UN ARTE REALISTA MUY POCO REALISTA.
Hasta la Revolución de 1917 e incluso parcialmente durante la época de Lenin, el mundo artístico ruso se hallaba plenamente integrado al concierto de las naciones europeas. Entre los coleccionistas, los empresarios Sergei Shchukin e Ivan Morozov mantenían una entusiasta rivalidad a punto tal que a principios del siglo el primero poseía (y solo a título de ejemplo) unas 14 obras de Monet, 37 de Matisse y 51 de Picasso (la colección más importante del mundo de este autor en ese momento). Hacia la misma época, artistas de vanguardia como Marc Chagall, Wassily Kandinsky o Kazimir Malevich buscaban nuevos rumbos expresivos y exponían libremente sus creaciones.
Sin embargo, con la llegada de Stalin los vientos artísticos habrían de cambiar diametralmente de rumbo. Las colecciones de Shchukin y Morozov fueron confiscadas, sus propietarios partieron raudamente al exilio y las obras de sus colecciones fueron desmontadas de sus marcos, enrolladas sin consideraciones y enviadas a remotos depósitos en Siberia por “carecer de valor educativo”. Las escuelas de arte que adherían a las propuestas de vanguardia fueron clausuradas y los artistas conminados a adoptar estilos y temáticas acordes con los principios del Soviet: un arte exclusivamente figurativo, nacional, proletario y partisano.
Quienes osaren desafiarlos, como Malevich al pintar sus “Niñas en el campo”, vestidas de uniforme y carentes de individualidad o su “Cabeza de campesino”, un rostro sin boca para expresar la opresión política, se atendrían a las consecuencias.



La obra de Malevich fue confiscada, se le prohibió trabajar (y ni qué hablar de exhibir), y finalmente fue a dar a la cárcel de donde al salir optó por dedicarse al diseño de indumentaria. Lo que había que pintar ahora para agradar a los funcionarios gubernamentales eran trabajadores, líderes, héroes y mártires de la revolución, y celebraciones y logros científicos o deportivos. Las esculturas de Vera Mukhina son un ejemplo.
Dentro de este contexto, una obra, llamada “Pan” llama especialmente la atención. Su autora, Tatiana Yablonskaya, representa mujeres trabajando en una “luminosa” granja colectiva, en una composición cuya potente diagonal ascendente lleva al espectador desde la abundancia de la cosecha de granos a la alegre liviandad de las bolsas que alegremente transportan y el dinamismo motivador de una fila de camiones en espera de su carga … Mientras tanto, la realidad era que Rusia atravesaba una espantosa sequía y una hambruna desesperante, y que por cierto las “granjas colectivas” no eran sino campos de trabajo forzado.

A todas luces, el arte producido para satisfacer los dictados gubernamentales resultó en un “realismo” muy poco realista.
Hoy, las confiscadas colecciones de Shchukin y Morozov tienen un lugar de honor tanto en el Museo Pushkin de Moscú como en el General Staff Building ubicado frente al Palacio de Invierno en San Petersburgo, y las obras de Chagall, Kandinsky o Malevich se exponen triunfantes, también en Moscú, en las salas de la Nueva Tretyiakov. Los vientos de la libertad corrigieron el rumbo y el arte reencontró el camino a casa.