo conocí por UPAU. Eran muy políticos y Alsogaray me parecía más economista.
Después vinieron Rothbard, Smith, Mises. Y Ayn Rand, su preferida. Comenzó a dar volumen y consistencia a esa pasión liberal que se había desatado en él. Es randiano pero no lo dice, porque la filosofía es el pensamiento, no la persona. “Soy objetivista, no randiano. Me miden el objetivismo en sangre. Yo tomo las ideas y las puedo combinar. Escribí sobre Ayn Rand y no coincido con todas sus ideas”. Rand no era absolutista, en absoluto, juega con las palabras Rojas.
El mundo de las ideas de quienes bucearon en el pensamiento liberal se abrió definitivamente para Rojas. Con esa arcilla construyó su mirada sobre el mundo, la abogacía, el derecho, la libertad, la moral, el pensamiento propia. Su mirada y su legado, que son excepcionales.